En los últimos años, la globalización de la economía ha experimentado una gran impulso en las distintas economías que conforman el planeta. Como digo, estamos hablando que, en cuestión de años, hemos pasado de una red de mercados independientes mediante los que se regían los países, a un mercado completamente globalizado, donde el comercio global se ha convertido en uno de los principales motores de la economía. Un escenario de integración derivado de ese impulso que ha vivido la cooperación.
Aun, si bien es cierto, siendo la guerra comercial uno de los principales lastres al crecimiento del comercio global, la globalización no sufrió apenas paralización por tal fenómeno. De acuerdo con las estadísticas que ofrece la Organización Mundial del Comercio (OMC), el comercio no ha dejado de crecer y aun habiendo frenado su ritmo de expansión, seguía mostrando una gran fuerza en los flujos de mercancías que surcaban mares, cielo y tierra. Un comercio que ha dotado de un gran aporte a economías como China.
Sin embargo, al igual que otros muchos sectores, la crisis del coronavirus (COVID-19) ha tenido una mayor fuerza sobre este. Es decir, desde que el contagio comenzó a trasladarse por los países europeos, los cierres de fronteras, así como la paralización total de la actividad para tratar de contener el brote vírico, ha provocado un descenso nunca visto en estos flujos de mercancías. Un descenso que, de acuerdo con la OMC, se cifra en 50 000 millones de dólares el valor de las mercancías que, debido al coronavirus, han dejado de comerciarse en el mes de febrero, en contraste con enero.
Sin embargo, lo que especialmente preocupa se basa precisamente en esto. Y es que, desde que la globalización se impuso en nuestro planeta, las cadenas de suministro y cadenas de valor a nivel global sufrieron modificaciones en su composición. En cuestión de años pasamos de tener unas cadenas de valor integradas en los distintos países de forma individual a, como veremos, cadenas de valor repartidas entre los distintos países que conforman el planeta. Una especie de aplicación general de la ventaja comparativa que muy bien definía David Ricardo en sus escritos.
Este proceso produjo, como muy bien sabemos, una gran reducción de costes para las empresas. Utilizar la deslocalización para producir todas las manufacturas en países estratégicos como China, y, además, poder hacerlo sabiendo que el producir en China o Taiwán no implica un retraso en los tiempos, les permitió a las empresas poder ofrecer un producto más barato, así como con mayor margen. Sin embargo, una situación que no contemplaba un escenario pandémico. Pues, como hemos visto, desde que comenzó a extenderse el COVID-19, la paralización de la actividad económica en China produjo la paralización de la llegada de suministros al resto del mundo.
Y es que, al igual que la globalización trajo ventajas, también concentró en determinados países mucha producción. En otras palabras, la globalización ha convertido a muchos países asiáticos en la fábrica del mundo, provocando que países como China se hayan convertido en el mayor proveedor de bienes intermedios del planeta, así como el acaparador del 17 % de todo el producto interior bruto (PIB) mundial. Una situación que, al igual que ocurre ahora, tiene sus riesgos, pues reduce la diversificación en la producción global, exponiendo a la producción a riesgos de este tipo.
Esta situación ha reabierto el debate sobre si la globalización es la herramienta más efectiva para la economía global. Mas en un escenario en el que no dejan de sucederse fenómenos de este tipo, coincidiendo con los avisos que, desde la ciencia, van enfocados en la alarma de que este tipo de escenarios, ante un mundo globalizado, se van a dar de forma más frecuente. Una situación que, como vemos en el plano político, ha despertado los nacionalismos, que tratan de frenar este auge que vive el mundo globalizado, institucionalizado por los organismos multilaterales y el cooperativismo.
Ante esto, lo que estamos viviendo en el planeta ha suscitado el debate, así como la hipótesis, de qué habría sido lo que hubiese pasado si esas cadenas de valor que suministraban al mundo, como diría el presidente Donald Trump, hubiesen estado en todos los países que integran el planeta y no externalizadas, y dependientes, en China. Una hipótesis en la que algunos concluyen con escenarios más favorables, donde los recursos sanitarios habrían sido más abundantes, así como todos aquellos recursos que, de una forma u otra, provenían de China y de mercados exteriores.
Una situación que, ante la fuerza que ganan este tipo de mensajes nacionalistas y populistas, están derivando en unas tensiones que amenazan con cambiar el sentido de esta economía, tan globalizada como paralizada. Y es que, el mensaje, aunque parezca un mensaje muy básico, cobra sentido en escenarios de total desabastecimiento. Una situación que no debería de extrañarnos, pues es precisamente en este tipo de escenarios cuando los mensajes populistas calan en la sociedad y salen verdaderamente reforzados. Sin embargo, cuando el hambre aprieta, el refuerzo es aún mayor.
Por ello, y ante esta situación, la economía global podría derivar hacia un escenario menos interdependiente. Cuando salgamos de esta, que saldremos, podríamos comenzar a ver reestructuraciones en esas cadenas de valor, tratando de evitar que, de cumplirse escenarios futuros ya pronosticados similares al actual, la globalización interrumpa, por así decirlo, la recuperación de las economías, así como los suministros para contener la situación. Pues, detengámonos a pensarlo, pero de haberse infectado solo China, la paralización de su actividad económica, únicamente, habría provocado situaciones muy desagradables para el resto de economías. Todo ello contando sin un solo contagio fuera de la frontera asiática.