Nadie se cree la milonga de los líderes de las formaciones del cuatripartito de que esta cita con las urnas no ha encerrado una descalificación total al Ejecutivo. La mayoría de los navarros han votado estos comicios en clave foral porque la situación es preocupante. Los ciudadanos han aprovechado para castigar a una presidenta que ha frustrado las expectativas que llevaba aparejadas su elección. Geroa Bai, el partido de Uxue Barkos, ha pasado de obtener 53.497 votos, cuando tomó posesión hace un año, a 14.289.
Si trasladamos los resultados del 26-J a unas elecciones forales, se podrían formar dos grupos. El de los partidos moderados (UPN-PP, PSOE y C’s), con 184.729 votos (un 57%), y el de los radicales y nacionalistas que conforman el Ejecutivo, con 140.154 votos (un 43%). Si las fuerzas políticas del primero fueran coaligadas, tendrían una clara mayoría absoluta en el Parlamento foral. Sin embargo, los que se han unido son los partidos del segundo grupo, a pesar de que sus diferencias son irreconciliables.
Estas contradicciones internas han llevado a que la eficaz política del PNV, el ‘hermano mayor’ de Geroa Bai, sea muy distinta de la puesta en práctica por Barkos. No entiendo por qué la presidenta aguanta tanto a sus socios y no se va, máxime cuando su formación tan sólo cuenta con el 4,28% de los votos. Barkos debe reconocer que carece de la legitimidad suficiente para continuar. De otro modo, causará un destrozo económico que será irreversible. ¿Qué más tenemos que hacer los navarros para pedirle que presente su dimisión y convoque elecciones generales?
No sólo la gestión económica ha sido decepcionante, algo irrefutable si se compara la marcha de nuestros indicadores macroeconómicos con los de las regiones con desarrollo similar. La prisa por ideologizar la sociedad navarra a marchas forzadas ha sido torpe, lo que ha reforzado la repulsa a la presidenta. Ha faltado inteligencia política y ha sobrado el resentimiento por supuestos agravios del pasado. Ha abundado una comunicación institucional en la que se simulaban los éxitos, y ha escaseado el realismo que arrojaban los muchos y sonoros fracasos. Para vencer hay que convencer, y para esto, ganarse la confianza con auténticos logros, no con maquilladas medias verdades. El Ejecutivo ha desaprovechado el talento y la experiencia de la Administración foral que se encontró. La destitución de 295 cargos del Gobierno anterior, la mayoría con una buena competencia profesional y sin vinculación política alguna, despierta sospechas de ‘limpieza ideológica’. Lo mismo ocurre con la designación de 471 altos puestos, de carácter interino, sin un concurso de méritos riguroso. En algunos casos, los nombrados son personas afines a las formaciones del cuatripartito. El problema de este amiguismo clientelista es que los currículum, en ocasiones, son demasiado pobres para asumir las responsabilidades correspondientes. El cuatripartito ha querido cambiar el modelo de sociedad y conceder un bienestar total igualitario. La historia enseña que la idílica alternativa con la que sueñan los nacionalistas radicales y los neo-leninistas se ha demostrado inviable muchas veces en este pequeño planeta. Nada es gratis, y para que esa quimera fuera posible, se debiera haber estimulado antes una economía muy próspera.
Por último, recuerdo a los partidos de la oposición que tienen que ser mucho más audaces para aumentar el apoyo de la ciudadanía. No canten victoria, porque su actual éxito electoral ha sido, en buen parte, la consecuencia del fracaso del cuatripartito. Deben y pueden hacer mucho más, porque la situación lo exige.