Ya puede el think tank Civismo publicar anualmente desde hace más de un lustro el llamado Día de la Liberación Fiscal, un estudio que traduce el peso real de los impuestos en los días de sueldo necesarios para cumplir con Hacienda: a pesar de que el contribuyente medio español, de acuerdo con el informe para 2016, dedica nada menos que 180 días de trabajo a pagar IRPF, cotizaciones, IVA, impuestos especiales y otros gravámenes, pocos son los medios de comunicación –y menos aún los políticos– que se hayan llevado las manos a la cabeza ante tamaña voracidad fiscal que somete a los españoles a tal estado de servidumbre.
Resulta simplemente deplorable que no haya una sola formación política con representación parlamentaria que, ante tamaño infierno fiscal, se muestre partidaria de reducir el gasto público y que todas ellas coincidan, por el contrario, en subir todavía más los impuestos o, lo que viene a ser lo mismo, en relajar todavía más los objetivos de reducción del déficit y de deuda pública.
Ni siquiera Ciudadanos, cuyo líder Albert Rivera corre el riesgo de ser meramente el más joven representante de la vieja socialdemocracia en la que están ubicados PP y PSOE, supone una alternativa a ese consenso que tiene como único guión la socorrida y falsa cantinela de que el problema radica en el fraude fiscal y en el que los ricos no pagan tanto como deberían. A ese consenso socialdemócrata también se quieren sumar, aun disfrazándose, los comunistas de Pablo Iglesias, quien afirma sin rubor que Marx y Engels eran socialdemócratas.
A pesar de que Ciudadanos acaba de ser admitido en ALDE –o precisamente por eso–, este partido tiene de liberal más o menos lo que tenían de socialdemócratas los autores del Manifiesto comunista. Lo único que ha hecho Rivera es criticar, en parte con razón, las promesas de reducción de impuestos del PP, lo que viene a significar su acuerdo con la asfixiante presión fiscal que padecemos.
Las promesas del PP de reducir los impuestos no son, desde luego, serias. Pero su falta de credibilidad no radica tan sólo en el hecho de ser el partido que más ha subido los impuestos en menos tiempo, sino en que las referidas promesas no van acompañadas de una sola propuesta de reducción del gasto público.
Yo no digo que no podamos estar en un punto en el que sea posible recaudar más gravando menos, algo que tanto la experiencia como la teoría económica han demostrado que no tiene que ser siempre necesariamente incompatible; pero nadie puede asegurar con certeza que estemos en ese punto. Y lo que no es serio es que el PP confíe esa rebaja fiscal a la «coyuntura», a que «haya margen», sin afianzarla en una auténtica y deliberada política de austeridad pública.
Sin esa reducción del gasto público, mucho me temo que las promesas del PP de bajar los impuestos desemboquen en su incumplimiento, en un mayor endeudamiento o en ambas cosas a la vez, algo en lo que el PP de Rajoy ya tiene acreditada experiencia.
Venía a decir Milton Friedman que él era «partidario de bajar los impuestos en cualquier momento, con cualquier motivo y bajo cualquier pretexto». Yo creo que no tener que trabajar 180 días al año sólo para pagar a Hacienda es un motivo más que justificado para reducir el gasto a cargo del contribuyente.