En una reciente entrevista, el ministro de Exteriores en funciones, Josep Borrell, señalaba que resulta fundamental contrarrestar el discurso del independentismo catalán en el panorama internacional. Borrell realizaba estas declaraciones en el marco de las inminentes elecciones al Parlamento Europeo, del que fue presidente y al que regresará ahora como cabeza de lista del PSOE.
Ni que decir tiene, esta afirmación entra dentro del espacio de lo lógico para el español medio, por lo que no llamaría especialmente la atención, salvo por un detalle. Y es que ha sido precisamente bajo su turno de guardia cuando Puigdemont y su fanfarria han proclamado a los cuatro vientos las penurias y calamidades a las que el régimen antidemocrático español somete a los catalanes amantes de la libertad. De ahí mi perplejidad. Es como si un policía tumbado a la bartola advirtiese a los viandantes que tengan cuidado con los carteristas.
Borrell ha sido uno de los protagonistas en la campaña de descrédito internacional de España, encabezando un ministerio que ha llevado a cabo una política tanto errática como errónea. Y no sólo en la deriva secesionista del catalanismo, sino que la suya ha sido una trayectoria plagada de fiascos, situando a nuestro país en el lado oscuro de la historia en cada oportunidad que se presentaba para brillar. Un claro ejemplo fue su rechazo a llamar dictador a Maduro y su negativa a reconocer único presidente legítimo de Venezuela a Guaidó.
Principios, caprichos lingüísticos o la sumisión al férreo sanchismo… sean cuales fueren los motivos de ésta y otras decisiones en política exterior, España ha salido perjudicada. Por ello, puede aventurarse con (casi) total seguridad que las políticas que propone el PSOE para la Unión Europea conducirán al desastre. Porque son como un blockbuster de espectaculares efectos especiales y un reparto conocido, pero con fallos importantes en el guion.
Véase, por ejemplo, su política de empleo, donde aboga a favor de armonizar los salarios mínimos y crear un seguro de desempleo europeo. Esto, sencillamente, no es creíble. Si Bulgaria tiene un salario mínimo de 286 euros al mes, es porque tiene un salario medio de 495 euros. Igual que Luxemburgo tiene un salario mínimo de 2.071 euros porque el salario medio es de 3.416 euros. La convergencia europea en materia de salario mínimo, si llega alguna vez, será cuando se dé la convergencia salarial. Lo demás es un brindis al sol.
Algo parecido sucede con las políticas que defiende el PSOE para llevar a cabo sus propuestas. Puros fuegos de artificio, como su pretendida armonización fiscal para evitar una competencia a todas luces “desleal” e “inaceptable”, obviando el hecho de que esta estructura ha traído el mayor grado de prosperidad y riqueza de la historia a Europa… y a España.
“España (y Europa), serán sociales o no serán”. Esa parece ser la máxima del PSOE. Pues bien, sus políticas no solo son instrumentalmente malas para acometer tal objetivo, por inviables, sino también moralmente denunciables, pues proponen sin miramientos un ataque indiscriminado contra la libertad individual, la propiedad privada y la prosperidad económica, tropezando una vez más con el escollo con el que se encuentran tarde o temprano los socialdemócratas: que, para redistribuir riqueza, primero hay que crearla. Lo que el PSOE representa no es creíble para España y tampoco lo es para Europa.
Bueno, salvo para los siete millones y medio de españoles que depositaron su confianza en el sanchismo el pasado 28 de abril. Consuela pensar que hay películas para todos los gustos. Lo importante, a mi juicio, es que coincidamos en que la película que estamos viendo es de ciencia-ficción. Ojalá coincidamos también en que ésta puede convertirse en una película de horror en cualquier momento.