¿Cuál puede ser el coste económico de la pandemia que hoy sufrimos? Cualquiera que consulte estos días la prensa económica, encontrará opiniones muy diversas sobre el tema, e incluso algunas tentativas de estimaciones cuantitativas. Hoy es muy difícil, sin embargo, hacer un cálculo que tenga un mínimo de precisión, ya que el problema está lejos de su final y no sabemos cómo van a reaccionar en las próximas semanas –y en los próximos meses– los gestores de la política económica de los países más importantes. Pero puede resultar interesante intentar una taxonomía de los costes a los que nos vamos a enfrentar.
A la hora de analizar las consecuencias económicas de cualquier catástrofe –sea un desastre natural, una guerra o una gran epidemia–, hay que distinguir con cuidado sus diversos efectos, que no tienen las mismas características en todos los casos. Y cabe señalar al menos cinco posibles causas del deterioro de la economía que se produce en tales circunstancias. El primer factor –y el más trágico, sin duda– es el de la pérdida de vidas humanas. La muerte de una persona no sólo supone una desgracia para ella misma, para su familia y para sus amigos, sino también una pérdida de capital humano y –en muchos casos– de capacidad para generar riqueza en el futuro. No parece, sin embargo, que tal reducción de la capacidad productiva vaya a ser muy alta en nuestro caso. En primer lugar, porque el número de fallecidos no será muy elevado, al menos si lo comparamos con el número de muertos que suelen producir las guerras o incluso epidemias como la famosa gripe de 1918. Y, por otra parte, un porcentaje muy significativo de los fallecidos corresponde al grupo de personas de edad relativamente avanzada, que ya estaban jubiladas o cerca de la edad del retiro.
Otro elemento importante es la pérdida de capital físico que se puede experimentar en el caso de una guerra o una gran catástrofe natural (destrucción de infraestructuras, viviendas, fábricas etc.). Pero, en nuestro caso, tal coste será prácticamente cero.
El tercer factor tiene su origen en la necesidad de dedicar, durante cierto tiempo, recursos productivos a actividades relacionadas directamente con la tragedia. Cuando un país entra en guerra, por ejemplo, tiene que reorientar factores de producción –humanos y físicos– a la creación de material bélico, cuyo valor económico se reduce de manera sustancial en el momento en el que la contienda termina. En la pandemia del coronavirus tales costes existen también, ya que va a aumentar significativamente el gasto en asistencia hospitalaria, medicinas etc. Pero, en términos de PIB este gasto va a ser muy poco relevante.
Y llegamos al cuarto elemento del coste, mucho más importante –en términos económicos, aunque no humanos– que los tres primeros: la paralización de la actividad en la creación de bienes y servicios. Las peculiares características de la epidemia han llevado a una reducción de la actividad económica en buena parte del mundo; y esto va a suponer una reducción del PIB, cuya cuantía, seguramente, no será despreciable. El resultado final dependerá, naturalmente, de cuánto tiempo duren las medidas sanitarias que hoy se aplican. Pero me temo que muchas empresas tendrán que cerrar y otras reducirán el número de sus empleados, lo que generará un aumento temporal del paro. Y esto implicará una reducción de la demanda de bienes de consumo, que hará más difícil conseguir una nueva fase de expansión sólida.
Ahora bien, la salida de esta crisis, como la de casi todas las crisis, va a depender en buena medida de las expectativas y de lo que hagamos quienes en ella estamos implicados; y en especial, de lo que hagan quienes van a decidir las medidas de política económica a aplicar. No cabe duda de que el descubrimiento de una vacuna a corto plazo sería un estímulo muy importante al crecimiento ya que mejoraría sustancialmente las expectativas. Y de que una mala estrategia económica tendría el efecto contrario. Por ello, el quinto factor que puede elevar el coste económico de la pandemia es una política económica desafortunada que no genere confianza en los mercados. Y es importante señalar que una estrategia económica no es mejor que otra por el hecho de que muchos países coincidan en su aplicación. Por mencionar el caso que hoy está en la mente de todos, un acuerdo entre los países de la Unión Europea puede ayudar al crecimiento económico si se hacen bien las cosas; es decir, si se facilita la financiación a los mercados, si no se persigue fiscalmente a la actividad productiva y si no se distorsionan aún más los mercados de trabajo. Pero podría tener efectos negativos si se hiciera lo contrario o se intentara frenar la globalización, que parece haberse convertido en la bestia negra de la crisis, aunque haya sido el factor de desarrollo más importante de las últimas décadas para gran parte del mundo. Los políticos tienen hoy la oportunidad de hacer cosas sensatas. Sería lamentable que se convirtieran en un obstáculo para la recuperación.