Durante los últimos años, algunos tertulianos que se prodigan hablando de economía en radio y televisión pregonan una fórmula mágica para crear empleo: impulsar los precios de forma artificial. Estos supuestos entendidos indican que la economía está paralizada, en gran medida, porque muchos ciudadanos prefieren ahorrar a consumir, lo que provoca que falte trabajo. Si todo el mundo desembolsara el dinero que tiene, dicen, se generaría un círculo virtuoso: las empresas volverían a contratar para dar salida a un nú- mero creciente de pedidos, los nuevos ocupados gastarían, a su vez, su sueldo, y la economía ganaría en dinamismo. Y, para lograrlo, nada mejor que hacer que los precios suban poniendo más dinero en circulación, de forma que a nadie le compense ahorrar. Es lo que se conoce como Curva de Phillips, que muestra que, a más inflación, se crea también más empleo. El problema de esta fórmula, aparentemente milagrosa, es que no funciona en el largo plazo.
Como pone en evidencia la evolución de las regiones españolas entre 2002 y 2016, las que han sufrido un mayor aumento de precios no arrojan necesariamente un mejor comportamiento del empleo. Este es el caso de Cataluña, que lidera las subidas (con un incremento del 36% en los últimos 14 años), pero donde el mercado laboral se robustece al mismo ritmo que la media. O de País Vasco, con una inflación más intensa que la media y la segunda menor creación de empleo de toda España. En Baleares, en cambio, la contratación se ha disparado gracias al turismo, mientras que los precios han repuntado de forma más controlada que en el conjunto nacional. Lo mismo sucede en Canarias, Castilla-La Mancha o Madrid, donde el número de ocupados crece a un ritmo muy superior a la media española, aunque los precios vayan por detrás. Naturalmente, hay casos donde las dos variables aumentan con fuerza (La Rioja o Murcia), y también donde ambas se incrementan a una menor velocidad (Extremadura o Navarra), pero la desviación general de la ‘norma’ es tan grande que echa por tierra cualquier asociación directa.
Esto se debe a que, en pocos meses, los resultados se desvanecen, produciendo un efecto rebote. Las subidas de precios hacen que los trabajadores reclamen aumentos salariales cada vez mayores y, al poco tiempo, los productos nacionales dejan de ser competitivos con el exterior y las empresas se ven obligadas a recortar empleo o declararse en concurso de acreedores. Además, como existe menor ahorro en la zona, es más difícil acometer las inversiones necesarias para mantener las compañías a flote. Por eso, los esfuerzos por inflar los precios de forma artificial acaban generando una economía más vulnerable, propensa a expansiones desmedidas y a recesiones pronunciadas. Por el contrario, moderarlos ayuda a controlar los costes empresariales (no sólo salarios, sino también alquileres, bienes intermedios o servicios), permitiendo que las compañías crezcan a base de exportar más y reinvertir sus beneficios. Es cierto que esta vía no origina despegues milagrosos, pero sí más sólidos y sostenibles en el largo plazo.