Una economía caracterizada por el derroche y la mala gestión política
20 de septiembre de 2020

La crisis del covid-19 ha afectado al conjunto de las economías europeas. Sin embargo, la economía española presenta una clara ralentización de la recuperación tras la importante caída del PIB y la aplicación de mecanismos laborales como los ERTE que sumados a la incertidumbre de la pandemia hacen necesarias reformas para no perpetuar la mala situación del sistema.

Como se ha podido observar en diversos estudios que se han ido publicando al respecto, la recuperación de la economía española, como era de esperar, volverá a ser más lenta que la experimentada por el conjunto de economías homólogas de la Unión Europea.

Pese a observarse mejoras en indicadores como la producción industrial, el escaso peso que supone la industria, sumado a otro elenco de indicadores que no constatan la misma realidad, pone de manifiesto un claro descuelgue de la economía española en su insistencia, así como su necesidad, de recuperar los niveles previos a la pandemia.

Como arroja el último informe del Banco de España, en la misma línea que lo hace Funcas, la economía española, en aras de lo que ofrecen los datos que recogen la actividad de la pandemia, prevé sufrir una contracción mayor de lo esperado.

En este sentido, el organismo, que ya preveía, en línea con las previsiones realizadas desde Fundación Civismo, una caída del PIB del 11,6%, ha realizado un nuevo reajuste lastrando el PIB en hasta un punto porcentual para el cierre del año.

Así, el PIB español, al cerrar el 2020 podría llegar a sufrir un retroceso que se situase en el 12,6%. Como vemos, un retroceso que dejaría a la economía española, a la vez que más deteriorada, más lejos de esa recuperación que esta precisa para salir del atolladero en el que, en estos momentos, se encuentra.

Si bien es cierto, la economía española, en el contraste realizado por BBVA research con los efectos de la crisis de 2008, muestra un menor acoplamiento en la destrucción de empleo, con relación a la contracción experimentada por el PIB.

Pese a haber registrado durante el segundo trimestre una contracción sin precedentes que llegó a rozar el 19%, la destrucción de empleo, aun siendo notable y la mayor de toda Europa, fue menor de lo que se esperaba, teniendo en cuenta la contracción y el comportamiento que presenta el mercado laboral español.

Los ERTEs, así como la liquidez que inundaba la economía, permitieron esa hibernación que, en cierta forma, salvaguardaba la pérdida de capacidad productiva hasta que la disipación de la pandemia permitiese la reactivación.

Sin embargo, la incertidumbre sobre el futuro próximo, en un escenario en el que los rebrotes siguen dándose con tasas que reflejan una mayor intensidad, dificultan la recuperación de otros sectores que, a diferencia del industrial, requieren de una mayor confianza de la ciudadanía para su funcionamiento.

Sectores que, dicho sea de paso, presentan, como es el caso del turismo, un gran peso en la economía española, tan importante o más que la propia industria. Lo que ha provocado que, como muestran los datos, no solo esté justificada la caída del PIB, sino que, como muestra ahora el organismo, se produzca un mayor deterioro en la contracción, así como un menor dinamismo en la recuperación económica.

Esto es importante destacarlo, pues la economía española, y hacía alusión en párrafos anteriores a dicha situación, presenta, en fases de crisis, una menor resiliencia, así como una mayor vulnerabilidad, que otras economías del continente europeo.

Las divergencias que presenta España; el deterioro de nuestra economía durante los años predecesores a la pandemia; así como el peor comportamiento de un mercado laboral más vulnerable y capaz de destruir empleo, dificultan la recuperación de la economía española, manifestando la necesidad de implantar reformas estructurales que solventen dicha situación para el futuro. Unas reformas que, cabría añadir, podrían iniciarse con la utilización de los fondos de los que nos ha dotado la Unión Europea.

Esto es un auténtico problema, sobre todo en el largo plazo. Y ya no por el hecho de que la economía española, así como su ciudadanía, sufra más durante los periodos de contracción y, por ende, afecte a la Unión Europea en materia de desigualdad. Sino por el hecho de que, como hemos podido observar durante las negociaciones sobre el rescate en Bruselas, existen tensiones entre los países miembros, al observarse un comportamiento de determinados países que, en aras de favorecer sus intereses privados, no respetan la estabilidad y el rigor presupuestario europea; incumpliendo constantemente, dicho sea de paso, los Pactos de Estabilidad y Crecimiento (PEC) que se acordaron entre los países miembros. De esta forma, el derroche, habiendo tenido que ser paliado por Europa en dos ocasiones, en 20 años de historia, ha comenzado a molestar en sede comunitaria.

Esto se manifiesta en la gestión del gasto público en el país, así como los ingresos. En este sentido, la economía española solo ha presentado una estructura presupuestaria en la que los ingresos superaban a los gastos entre los años 2005 y 2007. Desde entonces, el gasto en España, por norma general, ha sido siempre superior al ingreso que, por otro lado, recibía el país.

Para hacernos una idea de lo que comentamos, haciendo referencia al ejercicio pasado, en 2019, los gastos sumaron 521.949 millones de euros. Esto, con relación al nivel de PIB, supone más de un 40% de dicho volumen. Por su parte, los ingresos, pese a haberse situado, como recogen los principales portales estadísticos en el país, en niveles máximos a cierre del 2019, se quedaron en 476.974 millones (un 39%).

Por tanto, debemos ser conscientes de la situación que presenta España, pero también de la gestión que nos precede. Pues, ante el nuevo deterioro, tanto el empleo como el déficit podrían cerrar el año superando los niveles proyectados por el organismo previamente.

Esto, teniendo en cuenta el claro descuelgue que comentamos de la economía española y la situación en la que quedaríamos, anima a aplicar unas reformas que, de no darse, no solo hace peligrar el proyecto europeo y, por ende, las ayudas que en estos momentos recibimos, sino que perpetuará dicha situación en la historia de nuestro país, ante cada crisis que, como fase correspondiente al ciclo económico, experimente nuestra economía.

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