Sálvese quien pueda. Esa parece ser la misiva que se ha trasladado desde las instituciones europeas a los diferentes Estados miembros ante la crisis del coronavirus. Y no es una misiva expresa, sino tácita, que se da a entender ante la impasibilidad de la Unión Europea en los primeros compases de esta crisis. Inacción que ha tornado en una mera contribución a la financiación de la estampida sanitaria y política de los diferentes países. En eso consiste la movilización de unos fondos estructurales por valor de 37.000 millones de euros (inicialmente fueron 25.000 millones) que aprobó Bruselas la semana pasada para ayudar a pagar las 27 estrategias distintas de los 27 Estados miembros.
La última crisis ya hizo que se tambalearan los mismos cimientos de la Unión, pues la tardanza inicial de la respuesta de Bruselas puso en peligro la supervivencia del euro. Y, como durante aquélla, en esta ocasión se aprecia la existencia de bandos que no hacen sino agravar la crisis sanitaria, que también lo es económica y política. Por un lado, se halla Francia, liderando un grupo de países que aboga por un estímulo fiscal coordinado que mitigue el enorme impacto que están sufriendo las economías europeas. Enfrente se encuentra el bloque encabezado por Alemania, que, como viene siendo habitual, teme que el mensaje de Macron no sea sino una escenificación con miras a saltarse la férrea disciplina fiscal impulsada por Merkel y traspasar recursos del norte hacia el sur de Europa.
Sea como fuere, la necesidad de una respuesta contundente resulta prioritaria, especialmente a la vista de que tanto la UE como la Eurozona entrarán en recesión en 2020, algo que ya han confirmado organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional. Como señaló el director general de Asuntos Económicos de la Comisión Europea, Maarten Vervey, “es muy probable que el crecimiento de la eurozona y para la UE en su conjunto caiga por debajo de cero este año y posiblemente muy por debajo de cero”. Perspectivas nada halagüeñas que Bruselas cifra en una caída aproximada de 2,5% del PIB europeo por motivo de la pandemia.
La del Coronavirus es ya la mayor crisis del siglo veintiuno hasta la fecha, por delante de la Gran Recesión de 2008. Sin embargo, no será la última. Por ello, resultan fundamentales dos preguntas. La primera es si la UE aprenderá de una vez a dar una respuesta coordinada a las crisis que afectan a todos por igual. La segunda, y más escatológica, es si, cuando venga el próximo apocalipsis, habrá una UE que siga en pie. Pues bien, será su capacidad de respuesta, más aún que la voluntad de los Estados, lo que determine esto. Y es que hoy, ante el peligro y la incertidumbre, los europeos no miran a Bruselas, sino a su capital. No suplican (ni esperan) que la UE los salve, sino que vuelven la cabeza hacia su país.
Bruselas redobla esfuerzos estos días tanto para ser una fuerza positiva y efectiva como para parecerlo, pues se juega mucho en esta crisis. Como aseguró Ursula Von der Leyen: “haremos todo lo que sea necesario para apoyar a los europeos y a la economía europea”, parafraseando las famosas palabras con las que Draghi salvó al euro en 2012: “Whatever it takes”. Sin embargo, ¿bastará en esta ocasión con palabras? Quizá no sea suficiente. Es hora de pasar a la acción.