La línea de falla abierta entre demócratas y republicanos parece insalvable desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Esta animosidad se ha visto redoblada durante la campaña electoral y, finalmente, ha volado por los aires ante la crisis del coronavirus. Una que sufrirán todos los estadounidenses al margen de si votan a uno u otro bando pero que, sin embargo, está siendo utilizada como gran baza para la reelección o el desalojo de Trump del Despacho Oval.
Hace apenas un mes, el Covid-19 no suponía una gran amenaza para los republicanos mientras que para los demócratas era ya una situación de emergencia nacional. Tal y como señalaba una encuesta nacional de Gallup de comienzos de marzo, el 73% de los demócratas temían que algún familiar estuviera expuesto al virus, en contraste con el 42% de los republicanos. De forma similar, de acuerdo con una encuesta de NPR/PBS NewsHour/Marist, a mediados de marzo sólo el 40% de los republicanos creían que el coronavirus fuese una amenaza real, comparado con el 76% de los demócratas. Además, el 54% de los republicanos señalaron que se estaba exagerando.
Ahora, sin embargo, la emergencia sanitaria, que también lo es económica, social y, por supuesto, política, es una evidencia, aunque la amenaza del coronavirus todavía no es percibida por todos por igual. Así lo refleja una encuesta Civiqs, que señala que la primera semana de abril el 62% de los demócratas estaba “extremadamente preocupado” por el coronavirus (un aumento considerable con respecto al 31% de comienzos de marzo). En cuanto a los republicanos, el repunte de preocupación por motivo de la pandemia ha aumentado del 5% de comienzos de marzo al 26% de principios de abril.
Como se aprecia a la vista de estos datos, la percepción de la pandemia, aunque ha cambiado notablemente, sigue siendo muy dispar entre ambos bloques políticos. Y el principal motivo de esta disparidad, tanto en su inicio como actualmente, no es otro que el rendimiento de la economía norteamericana, en la que Trump ha depositado sus principales esperanzas de reelección como presidente. La buena marcha de la economía estadounidense había sido la piedra angular de la campaña electoral, en la que el candidato republicano se vería ahora perjudicado por las desastrosas previsiones que han realizado tanto las instituciones americanas como las internacionales, como el Fondo Monetario Internacional. De hecho, más allá de las previsiones, los efectos de la pandemia ya son patentes en la economía estadounidense. Durante las dos últimas semanas de marzo, casi 10 millones de estadounidenses solicitaron beneficios de desempleo, que, sumados a los de abril, superan ya los 17 millones. Algo sin precedentes, ni siquiera en lo más álgido de la crisis de 2008. A esto hay que sumarle la recesión ya incontestable, dado que los indicadores adelantados de actividad económica prevén una contracción del PIB del 4% este trimestre.
Ante este panorama, Trump no ha tenido otra alternativa que adoptar las medidas que considera más acertadas de cara a salvar el máximo número de personas, ralentizando la velocidad del contagio y reforzando el tan criticado sistema sanitario estadounidense de material y personal para hacer frente a la pandemia. El posicionamiento ideológico queda al margen y el pragmatismo es hoy la voz reinante. Todo ello con la esperanza puesta en que la economía se recupere, volviendo a los indicadores positivos con los que comenzó el año. Pues su reelección depende de ello.
Por el momento, el debate está servido. Al enorme reto de lidiar con la pandemia se le une la incesante lucha partidista, algo que quedó reflejado en la aprobación de un paquete económico de 2,2 billones de dólares para hacer frente a la pandemia. Gran parte de los líderes republicanos, conservadores fiscalmente, insisten en mantener la ayuda limitada a los casos de desempleo real inducido por el Covid-19. Por su parte, los demócratas impulsan la creación de pagos universales en efectivo y otras medidas de ayuda generalizadas. A esto se le suma el plan de choque de la Reserva Federal, que no sólo ha bajado los tipos de interés al 0%, sino que ha puesto en marcha el mayor programa de estímulo monetario desde el año 2008. Asimismo, ha mostrado su apoyo al programa fiscal del gobierno con un plan de liquidez de 2,3 billones de dólares inyectados en la economía.
Se trata de medidas quizá necesarias para paliar los efectos adversos del Covid-19 en la economía del gigante americano, pero todo hace pensar que los demócratas pueden sacar un gran rédito político a todo esto. Y es que, salvo que estas políticas tengan un resultado abrumadoramente positivo tanto en lo sanitario como en lo económico, serán los demócratas los que se beneficien del plan de choque de Trump, aunque sólo sea heredando las cenizas de un tejido productivo arrasado por la pandemia. Trump se juega todo a una carta en noviembre: la carta de la economía.