La subida de precios hunde el consumo, las exportaciones, el turismo, la inversión y los márgenes empresariales. La subida de los tipos de interés de la deuda aboca a un recorte de gasto o una subida de impuestos.
Cuando hace nueve meses la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde señalaba, con una tasa de inflación todavía del 3,4%, su compromiso de mantener una “política monetaria acomodaticia” este año, con la esperanza de que los precios se empezaran a moderar en un futuro próximo, probablemente no contemplaba que en mayo la tasa anual del IPC escalaría hasta el 8,1%. Pero tampoco que lo que entonces era un incremento concentrado fundamentalmente sobre los precios de la electricidad se acabaría filtrando, y no solo por la guerra en Ucrania, hacia todo tipo de bienes y servicios e impactando con gran fuerza en los precios de los alimentos. De hecho, la inflación subyacente escala ya hasta el 3,8% y reclama una acción contundente por parte del BCE, que se ve a la vez entre la espada de dejar que la espiral inflacionista se descontrole y la pared de provocar un frenazo en seco a la economía europea y una crisis de deuda en países como España o Italia. En concreto, el Índice de Precios de Consumo alcanzó en mayo el 8,1% en la eurozona, con incrementos que van desde el 5,8% en Francia al 20,1% en Estonia. Esto se debe en buena medida a la fuerte subida de precios de la energía que, espoleados por la guerra en Ucrania, suben un 39,1% respecto a las cifras del mismo mes de 2021. Pero no se trata del único elemento al alza, ya que el aumento de los combustibles, la electricidad y las materias primas se ha ido repercutiendo a todo tipo de bienes y servicios. Así, los alimentos frescos suben un 9% anual, los productos industriales, un 4,2% y los servicios, un 3,5%. Y, aunque los distintos gobiernos de la eurozona han tomado medidas para evitar la subida de los precios energéticos, lo más probable es que este incremento se siga trasladando cada vez con más fuerza hacia el resto de productos. El primer efecto de la inflación es, lógicamente, el agotamiento del consumo interno, que es el principal motor del PIB. De hecho, la subida de precios ha llegado a tales límites que han laminado por completo la demanda embalsada durante la fase del confinamiento, en lugar de dejar que este ahorro sirviera para generar un impulso extra en la fase de rebote tras la retirada de las restricciones sanitarias. Pero, además, dado que la eurozona es el principal mercado comercial de exportaciones y turístico de cada uno de los países que la componen, la subida de precios también impactará en ambas patas del sector exterior, precisamente en el año que debía haber marcado la recuperación total del turismo. Además, la situación tampoco es nada halagüeña para las empresas, ya que sus costes de producción suben con mucha más fuerza que los precios de venta, lo que ahoga sus márgenes de beneficios llevando a muchas a entrar en pérdidas. Este estrechamiento de los márgenes coincide, además, con una facturación que todavía no se ha recuperado, en muchos casos, de la crisis del coronavirus, un incipiente aumento de los costes salariales, una creciente conflictividad social con el objetivo de reclamar alzas salariales que compensen las subidas de precios y un aumento de los costes de financiación. Todo ello no solo reduce la competitividad exterior de las empresas, sino que también lamina sus posibilidades de inversión. Pero hay otros efectos que todavía no se han hecho sentir tanto sobre la economía, pero que pueden ser también demoledores. El primero es la subida de los tipos de interés, que ya se empieza a notar en el Euribor, pero cuyos efectos todavía no se han trasladado con fuerza a las hipotecas. Cada punto de incremento en el Euribor supondrá una subida de los intereses anuales en torno a 840 euros al año, en el caso de una préstamo por valor de 150.000 euros financiado a 20 años. Y el incremento que sufrirá el índice de referencia en los próximos meses podría ser bastante más elevado que este punto, de acuerdo con las previsiones de los bancos. Hay que tener en cuenta que el Euribor llegó a cotizar al -0,5% el año pasado y ya se sitúa en el 0,3%. Esto volverá a restar potencial al consumo, conforme las revisiones de las hipotecas vayan elevando el pago de intereses. Entre la espada y la pared Por su parte, los bonos de deuda pública ya empiezan a acusar una notable subida de los tipos de interés, especialmente en el caso de las economías más endeudadas. Y eso que el BCE ha señalado que, aunque cierre la puerta a la compra de bonos y la abra a una posible subida de los tipos de interés, activará “un nuevo instrumento antifragmentación” para evitar la escalada de la deuda en los países más vulnerables, donde la deuda pública supera el 100% del PIB, como es el caso de España, Italia, Grecia o Portugal. Sin embargo, cada vez son más los países vulnerables, por lo que es muy complicado evitar que la inflación frene la economía sin que el remedio sea peor que la enfermedad, provocando un frenazo en seco de la economía y una crisis de deuda. A falta de ver cómo funciona este programa, el bono español a diez años español ya ha llegado a rebasar el 3% anual, multiplicando por seis el coste de la deuda a principios de año. Y aunque el alargamiento de los plazos de vencimiento ha reducido la vulnerabilidad en el corto plazo este aumento de los tipos, el aumento del volumen de deuda la ha intensificado. Por ello, el Banco de España anticipa un sobrecoste de 15.000 millones de euros al año para 2024, lo que puede forzar recortes de gasto o subidas de impuestos que frenarán el crecimiento económico.