La ley de Amnistía y la Teoría de Juegos
22 de febrero de 2024

Publicado en Expansión el 20 de febrero de 2024

Cualquier economista que conozca un poco la teoría de juegos puede utilizar este tipo de modelos para analizar el reciente debate sobre la ley de amnistía. Nos encontramos con un conflicto entre dos jugadores -denominémoslos Sánchez y Puigdemont- que tienen interés en sacar adelante una ley que a ambos beneficia. Las soluciones posibles del juego son tres. La primera que se apruebe el proyecto de ley presentado por el PSOE en el Congreso (X); la segunda, que el texto de la ley incluya enmiendas que garanticen la inmunidad de los potenciales acusados, aunque éstos hayan cometido cualquier tipo de delito, incluidos el terrorismo o la alta traición (Y); y la tercera, que los dos jugadores no lleguen a un acuerdo y no se pruebe ninguna ley (Z). En principio, a ninguno de los dos les interesa esta solución (Z). Puigdemont quiere ser amnistiado y Sánchez necesita los votos de Puigdemont en el Congreso para poder sacar adelante cualquier ley y mantenerse en el cargo con un mínimo de apoyo. Pero sus preferencias son diferentes. Para Puigdemont (Y) es preferida a (X), ya que (Y) incluye un mayor número de delitos y, por tanto, un mayor número de potenciales amnistiados de su partido o grupos políticos afines. Pero para Sánchez (X) es preferida a (Y), ya que (Y) podría crearle problemas de aceptación de la ley, tanto en España como en Europa y desgastaría aún más a un gobierno ya bastante desprestigiado.

Para conseguir sus objetivos, ambos jugadores utilizan las estrategias habituales en estos casos, una de las cuales es afirmar, previamente, que no se moverán de una determinada posición, al margen de lo que haga el otro jugador. Se trata de asegurar que prefieren (Z) a aceptar la primera preferencia del otro. De esta forma, presionan a la otra parte para que acepte su propuesta que es, para ella, mejor que la ruptura. Son las llamadas “líneas rojas” de las que tanto se ha hablado en este conflicto. Cada jugador puede o no creer la afirmación del otro. Si lo hace, rectificará su estrategia. Pero si piensa que la línea roja es simplemente un farol, la mantendrá. Y es posible que se llegue a lo que se denomina una “estrategia de alto riesgo” (brinkmanship). El que uno de los jugadores crea o no en las líneas rojas del otro depende, en buena medida, de la reputación conseguida por cada uno en juegos anteriores. Y en este punto Puigdemont lleva ventaja a Sánchez, ya que éste último ha cambiado en diversas ocasiones posiciones que había prometido no abandonar nunca.

Y las preferencias entre la segunda opción de cada uno y la no aprobación de la ley tampoco son iguales. Para Puigdemont es evidente que (X), aunque no sea su opción favorita, es preferida a (Z). Pero, por las razones antes apuntadas, no resulta claro si, para Sánchez, (Y) es preferida a (Z) o no. Esto, en principio, debería dar ventaja en la negociación a Sánchez, ya que puede presionar para que Puigdemont acepte la solución (X), para evitar que se llegue a (Z). Pero las cosas cambian si introducimos en el juego una variable temporal y consideramos -como ocurre en la realidad- que la primera jugada, que ha terminado con desacuerdo en la votación del Congreso, no supone el final del juego.

Si denominamos (t) al momento actual y (t+n) a un momento temporal en un próximo futuro, aunque para Puigdemont (Xt) sea preferida a (Zt) en un juego de una sola jugada, es posible que la preferencia sea la inversa en un juego con horizonte temporal, porque aceptar hoy (Zt), puede permitirle llegar en el futuro a (Yt+n)). Es decir, tiene sentido la jugada de Puigdemont  de rechazar la ley en el Congreso, ya que esto refuerza su posición y su reputación de firmeza en negociaciones futuras. ¿Qué puede hacer Sánchez ante esta estrategia? Seguramente mantendrá que no va a aceptar tampoco (Yt+n) y afirmará que la estrategia de Puigdemont lleva necesariamente a la solución de ruptura (Z). El resultado final del juego va a venir determinado por la capacidad de aguante a lo largo del tiempo de cada una de las partes. Puigdemont lleva mucho tiempo esperando; y seguramente estará dispuesto a dilatar la solución lo que haga falta para conseguir su objetivo. Sánchez, por su parte, aunque no consiga aprobar los presupuestos ni sacar adelante ninguna ley, puede mantenerse en el poder durante bastante tiempo ya que, para Puigdemont, él es el mejor jefe de gobierno posible y no le interesa hacerlo caer. Lo que nos enseña la experiencia es que, en estos conflictos sin solución clara, uno de los jugadores puede romper el juego y diseñar una estrategia totalmente diferente. Por ejemplo, Sánchez podría envolverse en la bandera nacional y convocar nuevas elecciones presentándose como salvador del país. No cabe duda de que, si viera posibilidades de ganar tales elecciones, lo haría. Pero el desprestigio de su gobierno, que reflejan las encuestas y los resultados de las recientes elecciones en Galicia, hace que ir a las urnas en este momento sea una estrategia de riesgo elevado para su principal objetivo de conservar el poder. En resumen, el juego está abierto…y la solución es, hoy por hoy, indeterminada. Pero la línea roja de Sánchez tiene, en estos momentos, muy poca credibilidad.

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