Uno de los temas omnipresentes y más recurrentes en el análisis de la economía mundial es la importancia de un grupo de países que han sido a lo largo de los años los protagonistas del proceso de desarrollo: las BRICS. Este acrónimo agrupa desde principios de los 2000 a economías tan heterogéneas pero unidas en el mismo proceso del «cohete económico» (parafraseando a José Piñera) como Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica, las cuales emergieron de la crisis asiática de 1997 y protagonizaron la segunda gran ola de desarrollo siglo y medio después de lo que se conoce como países desarrollados.
Pero el denominador común que les unió hace años, a día de hoy es difícilmente visible, dado que se han producido importantes diferencias en el comportamiento que han tenido estos países tanto en desarrollo económico como social. Las enormes diferencias de punto de partida y una evolución institucional dispar han terminado por separar en la práctica tanto a los países como al discurso único de intereses comunes que durante años fue dominante en la literatura económica, hasta el punto de llegar a plantear una alternativa al sistema de Bretton Woods. Sin embargo, de la tesis original de Jim O’Neill y Goldman Sachs sólo sobrevive China como segunda potencia económica global e India con los mejores datos de crecimiento nominal y real a día de hoy dentro de las grandes economías del globo.
Si algo enseña la evolución de las BRICS es que por muy buenas condiciones de base que se tengan y por muy buenas perspectivas que haya, es condición necesaria pero no suficiente para mantener un proceso de desarrollo a largo plazo. Son claves dos cosas: una, la convergencia en crecimiento-PIB per cápita y dos, la convergencia institucional. Con respecto al primer elemento, las BRICS se han separado en tres grupos: el primero con India y China con tasas de crecimiento del PIB per cápita superior en promedio al 6% anual; el segundo, Brasil y Suráfrica con un promedio del 2% y, por último, Rusia como «outsider» con un comportamiento irregular.
Y el segundo es crucial. China y Brasil han avanzado significativamente en la calidad institucional reduciendo la corrupción y fortaleciendo los derechos de propiedad, pero Rusia, India y Suráfrica han dado bastantes pasos hacia atrás y desembocando, por tanto, en una divergencia clara, tal como reflejan Rajeev K. Goel e Iikka Korhonen (Inesad, 2011). Por ello, es necesario analizar el comportamiento de los países por separado, dentro de una nueva oleada de globalización y bilateralismo geopolítico que se consolidará en los próximos años.