No es exagerado afirmar que los partidos políticos han ofrecido a los españoles un espectáculo penoso en la negociación de sus pactos tras las diversas elecciones que se han celebrado recientemente en el país. Y lo más probable es que la imagen que nos han transmitido no mejore en las próximas semanas, a medida que vayan avanzando las conversaciones para constituir el Gobierno nacional y los Gobiernos autonómicos. La reacción más habitual de la gente ha consistido en lamentarse una vez más de nuestros políticos, a los que acusan, entre otras cosas, de buscar su propio beneficio y olvidarse de lo que realmente interesa a aquellos que les han dado su voto. Seguramente esto es cierto; pero no creo que tal actitud sea la esencia del problema que se plantea en relación con los pactos.
Convendría señalar, en primer lugar, que los políticos de nuestros días no son muy diferentes de los que teníamos hace algunos años. Pero no cabe duda de que su comportamiento y sus estrategias han cambiado. ¿Por qué? Parece claro que la razón principal de estas diferencias no está tanto en personas o caracteres como en el hecho de que ahora deben adoptar sus decisiones en un marco diferente. Desde el análisis económico se estudia a los políticos como maximizadores de funciones de utilidad cuyo principal argumento es conseguir -o preservar- el poder. Estas funciones de utilidad están sujetas a una serie de restricciones, que son las que van a condicionar las estrategias utilizadas para lograr el objetivo final. Y las restricciones han
cambiado desde el momento en el que el país ha abandonado el cuasi bipartidismo en el que antes vivía para pasar a tener cinco partidos nacionales relevantes, sin contar los regionales.
Nunca he entendido bien por qué se generalizó, en un momento determinado, la idea de que el final del bipartidismo era algo bueno para el país. Y la situación en la que hoy nos encontramos no hace sino reforzar mis dudas. Pero, ¿qué se podría hacer ahora para mejorar el funcionamiento de las instituciones políticas en España que, claramente, dejan mucho que desear? Una solución sería que el sistema se reajustara por sí mismo y se orientara de nuevo, si no a un bipartidismo en sentido estricto, sí a una situación en la que los dos partidos principales recuperaran buena parte de los votos que han perdido en los últimos años. Pero supongamos que tal cosa no sucediera. Creo que, incluso en este caso, hay razones para pensar que existen fórmulas para racionalizar un poco nuestro caos actual.
Una vía posible consistiría en introducir reformas institucionales, que mejoraran el actual modelo. En este caso, la nueva regulación modificaría las restricciones que condicionan a los políticos a la hora de diseñar sus estrategias de negociación. Y son muchas las opciones que existen para ello. Alguna ya está en vigor, como la que establece que, en el caso de que ningún candidato a alcalde consiga el voto de la mayoría de los concejales, gobierne la lista más votada. Otra, que ya ha sido propuesta, es utilizar un sistema de elección de doble vuelta, que existe en algunos países y se aplica en España en determinados casos. Cabría también primar la lista más votada con escaños extras etc, etc. Lo importante sería una definición clara de la nueva norma, que permitiera crear expectativas y diseñar estrategias ex ante.
Pero, aun sin modificar la regulación, cabe pensar que las cosas podrían funcionar algo mejor en el futuro. La razón es que, a la hora de diseñar comportamientos estratégicos eficientes, el aprendizaje es muy importante. Aunque la naturaleza de los políticos no haya cambiado, no cabe duda de que, tras sus primeras experiencias con el nuevo modelo, han adquirido un capital humano específico para la negociación del que antes carecían, simplemente porque no lo necesitaban. Por ello es razonable suponer que, en el futuro, abordarán estas negociaciones con mayores conocimientos de los problemas que plantean, lo que les permitirá, seguramente, llegar a resultados más eficientes con menores costes. Si bien hay que tener siempre presente que tales negociaciones pueden resultar muy complejas. Por una parte, porque no nos encontramos ante estrategias de una sola jugada o con un plazo temporal determinado, sino ante juegos repetidos, en los que cabe esperar que los políticos y los partidos inviertan en reputación y utilicen estrategias aparentemente poco eficientes en el corto plazo, pero que pueden ser rentables a largo.
Y, por otra, porque todas las estrategias basadas en amenazas -y las negociaciones políticas sin duda lo sonplantean el problema de que cada parte puede confiar en exceso en que la otra va a ceder terreno; y, si ninguna de ellas lo hace, se puede llegar a un resultado muy inconveniente para ambas.
Lo que no tiene sentido es pensar que las cosas sólo se arreglarán cuando tengamos políticos altruistas que dediquen su vida a la búsqueda del bien común. Porque no los encontraremos. Seamos más modestos, no busquemos imposibles y creemos, en cambio, un marco de instituciones e incentivos que lleven a los que se dedican a la vida pública a actuar de una forma que resulte más beneficiosa para la gente. Pensaba Adam Smith que los políticos son “animales insidiosos y arteros”. Pero nunca dijo que fueran irracionales.