Los debates sobre la desigualdad, que tanto se han prodigado en estos últimos años, adolecen de una notable falta de rigor, no sólo en lo que se refiere a las propuestas para solucionar el problema, sino también en la medición misma de las magnitudes sobre las que se discute. Un ejemplo relevante: desde hace algún tiempo la evolución de la variable “riesgo de pobreza” se presenta como un criterio importante a la hora de diseñar políticas para mejorar las condiciones de vida de la gente más desfavorecida. Y, sin embargo, es un concepto impreciso que, en realidad, no mide para nada el riesgo de que alguien pase a una situación de carencia de recursos o bienes de consumo básicos, sino la posición relativa de esa persona en la escala de rentas.
El diccionario de María Moliner define el término riesgo como un peligro o la posibilidad de que ocurra una desgracia o un contratiempo. Y éste es el sentido en el que, tanto en el lenguaje habitual como en el lenguaje técnico de la economía, utilizamos esta palabra. Por ello, todos estamos en riesgo de pobreza, ya que algún hecho desgraciado puede llevarnos a tal situación. Pero el riesgo, evidentemente, no es el mismo para toda la gente. La probabilidad de caer en el estado de pobreza varía mucho de unas personas a otras. Por ello tendría sentido hablar de un mayor o menor riesgo de pobreza; pero resulta bastante absurdo trazar una línea de demarcación que divida en dos la población: aquella parte que se encuentra en riesgo de pobreza y la que no lo está.
Las dificultades con este término no acaban aquí. ¿Qué significa en la literatura sobre distribución el término “riesgo de pobreza”. Algo bastante simple: que la renta de la persona –o de la familia– en cuestión se encuentre por debajo de un determinado umbral, que se fija de una forma bastante arbitraria y que suele situarse en el 60% de la mediana de los ingresos por unidad de consumo. Por tanto, determina en qué posición se encuentran estas personas en la escala de la distribución de la renta de un país (la mediana es la variable estadística que representa aquel nivel ingreso por encima del cual se encuentra la mitad de la población, situándose por tanto la otra mitad por debajo). Pero lo curioso es que, tras haber definido la variable de esta forma –que se puede aceptar o rechazar por poco relevante– los estudios que la utilizan consideran que la situación a un lado u otro de este umbral es un buen indicador a la hora de estudiar la pobreza en un determinado país. Y ciertamente no lo es. Veamos un ejemplo sencillo. Supongamos una persona con una renta de 10.000 euros en un país en el que la mediana se sitúa en los 16.000. Como se encuentra por encima del 60% de la mediana, concluiremos que no está en riesgo de pobreza. Imaginemos ahora que las cosas han ido bien para el país y que, algún tiempo después, la renta de esta persona ha crecido hasta 10.500 euros, mientras la renta mediana ha pasado a ser de 18.000. Pues bien, de acuerdo con este criterio, esa persona, que antes no estaba en riesgo de pobreza, ahora lo está. ¿Sorprendente, no? ¿Cómo va a haber entrado en riesgo de pobreza si sus ingresos son ahora un 5% más elevados que antes? Pues así es. Cuando se utilizan criterios equivocados ocurren estas cosas.
Posición relativa
Existen otras formas de medir la pobreza, que reflejan el bajo nivel de vida de mucha gente que no puede disponer de medios materiales que hoy consideramos básicos y ofrecen una visión mucho más adecuada del problema. La cuestión es, ¿por qué se insiste en los índices de posición relativa? Creo que la respuesta es que, con criterios basados en niveles de consumo, no sería posible afirmar, por ejemplo, que un porcentaje significativo de la población europea se ve amenazada hoy por la pobreza. Si analizamos los datos, vemos que, de acuerdo con las estadísticas que se publican cada año, más del 16% de la población de Alemania y más del 15% en Suiza se encuentra hoy en riesgo de pobreza. Dado que ni Alemania ni Suiza son precisamente países atrasados y que sus tasas de paro son muy bajas, resulta bastante sorprendente que pueda alcanzarse tal conclusión. Y es evidente que sólo es posible llegar a ella si utilizamos criterios de posición relativa; es decir, si no medimos la pobreza, sino la distribución.
Pero me temo que hay gente a la que le resulta conveniente –por motivos políticos o simplemente ideológicos– tener argumentos para afirmar que hay mucha gente pobre en todo el mundo, también en los países más avanzados de esa Europa capitalista que tan poco les gusta. Es comprensible, pero no es serio.