El referéndum convocado para mañana sobre la independencia de Cataluña ha hecho hervir los sentimientos nacionales de todos los españoles, especialmente de los catalanes. Es un referéndum que está justificado más por sentimientos nacionalistas y decimonónicos que por razones económicas y sociales. El movimiento independentista a veces se ha defendido con datos certeros, como por ejemplo que en la región los índices de calidad de vida y de productividad son superiores a los de la media de España; la tasa de paro, menor, y que, al ser más rica que otras comunidades autónomas, contribuye al fondo común en mayor medida que otras. Esas mismas características privilegiadas de Cataluña las tienen también Navarra, País Vasco o la Comunidad de Madrid.
Pero junto a esta situación de bienestar, de la que nadie duda, los secesionistas defienden proposiciones que, desgraciadamente, se alejan de la realidad, como, por ejemplo, que “fuera de España nos iría mejor”, “una Cataluña independiente seguiría formando parte de la Unión Europea (UE) y del euro” y “la independencia nos daría más prosperidad”. Son argumentos falsos, que se sostienen con un orgullo chovinista que se parece más al comportamiento de los forofos de un equipo de fútbol que disputa la final de la Copa del Mundo que al de personas que piensan en términos racionales. El gobierno de Cataluña olvida que las relaciones económicas entre zonas geográficas son simbióticas; es decir, producen sinergias: el éxito económico de la región se debe principalmente a la interdependencia con el resto de España y de la UE.
SALIDA DE LA UE Y DEL EURO
Por eso, conviene insistir en que, a pesar de lo que diga el gobierno autonómico, en el hipotético caso de que se independizara Cataluña ya no tendría al euro como divisa ni pertenecería a la Unión Europea. Los Tratados europeos y la Comisión Europea han afirmado siempre que, si un territorio de un Estado miembro deja de formar parte de éste por convertirse en otro independiente, tendrá que salir de la UE, y, de querer volver a entrar en la Unión, habrá de solicitar el ingreso. Se iniciaría así un proceso de adhesión que estaría firmemente regulado y sujeto a numerosos requisitos. Entre otros, sería necesaria la unanimidad en el Consejo de la UE, al que pertenece España, para aceptar al nuevo miembro. En el contexto europeo, la decisión tendría el pernicioso efecto de sentar un peligroso precedente, hasta ahora inédito, que invitaría a otras regiones como Flandes (Bélgica), Véneto (Italia), Córcega (Francia), Archipiélago de Aland (Finlandia), Silesia (Polonia) o el País Vasco (España) a seguir ese mismo camino.
Además de los políticos, hay que considerar los costes económicos que supondría independizarse, como la renuncia a todos los acuerdos comerciales firmados por España y por la UE con el resto del mundo, y la merma de sus actuales relaciones económicas con ambas. Efectivamente, la independencia significaría la aplicación inmediata, por parte de la UE, de un arancel a la importación de productos catalanes, el mismo que soportan los países que no son miembros. Consecuencia en modo alguno baladí, dado que un 40% de las ventas catalanas tiene como destino otras comunidades autónomas, y un 40% más se destinan a otros socios comunitarios.
Por otro lado, la situación de incertidumbre que generaría la independencia, según un informe publicado recientemente por el banco holandés ING, perjudicaría considerablemente las expectativas de las empresas, lo que provocaría una huida de capitales y una tendencia de éstas a no invertir en Cataluña, pero sí en otras zonas de la UE donde disfrutarían de políticas financieras estables y de un acceso libre a un mercado de 450 millones de habitantes (excluida Gran Bretaña). Otro dato: el 70% de las inversiones internacionales que ha recibido Cataluña en los últimos tres años vinieron de países de la UE.
A este menor comercio e inversión internacional habría que unir la pérdida de los fondos europeos dirigidos a la mejora del mercado de trabajo, la investigación, la innovación y el gasto en infraestructuras. Por tanto, al ser Cataluña una economía muy dependiente del sector exterior, especialmente de España y de la UE, su independencia sería un suicidio económico.
Una vez fuera de la Unión Económica y Monetaria, tendría que adoptar una nueva moneda, por fuerza menos fiable que el euro. Y es que las emisiones en euros han gozado de una gran credibilidad internacional, lo que ha permitido a los gobiernos, bancos y empresas de la zona financiarse a tipos de interés mucho más bajos que el de otras áreas geográficas. Fuera del euro, los costes de financiación serían mayores; la inflación probablemente más alta y, en consecuencia, el tipo de cambio de la nueva moneda sufriría una enorme volatilidad con respecto a otras divisas, lo que provocaría bastante incertidumbre en las relaciones económicas de Cataluña con el resto del mundo: se entorpecería la accesibilidad de las empresas catalanas a la financiación internacional y eso frenaría su expansión en el exterior. Además, aumentaría el riesgo del país, por lo que resultaría mucho más caro obtener financiación en los mercados internacionales.
Así las cosas, Cataluña es hoy una comunidad autónoma con elevados niveles de autogobierno, con 7,5 millones de habitantes, el equivalente al de otros Estados europeos pequeños. Su Producto Interior Bruto corresponde a un quinto del español, es la mitad del suizo e igual al de Finlandia. Tiene una de las rentas per cápita más alta de España (28.590 euros), sólo por detrás de las de Madrid (32.723 euros), el País Vasco (31.805 euros) y Navarra (29.807 euros). La tasa de paro, del 13,2%, es inferior a la media nacional (17,2%), pero superior a la media de los países de la UE, que es del 8,5%.
Cataluña goza de un alto nivel de bienestar, pero un divorcio con España como el que se plantea en el referéndum de mañana tendría un impacto muy negativo sobre su economía y nivel de vida. Según la agencia de calificación Moody´s, la mejor solución para resolver este conflicto sería un nuevo pacto fiscal entre el Gobierno y todas las comunidades autónomas. Créannos: con la independencia Cataluña será más pobre y el resto de España también. Quizá se deberían considerar soluciones diferentes a la secesión antes de que sea demasiado tarde.