Todo era cierto
10 de febrero de 2021

Conspiranoicos, peligrosos extremistas, racistas, xenófobos… Estos son solo algunos de los muchos calificativos que se han vertido sobre todos aquellos que hemos explicado, con mayor o menor acierto, el modus operandi de una parte de la sociedad civil hermanada y controlada por otra parte de la élite financiero-política.

Las pasadas elecciones estadounidenses constituyeron un claro ejemplo de lo extremadamente complejas que son las relaciones de poder y hasta qué punto pueden coordinarse para proteger sus propios intereses. Las Big Tech y Big Finance mostraron su enorme capacidad de actuación al poner toda la carne en el asador en 2020 para evitar que Donald Trump repitiera mandato. A una legislatura siempre cuesta arriba, se le suma una campaña de acoso y derribo en los medios de comunicación de una extremada violencia verbal.

Los ataques coordinados contra la figura de Donald Trump se producen desde prácticamente el arranque de su carrera presidencial para hacerse con la candidatura republicana. Un análisis general de las noticias de los últimos cuatro años así lo demuestra. En numerosos casos, se emplearon cortinas de humo que desviaron la atención del público de los grandes escándalos demócratas.

La sospecha de fraude coordinado en diferentes campos resulta legítima y, sin embargo, esta postura se ha visto absolutamente deslegitimada por la opinión dominante y contraria. Al menos, hasta ahora.

La revista TIME admite en un artículo del pasado 4 de febrero que no solo es que haya habido una conspiración, sino que, además, era necesaria para “garantizar que la democracia en Estados Unidos perdure”. Excelente ejemplo de que no importa el qué, sino el quién. ¿Se acuerdan de cuando alertaban sobre una trama rusa para interferir en las elecciones de 2016?

Los mismos que promovían esta idea dijeron después que afirmar la connivencia entre Black Lives Matter, Antifa, medios de comunicación y establishment se trataba de una locura peligrosa para la estabilidad. Daba igual que la realidad resultara tan obscenamente innegable. Todos lo negaron. O, al menos, lo negaban:

“Ambas partes llegarían a verlo como una especie de negociación implícita, inspirada por las masivas —a veces destructivas— protestas por la justicia racial del verano, en la que las fuerzas laborales se unieron con las fuerzas del capital para mantener la paz y oponerse al asalto de Trump a la democracia”.

La última frase suena a guion hollywoodiense: el obrero unido al capital para luchar contra el enemigo común.

Pero justificar una campaña para hacerse con el poder a través de métodos poco caballerescos es realmente complicado. Los cambios se han ido produciendo poco a poco desde dentro. Gracias a ellos, se puede influir en la percepción de la realidad de millones de personas en todo el mundo. Al unísono:

“Consiguieron que los estados cambiaran los sistemas de votación y las leyes y ayudaron a asegurar cientos de millones en fondos públicos y privados. Se defendieron de las demandas por acoso de votantes, reclutaron ejércitos de trabajadores electorales y consiguieron que millones de personas votaran por correo por primera vez. Presionaron con éxito a las empresas de redes sociales para que adoptaran una línea más dura contra la desinformación y utilizaron estrategias basadas en datos para combatir las difamaciones virales”.

Medios de comunicación, redes sociales (Big Tech), políticos que cambiaron sistemas de votación… Llama la atención —y llena de preocupación— que se haya normalizado utilizar cualquier medio con tal de expulsar al adversario. Gran parte del espectro político está de acuerdo en limitar la libertad de expresión bajo pena de una denuncia por “delito de odio”. Bajo una falsa tolerancia, se extiende un control de las mentes de los ciudadanos difícil de revertir.


Bajo una falsa tolerancia, se extiende un control de las mentes de los ciudadanos difícil de revertir


Denunciar este tipo de conductas resulta harto complicado. Impacta, por otro lado, la desfachatez con la que ya se muestran, sinónimo de que saben que tienen todo atado y bien atado.

La misma TIME radiografiaba así la maquinaria que se puso en marcha tiempo atrás:

“[…] una camarilla bien financiada de personas poderosas, que abarcan industrias e ideologías, que trabajan juntas detrás de escena para influir en las percepciones y cambiar las reglas y leyes, dirigen la cobertura de los medios y controlan el flujo de información. No estaban manipulando las elecciones; las estaban fortaleciendo. Y creen que el público debe comprender la fragilidad del sistema para garantizar que la democracia en Estados Unidos perdure”.

“La guerra es la paz”, rezaba 1984 de Orwell respecto a la manipulación del lenguaje. “No estaban manipulando las elecciones; las estaban fortaleciendo”, alegan ahora esos poderosos distópicos. Nos roban las elecciones por nuestro bien. Recuerda al depotismo ilustrado.

Si esto ocurre en uno de los núcleos de poder global del momento, ¿qué no ocurrirá en otros países? Este domingo 14 de febrero se celebran las elecciones catalanas. ¿Se han parado a pensar por qué están encantados algunos de que haya aumentado el voto por correo respecto a otros comicios?

Malos tiempos para la democracia “que nos hemos dado”, como la califican algunos. O peor: buenos tiempos para ‘su’ democracia, malos tiempos para ‘la’ democracia.

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