Los padres fundadores de Estados Unidos establecieron en la Constitución una práctica llamada colegio electoral. Se diseñó en origen como un amortiguador entre las masas y el más alto cargo del gobierno, y, con la intención de complacer a todos los delegados en la Convención de 1774, llegó a convertirse en una aportación importante para el proceso electoral de Estados Unidos. Actualmente, se trata del mayor ritual del mundo contemporáneo.
Los delegados se dividieron en tres grupos, que conforman el compromiso que tenemos hoy. Estaban quienes querían que el pueblo eligiese directamente al presidente, y un grupo opositor que pensaba que eso daría demasiado poder a un líder. Otros preferían que el Congreso escogiera al presidente, aunque algunos se oponían porque, a su juicio, eso podría ocasionar demasiada corrupción entre el Legislativo y el Ejecutivo. Finalmente, el consenso que alcanzaron quedó plasmado en el sistema vigente hoy en día. Los ciudadanos votan en noviembre, en lo que se conoce como voto popular. En contra de la creencia generalizada, esto no determina la sede presidencial. Lo que los electores están decidiendo es quién les representará en la votación del colegio electoral que se llevará a cabo en diciembre de ese mismo año. El número de electores equivale al de representantes en el Congreso. Hoy en día, el colegio electoral de un Estado suele estar compuesto por el ganador de los partidarios del voto popular. Solo ha habido un puñado de excepciones en las que un electorado no ha votado en el mismo sentido que el partido escogido por el voto popular de ese Estado. En la mayoría de ellos, también existe un método de votación en el que el candidato que obtiene la mayoría de los sufragios consigue también todos los del colegio electoral para ese Estado.
La razón por la que recientemente ha habido debates y cuestionamientos sobre este método es que, en las pasadas elecciones, se ha dado el caso de candidatos que ganaron el voto popular pero no el del colegio electoral. Como el colegio electoral tiene este poder y mérito, los candidatos enfocan sus energías en unos pocos Estados considerados “indecisos”. Así, en ellos se realiza una campaña especialmente intensa, ya que sus votos en el colegio electoral pueden marcar la diferencia a la hora de ganar la presidencia, y es difícil predecir cómo o qué se votará en esas áreas. Más allá de que, a causa de este sistema, solo se haga campaña en algunos Estados, muchos electores sienten que no se escucha su voto cuando su candidato no resulta elegido a pesar de ser el candidato popular en cifras absolutas. Por ello, algunos académicos, junto con ciudadanos de a pie, consideran anticuada esta práctica, y que no reviste ya los mismos beneficios que cuando la crearon los padres fundadores en 1774. Sin embargo, el colegio electoral sigue constituyendo una parte vital de la democracia estadounidense.
Uno de los principales argumentos a favor de eliminar el colegio electoral reside en que, en los primeros años de existencia de Estados Unidos como nación, la información no se hallaba tan extendida y la gente estaba menos formada, por lo que el colegio electoral resultaba necesario. Esto es parcialmente cierto, pero no un argumento determinante. Aunque ahora vivamos en la era de la comunicación y cualquier persona pueda acceder a los contenidos en cualquier momento, muchos no la buscan en su forma más pura e imparcial. El aumento de la polarización ha hecho que la información esté contaminada en muchos de los cauces en los que el votante medio estaba acostumbrado a obtenerla. En lugar de buscar ideas que desafíen sus propias creencias y conocimientos, afirman lo que ya pensaban. Los colegios electorales ofrecen a los votantes la oportunidad de compartir su opinión con el electorado, pero protege de que las masas escojan a un candidato que no hayan investigado completamente y que no conozcan. En un mundo perfecto, el elector estaría bien informado sobre los temas que está votando. Pero, en la realidad, muchos no se toman el tiempo requerido para hacerlo y, por tanto, el colegio electoral se trata de una precaución útil ante los problemas que esto podría ocasionar.
El colegio electoral se trata de una precaución útil ante los problemas que podrían surgir
Si el colegio electoral cambiara en dos aspectos, esta práctica sería más moderna y reflejaría mejor el voto popular, de modo que la gente se sintiera más escuchada. El primer punto de mejora consistiría en modificar el sistema para que el ganador no se lo lleve todo y se represente con mayor precisión el voto de ese Estado. Más similar, por tanto, a la forma en que funciona una elección para el Congreso, en la que el candidato que gana un distrito obtendría el voto del colegio electoral. Esto también provocaría que, en campaña, se entrara en contacto con más votantes, en lugar de con, solo, los de unos pocos Estados. El segundo punto pasaría por que el colegio electoral volviera a ser uno con buena formación, y no únicamente leal a los partidos. Estos seleccionarían a sus electores para un año, tanto si al final votan como si no, y con base en los méritos que tienen en el partido. Parecido a como algunos Estados evitan el fraude electoral, con un abogado independiente que reordena los distritos, o al Estado de ordenación de California, que fue cambiado a un sistema basado en el mérito, el colegio electoral debe basarse en la cualificación. Participación activa en un partido, pero también una demostración del profundo conocimiento del candidato, una alta eficacia electoral, y una implicación a largo plazo con la democracia estadounidense.
Los padres fundadores nunca concibieron el colegio electoral como la manera perfecta de elegir al jefe del poder Ejecutivo, pero crearon un sistema sustentado en el compromiso, y escribieron un documento que, hasta la actualidad, se ha mostrado sólido. El mantenimiento del colegio electoral es vital para la democracia estadounidense, y, con unos retoques, podría convertirse en el sistema que los padres fundadores tenían en mente.