¿Son compatibles la industrialización y la producción en masa para millones de consumidores con el refinamiento y el buen gusto? La pregunta no es nueva, ciertamente, y en alguna medida se ha planteado en todos los procesos de desarrollo económico desde el siglo XIX hasta nuestros días. La Fundación Juan March presenta en Madrid una magnífica exposición, que resulta muy sugerente para reflexionar sobre esta cuestión. Se titula William Morris y compañía: el movimiento Arts and Crafts en Gran Bretaña; y, sin duda, merece una visita.
Morris fue uno de los principales promotores de una revolución artística contra la sociedad comercial y la gran industria, que se desarrolló en Gran Bretaña en el último tercio del siglo XIX, y ejerció un influjo notable en muchos países. Sus papeles, telas, vidrios, muebles y hasta los libros que publicaba su propia editorial, Kelmscott Press, se cuentan entre los objetos más hermosos producidos en los dos últimos siglos. Pero tras ellos hay algo más: un deseo de volver a una época del pasado más feliz que aquella en la que Morris y sus artesanos vivían. El problema es que este mundo imaginario nada tenía que ver con la historia real y sólo existía en las mentes de esos estetas.
El mentor intelectual de Morris y su movimiento artístico fue John Ruskin, el más afamado crítico e historiador del arte de la Gran Bretaña de la época, a quien hoy recordamos especialmente por su reivindicación del estilo gótico y sus estudios sobre la arquitectura veneciana. Pero Ruskin se interesó también por las relaciones entre el arte y la sociedad y se convirtió en un enemigo del capitalismo; y sus escritos son un buen reflejo de esa opinión distante y crítica de la realidad económica que compartían muchos de los que se encontraban inmersos en el mundo de la alta cultura y observaban la vida social principalmente desde el punto de vista de la estética. La obra más interesante para conocer sus ideas sociales y económicas es un pequeño libro titulado The Political Economy of Art, un ensayo que tiene poco que ver con lo que alguien con un mínimo conocimiento profesional de la materia escribiría; pero que contiene numerosas reflexiones sobre temas económicos.
Lo más llamativo es que tales pensamientos muestran claramente lo alejado que su autor se encontraba de la realidad en que vivía. Nos explica Ruskin que su mundo ideal sería aquel en el que la gente pudiera combinar una vida simple con la sensibilidad artística: en sus propias palabras, la unión de Esparta con Atenas. En esa sociedad, la economía debería basarse en la honradez y en la ética, tanto por parte de los que venden como por parte de los que compran. Pensaba que cada artículo debería tener su “propio valor”; de modo que los comerciantes nunca deberían poner un precio más alto y los clientes no deberían tratar nunca de obtenerlo por menos precio. Por otra parte, atribuía al Estado la misión de dirigir nuestras vidas en un mundo ordenado, algo que, en su opinión, los hombres de negocios de la época –acostumbrados a una sociedad desorganizada en la que unos trataban de pisotear a los otros– eran completamente incapaces de entender.
Morris, por su parte, escribió varios folletos sobre los derechos de los trabajadores y la cuestión social; pero la obra que mejor recoge sus ideas es una curiosa novela, en la tradición de las viejas utopías, que publicó el año 1890 con el título de News from Nowhere. La acción es simple. Un hombre, que pasa la noche en un ambiente deprimente del Londres industrial, despierta a la mañana siguiente frente a un río limpio y un agradable paisaje rural. El mundo ha cambiado y nuestro protagonista nos lo enseña. El mensaje es que la humanidad ha dado un gran salto adelante prescindiendo de las fábricas, del comercio y del afán de lucro. La vieja economía basada en la agricultura y en los productos artesanales ha vuelto; y la gente es feliz, con todas sus necesidades cubiertas, pero sin deseos de acumular dinero o de vivir en el lujo.
Un disparate
La novela es tan sorprendente como increíble. Condenar el siglo XIX y reivindicar la vida de los campesinos ingleses de la Edad Media como modelo ideal es, simplemente, un disparate. Pero, seguramente, Morris, que siempre fue rico y nunca tuvo necesidad de ganarse la vida, creía realmente en esta idea. Tenemos que preguntarnos, sin embargo, qué sería de las personas con menos medios económicos si esas feas fábricas y esa despreciable producción en masa no existieran. Vayan a ver la exposición. No sólo disfrutarán contemplando obras de arte y artesanía de gran belleza. Podrán reflexionar también sobre la contradicción que supone tratar de elevar el nivel de vida de la mayor parte de la población destruyendo al mismo tiempo las fuentes de las que podría nacer su prosperidad. Morris fue, ciertamente, un personaje de su época. Pero el debate tiene plena actualidad.