Uno de los resultados más conocidos del análisis económico de la política es la denominada “paradoja del voto”, de acuerdo con la cual una persona racional nunca debería participar en unas elecciones si el número de votantes es muy elevado. Puede parecer extraño, pero la razón es bastante simple. Si lo que nos mueve a votar es la idea de que si gana nuestro candidato éste va a aplicar aquellas políticas que más convienen a nuestros intereses, deberíamos tomar en consideración cuál es la probabilidad de que nuestro voto influya realmente en el resultado de la elección; y multiplicar tal probabilidad por el beneficio que pensamos obtener de la victoria de este candidato y obtener así el beneficio esperado de nuestra participación en los comicios.
Como en unas elecciones como las del próximo 20 de diciembre esta probabilidad es extremadamente baja, el beneficio esperado será tan reducido que no nos compensará dedicar nuestro tiempo a obtener información sobre los políticos que a ellas concurren o sobre sus programas ni desplazarnos hasta el colegio electoral. En otras palabras, haríamos bien en quedarnos en casa ese día. Y, sin embargo, la mayoría de la gente vota de forma regular en los procesos electorales. ¿Por qué?
Gordon Tullock publicó hace algunos años un pequeño libro, titulado El motivo del voto, en el que afirmaba que una persona no tiene una forma de actuar distinta, por ejemplo, en el supermercado y en el colegio electoral. En sus propias palabras, el señor Pérez compra y vota; y no hay razón alguna para pensar que no va a elegir en cada caso el producto –o el candidato– que le ofrezca más ventajas. Ahora bien, nadie gasta su dinero en comprar un objeto si el beneficio esperado de la transacción no es mayor que su coste. Entonces, ¿no es extraño que el señor Pérez vaya a votar si, como hemos visto, el beneficio esperado de tal acción es ínfimo?
La respuesta a esta pregunta tiene que ser, evidentemente, que hay otros factores en juego y que el beneficio esperado no se limita a las ventajas que podamos obtener de la futura política de nuestro candidato si es elegido. No es difícil encontrar algunos de tales factores. En primer lugar, una persona puede pensar que todo ciudadano tiene una obligación moral de votar, pero existen multitud de obligaciones que la gente incumple todos los días –…e incumpliría aún más sin la amenaza de la represión–, como respetar los límites de velocidad en las carreteras o pagar impuestos. Tiene que haber algo más.
Otro factor que puede ejercer una influencia importante en la decisión de ir a votar es la utilidad que nos supone sentirnos parte de un grupo. Mucha gente es del PP o del PSOE como es del Real Madrid o del Atlético; y el acto de votar a su partido le satisface, al margen del efecto que su voto pueda tener en el resultado final. La mayor o menor fuerza de este espíritu de club puede explicar algunos resultados electorales curiosos. Por ejemplo, cuando se han intentado encontrar razones por las que, en el referéndum sobre la independencia de Escocia, las mujeres votaron por mantener la unión en mayor porcentaje que los hombres, una de ellas ha sido que muchos de éstos manifestaron –de forma abierta o de manera indirecta– su identificación del referéndum con algo similar a un partido de fútbol entre Escocia e Inglaterra; suceso que, sin duda alguna, interesa bastante menos a las mujeres que a los hombres.
VOTAR EN CONTRA
Y existe, por fin, otra causa que no podemos olvidar: votar a favor de uno de los candidatos es votar en contra de otro. Y a mucha gente le gusta abofetear al político que le cae mal apoyando a su adversario. Ya que no puedo pegarle un puñetazo a Menéndez –que es lo que realmente me gustaría– le causo todo el daño que puedo votando a Martínez. Y hemos visto cómo la propaganda ha apelado, en algunos casos, a estos bajos instintos de la gente: “Dales donde más les duele; vota a Herri Batasuna”, fue el slogan electoral que utilizó este partido hace unos años, con buenos resultados por cierto. Es posible que tal comportamiento no diga mucho en favor de la naturaleza humana… pero es tan real como la vida misma.
La decisión de votar o no votar en los momentos en los que se elige a los cargos públicos es, por tanto, un hecho bastante complejo, que se aleja mucho de algunos de esos grandes principios que invocan los políticos cada vez que se convocan unas elecciones. Cuando alguien vota, como cuando se compra unos zapatos, espera obtener un beneficio de su acción. Lo que llama la atención son las cosas tan curiosas que nos proporcionan satisfacción. Los economistas decimos que las funciones de utilidad son subjetivas. Alguien menos retorcido diría que las personas somos, a veces, un poco raras.