La ciudad de Ingolstadt (Baviera) encarna el modelo de avance económico alemán de los últimos años, fruto de las políticas de oferta introducidas por el canciller Gerhard Schröder con la Agenda de 2010. Sin embargo, su historia como foco de progreso se remonta mucho más lejos. Ya en el siglo XV, allí se construyó la primera universidad de Baviera, y, desde entonces, la ciudad ha sido un ejemplo de desarrollo de capital humano. Con cerca de un millón de habitantes, su crecimiento económico se halla directamente relacionado con las plantas de producción de Audi, pertenecientes al sector automovilístico, el más importante de la economía germana. El despegue experimentado por la ciudad ha sido tan fulminante que llegó a ocupar los primeros puestos en las subidas de precios de la vivienda alemana durante la última década, consecuencia de la gran afluencia de directivos y trabajadores del sector del automóvil, que demandaban una residencia.
Sin embargo, en los dos últimos años la situación ha cambiado de forma radical. La crisis sufrida por el cada vez más denostado motor diésel y la política migratoria de Angela Merkel han creado un fuerte sentimiento de inseguridad en bastantes sectores de la población de Ingolstadt. Después del verano, se han cancelado varios turnos de trabajo en determinadas líneas de producción de Audi, generando una gran incertidumbre sobre el futuro del automóvil. El levantamiento de un importante centro de acogida de inmigrantes en el cercano municipio de Manching complementa ese malestar entre algunos habitantes, que ven peligrar su convivencia, a la vez que se sienten insatisfechos por la manera en que se gastan sus impuestos. Ingolstadt no es más que un exponente de la actual inestabilidad existente, extrapolable a Baviera entera y a toda Alemania.
Hace un año (ver EXPANSIÓN del 22 septiembre 2017), advertimos de que la Gran Coalición del CDU (Democracia Cristiana) y el SPD (Partido Socialista) podría resultar peligrosa. La historia del siglo XX muestra que un abuso de esta forma de alianzas, especialmente en un entorno de crisis económica, puede desencadenar un trasvase de votos hacia partidos de extrema derecha y extrema izquierda, que recogen el descontento de la población. Un antecedente fue lo sucedido en la República de Weimar, entre 1918 y 1933, que derivó en el ascenso de Hitler al poder.
Tal fenómeno se trata hoy de una realidad en Alemania, particularmente a causa de la política de refugiados, que está produciendo una desbandada de votos desde los partidos tradicionales del centro hacia otros que se hallan en los márgenes del arco parlamentario. Una fuga que se puede agravar si persisten los riesgos macroeconómicos y sociales que actualmente acechan a Alemania.
Todos ellos constituyen riesgos que, en el último año, han empeorado considerablemente. Es en este contexto en el que hay que interpretar el resultado de las recientes elecciones en el estado de Baviera, tomándolo como muestra del estado de la situación a nivel nacional. Un varapalo para los partidos que componen la actual Gran Coalición federal: la CSU, formación asociada a la CDU en Baviera, y el SPD. El primero, dominante en Baviera desde la Segunda Guerra Mundial, y que obtuvo durante décadas más del 60% de los votos, cosechó ahora un 37,2%: los peores datos de su historia. Otros partidos minoritarios de la derecha se han apropiado de muchos de los sufragios que tradicionalmente nadie les disputaba en este estrato ideológico. Sus nuevos competidores son los Votantes Libres (con un 11,6%), Alternativa por Alemania (AfD), con el 10,2%, y el partido liberal FDP (5,1%). Esta fragmentación de la derecha se interpreta a nivel federal como un castigo al CSU, por ser uno de los miembros de la coalición de Gobierno.
Por su parte, la izquierda está representada en Baviera a través del resto de los votos computable (30%). En este segmento se ha producido una brutal caída del SPD (9,6%), mientras que el Partido Verde (17,2%) se erige en la segunda fuerza política del Land. Es muy importante destacar la activa y exitosa campaña de esta formación ecologista para evitar el proceso general de urbanización permanente en Baviera, es decir, la pérdida de suelo rústico, en la que registran cifras récord a nivel nacional. Los Verdes solicitaron la celebración de un referéndum, que el Gobierno bávaro (CSU) rechazó, lo que ha influido en el desplome de sus votantes en los entornos rurales. Una sabia estrategia de este partido era la de presentarse como oposición a nivel local, pero asumiendo bastantes políticas comunes a nivel federal con la CDU y el SPD. Eso ha conducido al progresivo desgaste y hundimiento de este último en casi todo el país, lo que, electoralmente, ha significado llevarse la mayor parte del fracaso de la Gran Coalición.
INTERROGANTES
Estos resultados de los comicios de Baviera dejan abiertos algunos interrogantes, como la posible fractura entre los socios mayoritarios del Gobierno de Berlín, o la debilidad de la candidatura de Merkel a la jefatura del CDU en diciembre.
La siguiente estación del vía crucis para el partido de la canciller será este 28 de octubre, cuando se celebren las elecciones en el también muy importante Land de Hessen (Fráncfort). Actualmente, allí gobierna una coalición del CDU con los Verdes, dirigida por un colaborador de confianza de Merkel, y los pronósticos para ellos resultan todavía peores que en la propia Baviera. Las encuestas les otorgan un 28%, pero con un SPD más fortalecido, que se mantiene alrededor del 24%, en uno de los pocos entornos electorales donde todavía sobrevive. Si los resultados son malos para el CDU, como predicen los sondeos, es posible que Merkel se tenga que someter a una moción de confianza en el Parlamento. Pero nada se moverá en la política federal, como mínimo, hasta que pase tan decisivo trance.