La economía de China crecerá este año un 6,9% y en 2016 un 6,7%, según publicó ayer The Economist. Esto significa que el Producto Interior Bruto de China está creciendo a su ritmo más bajo de las últimas décadas. Esta desaceleración de la actividad económica podría generar un alza del desempleo y quiebras de empresas, agravando las tensiones sociales que ya son altas. No puede extrañar que los mercados, organismos internacionales y los gobiernos de los diferentes países del mundo estén preocupados acerca del impacto de la desaceleración de China sobre la economía global.
Esta preocupación tiene sentido porque China es el país con mayor tamaño poblacional y económico del mundo. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), en 2014 China se convirtió en la primera potencia económica del mundo. El país asiático es responsable del 16,5% del PIB global, si se mide a paridad de poder adquisitivo, por encima de Estados Unidos (EEUU) que pasó a un segundo puesto con una participación del 16,3%. Ello se ha debido a que durante los últimos 35 años China ha estado creciendo a un ritmo extraordinario (una media anual del 10%) y aunque EEUU también ha crecido lo ha hecho a un ritmo mucho menor (2,7% de media anual). Ésta es la razón por la que China ha superado a EEUU al menos si se mide a paridad de poder adquisitivo.
Además, y desde el año 2008, es el mayor exportador mundial de bienes, desplazando a EEUU y Alemania. Actualmente, la participación china en las exportaciones mundiales es del 12% (EEUU tiene una cuota del 8% y Alemania representa el 7%). Sigue siendo, además, un destino muy codiciado para la inversión extranjera, por sus reducidos costes laborales y su abundante mano de obra; y cada vez más es un mercado de servicios en el que las empresas financieras y de telecomunicaciones, chinas y extranjeras, buscan satisfacer las necesidades de más de 1.350 millones de consumidores.
La importancia del consumo
Unas necesidades de consumo que van en aumento. Efectivamente, desde el año 2011 el Comité Central del Partido Comunista se propuso mejorar el nivel de vida de los ciudadanos. Para ello planteó un cambio de modelo económico consistente en apoyar más el consumo interno a la vez que se reducía el papel que juegan las exportaciones. Entre otras medidas el gobierno chino aplicó entre 2011 y 2014 una política de apreciación de su moneda (el yuan) para abaratar las importaciones y reducir las exportaciones. El tipo de cambio pasó de 7 yuanes/dólar en 2011 a 6 yuanes/dólar a comienzos del año 2014. El objetivo de esta política económica era que los chinos pudiesen disfrutar de una mayor cantidad de bienes y servicios para consumir.
Pero este cambio de modelo ha tenido como resultado un menor crecimiento económico ya que las exportaciones han dejado de ser el motor del crecimiento, no solo por el tipo de cambio apreciado sino también porque ha empeorado drásticamente el crecimiento de otros países emergentes y con ello su demanda de importaciones desde China. Para evitar una posible debacle y recuperar el crecimiento, el Banco Central de China inició el año pasado (y con más intensidad este verano) una política consistente en depreciar el yuan hasta alcanzar la paridad actual de 6,4 yuanes/dólar.
La depreciación del yuan
Con esta política de depreciación de la moneda se ha conseguido neutralizar la entrada de divisas de origen especulativo que apostaban por una continua apreciación del yuan y también ha supuesto un apoyo a los exportadores del país. El que la economía china no acabe de recuperarse a pesar de la depreciación de su moneda es una muestra más de la debilidad que está sufriendo la economía mundial y del retardo que se suele producir entre la toma de decisiones de política económica y sus efectos sobre la economía.
En definitiva, no sabemos si el gobierno chino será capaz de reemplazar el actual modelo de crecimiento centrado en las exportaciones y la inversión por otro más orientado al consumo privado. Sin embargo, es un cambio que merece la pena. Esta semana Christine Lagarde la directora gerente del FMI, se mostró dispuesta a ayudar a China mientras el país sufra las consecuencias del cambio de su modelo económico dirigido a dedicar más recursos al consumo privado como motor del crecimiento económico.
Por eso y a pesar de las consecuencias negativas del corto plazo, el aparato productivo chino debería seguir reemplazando poco a poco la producción volcada y dedicada a las exportaciones, como motor de su crecimiento económico, por una producción más dirigida a satisfacer la demanda interna. Un aumento del consumo que debe ir acompañado por una mayor igualdad y justicia social. Y esto es importante porque las grandes desigualdades sociales en China y la baja cualificación de gran parte de su mano de obra, están muy lejos del paradigma de igualdad que proclama el Partido Comunista. Además, los desequilibrios continuarán en el futuro ya que, según Naciones Unidas, el consumo de los habitantes más pobres está creciendo de forma más lenta de lo que lo hace el de los más ricos. Un dato: China es el segundo país con más millonarios del mundo (después de EEUU).
Conseguir que el tránsito hacia un nuevo modelo económico tenga éxito va a depender también de cómo se enfrente China a algunas de sus tareas pendientes que favorezcan la entrada de inversión extranjera: 1) reducir de forma efectiva la participación del estado en la economía y liberalizar el mercado de servicios, cuestión que será especialmente ventajosa para las empresas europeas con presencia en el país; 2) aumentar la confianza introduciendo más transparencia en la información económica y reducir los niveles de corrupción; y 3) aumentar el cumplimiento de la normativa internacional del comercio, a la que se comprometió en 2001 al entrar en la Organización Mundial de Comercio, especialmente la relacionada con los derechos de propiedad intelectual.
Así las cosas, las autoridades chinas se encuentran en la tesitura de apostar o no por el cambio de modelo y, por tanto, por la mejora económica de su población. La paradoja es que en el proceso de transición hacia un mayor consumo de sus habitantes se podría generar en el corto plazo una recesión económica que podría terminar provocando tensiones sociales. Sin embargo, en el medio plazo, el nuevo modelo mejoraría el bienestar de la población lo que además podría abrir el camino a una mayor libertad de expresión y, en general, a que se respeten en mayor medida los derechos humanos (que buena falta hace).