Thomas Robert Malthus ha pasado a la historia por sus estudios sobre la teoría de la población, más que por sus obras estrictamente económicas, que fueron, sin embargo, muy relevantes en su época e incluyen un tratado completo de economía política. Pero su libro más conocido, el Ensayo sobre el principio de la población, ha ejercido una influencia que va mucho más allá del campo de la demografia y los debates sobre el control de natalidad. Y sin esta obra no se pueden entender aspectos fundamentales de la economía clásica. Nació Malthus en Surrey en 1776. Hombre de iglesia -fue ordenado pastor anglicano y llegó a estar al frente de una parroquia- se interesó pronto por los estudios de economía. Y en 1805 fue nombrado profesor de esta disciplina en el colegio de Haileybury, creado por la Compañía de las indias Orientales para formar a sus funcionarios, cargo que desempeñó durante casi treinta años, hasta su fallecimiento en 1834.
Poco antes, en 1798, había publicado, de forma anónima, su famoso Ensayo. En este pequeño libro Malthus defendía la idea de que la sociedad humana, si no se encuentra con frenos que lo eviten, tiene tendencia a crecer de forma mucho más rápida que la producción de alimentos. El problema que se plantea es, por tanto, grave; y si no se llega a una situacióncríticaes porque realmente funcionan algunos frenos, ninguno de los cuales gustaba demasiado, por cierto, a nuestro autor. El primero sería la miseria, término con el que designaba las incontables desgracias que, a lo largo de la historia, habían impedido el crecimiento de la población. El segundo freno tenía una connotación moral mucho más clara, incluso en su denominación: el vicio, que incluiría todas aquellas conductas éticamente condenables que reducían la fecundidad. Su mensaje era, por tanto, una respuesta pesimista al optimismo de buena parte del pensamiento de la Ilustración, que consideraba que el mundo avanzaba de forma clara hacia el progreso y que esto llevaría a una mejora del bienestar de toda la población. En 1793 y 1794, dos autores relevantes de la época, Godwin y Condorcethabían publicado sendas obras en las que manifestaban su fe en un progreso humano prácticamente sin límites. El mensaje de Malthus era, por tanto, un ataque directo a esta visión de la sociedad. En 1803 publicó Malthus -esta vez con su nombre en la portada- una edición muy ampliada de su Ensayo, que lo convertía en realidad en un libro bastante diferente. Yen ella llamó la atención sobre un tercer freno posible, que denominó “restricción moral” y que definió como “la abstención del matrimonio que no es seguida de la satisfacción irregular”.
No cabe duda de que, desde el punto de vista del análisis económico, la argumentación de Malthus adolece de graves defectos. El más importante de los cuales es que en su modelo el progreso técnico no desempeña papel alguno; es decir no se considera la posibilidad de que se pueda aumentar de forma significativa la producción de alimentos en un terreno de una dimensión determinada mediante una mejora de las técnicas de cultivo, lo que lleva a predicciones necesariamente erróneas.
Pero los debates sobre el libro, que han llegado hasta nuestros días, se han centrado más bien en las cuestiones relacionadas con las fórmulas que se podrían aplicar para reducir las tasas de crecimiento de la población, el control de natalidad entre ellas. Y hay que señalar que las ideas de Malthus tienen muy poco que ver con lo que se han venido a denominar políticas nralthusianas. Nuestro autor era, como hemos visto, un hombre religioso, que siempre se opuso al uso de técnicas anticonceptivas. Y tal oposición no se basaba sólo en principios morales. En su opinión, la familia era un estímulo para que la gente trabajara más e hiciera progresar así la economía de su país. Y en su Ensayo escribía: “Rechazaré siempre cualquier modo artificial o antinatural de controlar la población, tanto por su inmoralidad como por el hecho de que suprimen un estímulo que resulta necesario para la laboriosidad… Las restricciones que yo recomiendo son algo muy diferente, no sólo porque son aceptables desde el punto de vista de la razón v sancionadas por la religión, sino también porque constituyen un incentivo a la laboriosidad”. En pocas palabras, Malthus no era, ciertamente, un malthusiano.