Orwell y Huawei
21 de febrero de 2020

Al principio de la era de Internet escribí que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no suponían un peligro sino una oportunidad para las libertades. Corría el año 2006. En mi libro sobre La democracia en peligro dije que no temiéramos caer en el mundo que Orwell había dibujado en su novela 1984. En el país llamado Ingsoc (por Socialismo Inglés), el Gran Hermano usaba las técnicas de espionaje electrónico para saberlo todo sobre el más nimio ciudadano y así controlarlo sin escapatoria posible. Cuando era locutor y escritor de la BBC durante en la Segunda Guerra Mundial, Orwell, socialista y sin embargo amigo de la libertad, había intuido el peligro que las nuevas tecnologías de la comunicación podían suponer para las libertades. Era bien conocido por sus opiniones anticolonialistas y la superioridad le había reclutado para influir en la opinión pública de India y Birmania, las partes del Imperio británico entonces en la línea del frente contra Japón. Su mujer también había contribuido al esfuerzo de guerra en el Ministerio de Agricultura y Alimentación componiendo eslóganes para fomentar el consumo de la patata. De ahí la distopía que imaginó tan vivamente Orwell. Adopté una postura mucho más optimista en mi libro: sostuve que Internet y las nuevas técnicas de comunicación conjuraban ese peligro orwelliano porque devolvían a los individuos el gobierno de su información, sus opiniones y su imaginación. Ahora no estoy tan seguro de lo que entonces escribí, pues menudean los indicios del abuso de esas tecnologías por gobiernos del mundo entero, sobre todo los autoritarios.

Hasta ahora, el modelo de espionaje político que pretendían imitar las dictaduras actuales era el de la Stasi de Alemania Oriental, con sus 90.000 empleados y 175.000 delatores. Tras ser derruido el Muro de Berlín y abiertos los archivos, se descubrió el carnet de espía de Vladimir Putin. Ahora, los dictadores digitales, como los llaman Kendall-Taylor, Frantz, y Wright (Foreign Affairs, marzo-abril de 2020) están aprendiendo a aplicar métodos mucho más eficaces gracias a los adelantos de Internet, las redes sociales, el reconocimiento facial, la inteligencia artificial. Las esperanzas levantadas Primavera árabe, en la que los teléfonos móviles y los correos electrónicos tan destacado papel desempeñaron, sólo ha fructificado en Túnez y a duras penas: todos los regímenes de fuerza, encabezados por China, están completando la represión física con la intervención digital.

Control omnipotente

Las autoridades chinas no sólo han excluido a los residentes del uso del Internet mundial, sino también aplican la censura a su Internet local. Igualmente, pueden eliminar casi en tiempo real lo que consideran contenidos subversivos de Weibo, la versión china de Twitter. Han inventado los carnets de buen ciudadano, en el que a los individuos se les suman o restan puntos que sirven para conseguir el pasaporte, encontrar trabajo o matricularse en centros educativos. La técnica de reconocimiento facial y andares de cada individuo se convierte en un instrumento más al servicio del poder en una sociedad vigilada. Por decirlo de forma gráfica, tengo entendido que las autoridades son capaces de encontrar a una persona entre el público de un estadio de fútbol; y me han dicho que una multa puede estar esperando en casa a un peatón que acabara de saltarse una luz roja al cruzar una calle.

Parece, pues, prudente la decisión del presidente Donald Trump de prohibir la entrada de la compañía Huawei en el mercado de EEUU para participar en el despliegue del sistema 5G. Aunque la compañía es privada y no esté participada por el Gobierno chino, es difícil confiar en que su tecnología no sea utilizada como medio de interferencia política o incluso militar en el marco de la rivalidad entre los dos países. La solución adoptada por el Gobierno de Boris Johnson para no retrasar el despliegue del sistema 5G en Reino Unido es permitir que Huawei participe en el despliegue de las antenas de radio, pero no en el corazón del sistema. Debemos estar siempre vigilantes en la defensa de la libertad individual en el mundo tecnificado en que nos encontramos.

Sin embargo, la reacción de los internautas chinos tras el fallecimiento del Dr. Li Wenliang debe llenarnos de esperanza. Ese pobre oftalmólogo de Wuhan denunció en las redes sociales el peligro de contagio de la nueva línea de coronavirus. La policía fue a visitarle y le amenazó con graves castigos por causar una alarma pública, lo que retrasó la toma de medidas profilácticas. Anunciada su muerte tras haber contraído la enfermedad, fue proclamado un héroe en las redes sociales. Lejos de amedrentarse, los internautas protestaron con indignación y empezaron a lanzar el grito “¡Queremos libertad de palabra!” No desesperemos. Incluso en un país en el que las autoridades pueden parecer omnipotentes, las opiniones críticas acaban saliendo a la superficie. No sólo hay epidemia de virus respiratorio, sino también de ansia de libertad.

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