Ayer, la media España a la que todavía le quedan fuerzas y tiempo para seguir la actualidad política quedó estupefacta ante las palabras de Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, acerca de la recomendación que habían hecho Bélgica y Reino Unido (y a la que hoy se ha sumado Alemania) a sus nacionales para que no visiten España por motivo del coronavirus.
“Agradezco que los belgas decidan no recomendar venir a España. Es un problema que nos quitan. Menos riesgo de importación de casos”, señaló Simón sobre los primeros. Y con respecto a la advertencia de Reino Unido, afirmó que ésta “nos favorece” al ser “un riesgo que nos quitan”. Unas palabras del todo improcedentes tanto por el fondo del asunto, que escapa de su ámbito de especialidad, como en la forma, pues tanto por la primera como por la segunda conviene recordar que el sector turístico representa en España más de un 14% del PIB y emplea directamente a casi 3 millones de personas. Un sector que está realizando un esfuerzo ímprobo por salvar lo posible de la temporada alta turística y al que este gobierno, de la mano de Simón y otros designados o autoerigidos portavoces no cesan de golpear, y cada golpe parece la puntilla, si bien sigue resistiendo todavía, aunque lo haga a duras penas.
Simón refuerza así su faceta de ídolo de masas, por parte de algunos, y de enemigo público número uno, por parte de otros, pues sus declaraciones difícilmente dejan indiferente. Las últimas, a las que hago referencia, pueden considerarse como desafortunadas o inoportunas, culpables o inocentes, pero ciertamente suponen un grave daño a la que es la gallina de los huevos de oro de nuestro país; un verdadero insulto que en España roza para muchos lo pecaminoso. A saber, un pecado de simonía en toda regla, y no tanto por su autor, sino por el fondo del asunto. La simonía consiste en la compra o venta, por un precio temporal, de cosas espirituales o anexas a estas. En este caso, se observa el pago de un precio enorme que, no obstante, como siempre sucede cuando “lo público” actúa, será a cargo de todos los españoles. Y esto a cambio de una contraprestación cuasi espiritual pues no cabe duda de que la lealtad que exige el nuevo régimen es del todo inusitada, como tantas otras que afloran últimamente. La bendición de Sánchez parece el justo precio por la miseria de tantos.
El régimen todo lo admite, todo lo promete, todo lo excusa. También lo último de Simón, que ha puesto en pie de guerra al sector turístico, harto de un gobierno que no vela por sus intereses, y ha dado munición a una oposición que a estas alturas debería tener ya el arsenal lleno. Falta ver si decide actuar de una vez, con inteligencia y contundencia, y desalojar a este gobierno inepto, ridículo y que no sólo no está a la altura de las circunstancias, sino que tampoco merece la confianza de los españoles.