El Comité que otorga el Premio de Economía del Banco de Suecia en honor a Alfred Nobel sorprende a veces al mundo de la economía académica. En esta ocasión la sorpresa no se debe a la personalidad de los galardonados –economistas bien conocidos en sus respectivos campos de investigación y candidatos muy sólidos al premio– sino al hecho de que el comité se ha propuesto premiar –en sus propias palabras– la integración de la innovación y el clima con el crecimiento económico. Pero lo cierto es que Nordhaus y Romer han trabajado sobre cuestiones muy diferentes y encontrar un vínculo de unión entre las obras de ambos con el argumento de que uno y otro se han preocupado por el crecimiento económico y su sostenibilidad en el largo plazo resulta bastante forzado. Pero, en fin, se ve que se quería galardonar a ambos y alguna justificación había que buscar.
Paul Romer ha sido, sin duda, uno de los economistas más brillantes del mundo a lo largo de los últimos treinta años. Su peculiar carrera académica, con entradas y salidas del mundo universitario y de algunas de las instituciones más relevantes del mundo económico –el Banco Mundial es la más conocida, sin duda– su paso por el mundo empresarial y sus provocaciones a otros miembros destacados de la profesión lo han convertido en un enfant terrible, de conducta impredecible, pero del que siempre hay que esperar una idea original o una crítica inteligente.
Su principal aportación al análisis económico es la denominada teoría del crecimiento endógeno. Lo que se quiere expresar con tal concepto es que, a diferencia de modelos anteriores en los que los motores del crecimiento –fueran la tasa de ahorro o el progreso técnico– eran considerados factores externos, esta teoría afirma que la expansión del conocimiento y las ideas innovadoras, que son los factores que realmente promueven el crecimiento, puede ser generada internamente por el propio mercado. Y especial interés tiene su aplicación de la teoría de los bienes de consumo no rival al conocimiento, la ciencia y la tecnología. La distinción entre bienes de consumo rival y no rival tiene una larga tradición en el análisis económico y ha permitido explicar cuestiones tan diversas como la necesidad de financiar los bienes públicos por vía impositiva o el desarrollo de la economía cooperativa que se basa en el uso de bienes que, en determinados momentos pierden su condición de consumo exclusivo por su propietario. Pero si el conocimiento es la base del desarrollo económico y aquél puede ser utilizado simultáneamente por multitud de personas y empresas y, además, no tiene necesariamente que experimentar los rendimientos decrecientes característicos de las inversiones en capital físico, se puede reformular la teoría del crecimiento y diseñar políticas adecuadas para conseguir un mayor desarrollo, en las que el avance de la ciencia y de la tecnología desempeña un papel fundamental.
La última campanada académica de Paul Romer fue su crítica a los modelos de ciclo real, difundida a través de un artículo colgado en internet el año 2016 con el expresivo título The Trouble with Macroeconomics. En este trabajo atacaba, con nombres y apellidos, a economistas muy destacados, algunos de ellos galardonados con el Premio Nobel. Afirmaba Romer que los modelos de ciclo real –que consideran, por ejemplo, que la política monetaria es prácticamente irrelevante como factor explicativo de la evolución del ciclo– están en contradicción con lo que ocurre en el mundo. Pero su crítica iba más allá de aspectos concretos de la teoría. Llegaba a decir que estos modelos no son ni siquiera científicos, ya que, en la práctica, son incontrastables; y que, si aún se siguen utilizando, es por un respeto excesivo a quienes en su día los formularon con unas matemáticas inadecuadas para los problemas estudiados. En la expresión acuñada por el propio Romer, nos encontramos con un problema de mathiness, es decir del uso de formulas matemáticas complejas para dar apariencia científica a conclusiones muy discutibles; crítica que, por cierto, ya había formulado Hayek muchos años antes.
Que Romer era uno de los favoritos al Nobel es evidente. Que a algunos colegas puede no haberles gustado la decisión del Banco de Suecia, también. Pero esa es otra historia.