Aquellos que siguen con regularidad esta columna recordarán la cantidad de ocasiones en las que he hecho referencia a la contradicción básica que se encuentra tras la posición occidental sobre la Guerra de Ucrania: el que temamos tanto la victoria rusa como su derrota. Dos son los argumentos que he venido exponiendo, reflejo del trabajo de analistas estadounidenses y europeos, sobre la segunda de las situaciones: que el Kremlin optara por utilizar bombas nucleares de teatro para detener el avance ucraniano o que entrara en crisis interna, pudiendo evolucionar hacia un liderazgo más duro o hacia la disolución de la Federación Rusa, con el consiguiente problema de la gestión de su ingente programa nuclear. Pues ocurrió. La crisis planteada por las milicias Wagner es parte del problema de estabilidad del Kremlin, que ahora se ha hecho público y que tiene y tendrá importantes consecuencias tanto en el interior como en el exterior. Los sistemas democráticos, en apariencia más frágiles, disponen de mecanismos constitucionales que facilitan la liberación de tensión. Los medios de comunicación y la periódica convocatoria de elecciones actúan como válvulas para equilibrar la presión sobre el marco institucional. Por el contrario, en las dictaduras a mayor tensión se responde con mayor represión, aumentando así la primera hasta que, finalmente, el régimen revienta. En Rusia, China, Irán o Venezuela su clase dirigente es perfectamente consciente de que no dispone de la confianza de su gente. De ahí el esfuerzo que realizan para desarrollar mecanismos de control social. A pesar de ello los rusos ahora ya saben que la autoridad del zar Putin está en cuestión.Las milicias Wagner son un instrumento creado por la inteligencia rusa para realizar el trabajo que las fuerzas armadas no pueden hacer. Como compañía supuestamente privada es muy libre de actuar donde lo considera oportuno. Hemos visto intervenir a sus hombres en el origen de la crisis del Donbás desde 2014, en Siria y en estados del Sahel. Oficialmente sus acciones no comprometen a Rusia, aunque nadie se llama a engaño. Sus miembros se caracterizan por su falta de escrúpulos, inversamente proporcionales a los emolumentos que reciben por su trabajo. Estas milicias son un ejemplo más de la forma de actuar rusa en un entorno caracterizado por la «zona gris» y las «estrategias asimétricas». Son a las operaciones en tierra lo que otras compañías, también supuestamente privadas, representan en el espectro ciber. El problema surge cuando en un estado no sometido al derecho personalidades singulares llegan a creer que disponen de más influencia de la que realmente tienen.Su líder llegó a criticar públicamente al ministro de Defensa, al jefe de Estado Mayor y a otros altos oficiales por la pésima gestión de la campaña ucraniana. Prigozhin, que así se llama el personaje, llegó a creer que, gracias a su relación con Putin y a los éxitos cosechados en distintos escenarios, podía denunciar a los jefes militares y exigir su cese. La respuesta fue la exigencia de que las milicias se incorporaran de inmediato al ejército, perdiendo así su autonomía financiera. Su líder ha llegado a denunciar que fueron bombardeados por unidades rusas. En cualquier caso, sea esto cierto o no, optaron por dirigirse hacia Moscú, cuestionando al conjunto del régimen encabezado por Putin. Era una acción tan desesperada como estúpida. Podían humillar aún más a Putin, pero el final estaba escrito. Lukasenko, el presidente bielorruso, ha logrado evitar lo peor, pero la crisis sigue abierta. Veremos que pasa con Prigozhin y con sus miles de contratados en las próximas semanas, porque fuera de la estructura de poder ruso tienen un difícil encaje.Como ha señalado Donnelly, el más señero entre los especialistas en asuntos político-militares rusos, el proceso para la sucesión de Putin ya se ha iniciado. El zar carece de la autoridad de antaño y resultan evidentes las fracturas en su régimen. El tiempo corre en su contra y el desarrollo de la guerra de Ucrania jugará un papel importante. Sus compañeros harán reacaer sobre sus espaldas la responsabilidad del desastre ucraniano, para garantizar su propio futuro.
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