Sólo cabe la victoria
6 de octubre de 2017
Por admin

Margaret Thatcher decía que la democracia no era suficiente para que un país fuera libre, sino que también era condición necesaria “un respeto escrupuloso al imperio de la ley”. El golpe de Estado que supone la insurrección del gobierno separatista catalán es, por tanto, un ataque frontal a la libertad y un desafío existencial para la democracia española. De cómo se resuelva esta gravísima crisis depende la misma supervivencia de nuestra convivencia en paz y libertad y la propia existencia de España. Una victoria a medias sería peligrosísima.

Las democracias serias saben que la libertad depende del mantenimiento del orden, y éste del cumplimiento escrupuloso de la ley. En Estados Unidos, en 1963, el presidente Kennedy llamó a la Guardia Nacional ante el incumplimiento de las leyes raciales por parte de un estado sureño y argumentó: “Los estadounidenses pueden estar en desacuerdo con la ley, pero no pueden desobedecerla, porque en el imperio de la ley ningún hombre, por muy prominente o poderoso que sea, y ninguna turba, por muy rebelde que sea, tiene derecho a desafiar a un tribunal de Justicia”. La ley española y las órdenes judiciales han sido descarada y chulescamente incumplidas por el separatismo catalán, y España tiene el derecho y el deber de hacer que se cumpla la ley y de mantener su integridad haciendo uso legítimo de la Justicia y de las fuerzas del orden.

Contrariamente a lo que reclaman muchos, no cabe diálogo alguno con los “presuntos” delincuentes. La ley es la ley, y se han cruzado demasiadas líneas rojas. El problema es que los separatistas están tan asustados de llevar a término su patética declaración de independencia (de ahí su posposición hasta el lunes entre ruegos de mediación) como el Gobierno de cumplir con su obligación (de ahí el sospechoso silencio del presidente después de las palabras del Rey y los desesperados cloqueos llamando al diálogo y a la “rectificación”).

¿Cabe la posibilidad de que el Gobierno ice bandera blanca, pacte hacer tablas con los separatistas (que convocarían elecciones regionales inmediatamente), exhiba la pantomima de firmeza de haber evitado la declaración de independencia, y pelillos a la mar? Esto dejaría en la estacada a todo el pueblo español, incluidos los catalanes que heroicamente resisten la opresión nacionalista, que se niegan a elegir entre su amor a Cataluña y su amor a España y que intuyen, con su seny intacto, que construir una identidad sobre el odio y la mentira sólo lleva a la enfermedad, a la decadencia y a la pobreza. Y también traicionaría la acción de la Justicia, a nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y al propio rey, que de forma crucial dio la cara ante un pueblo español atónito y huérfano de liderazgo. Pero lo peor es que esta acción dejaría tocado de muerte al sistema constitucional de 1978, a la unidad de España y a la Monarquía, que es el mayor garante de la misma, y abriría un período convulso que pondría en serio riesgo nuestra convivencia en paz y libertad. Por todo ello, y pese a tantos indicios inquietantes, quiero creer que no ocurrirá.

Dejar de titubear

La única solución es dejar de titubear y actuar desde la legalidad con el acelerador pisado a fondo. Créanme: ellos pestañearán primero. No cabe escudarse en la incalificable deslealtad del líder socialista, ni en el abierto apoyo al separatismo del subversivo partido pro-Maduro (por cierto, único líder internacional en apoyar a los rebeldes). Cuenta el Gobierno con el apoyo masivo de la población, con el de la inmensa mayoría de los medios de comunicación, con el del partido naranja (cuyo líder ha sido el único en comprender la naturaleza de la bestia), con la mayoría absoluta del Senado y, sobre todo, con la razón legal y moral. En realidad, el único apoyo con el que no cuenta el Gobierno, por ahora, es con el de su propio presidente.

El Poder Ejecutivo (como su propio nombre indica) tiene la potestad de aplicar ya el artículo 155 o, en su defecto, de promover que caiga todo el peso de la ley aprovechando toda la fuerza del Estado. No podemos olvidar que ha ocurrido algo gravísimo. Un gobierno regional ha infringido la ley, por el momento con total impunidad, y la dirección de los Mozos, como era absolutamente previsible, ha desobedecido una orden judicial y no sólo ha permitido el referéndum, sino que ha abandonado a su suerte a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, asediados en sus alojamientos por masas envalentonadas y fanatizadas. No se equivoquen: lo que comienza a imperar en Cataluña es una anarquía revolucionaria de corte leninista. Es imprescindible resistir las envenenadas llamadas al diálogo y las treguas trampa que se sucederán, puesto que el Estado de Derecho tiene que lograr una victoria absoluta. Puede que esta batalla por la libertad, la ley y el orden sea larga y complicada, que haya que afrontar el desafío a corto plazo de una anarquía violenta en Cataluña (que enseguida se volvería contra los propios separatistas) y que haya que resistir con estoicismo la sesgada presión mediática internacional (haciendo pedagogía y poco caso) y revertir paulatinamente el odio a España inculcado durante décadas en las mentes de una significativa parte de la población catalana.

Pero es que sólo hay un camino para el éxito, y es el de la firmeza. No podemos ceder ante la política de hechos consumados. Ha llegado el momento de decir basta ya. Si mantenemos el pulso hasta el final, la democracia española y el imperio de la ley saldrán reforzadísimos, el pueblo español recuperará parte de su orgullo y su autoestima, tan dañados, los nacionalismos exacerbados hibernarán durante un par de décadas y, por último, el partido leninista volverá a la marginalidad de la que nunca debió haber salido. Obviamente, todos los perjudicados por la firmeza abogarán por evitarla.

Confío en que el presidente del Gobierno, allá donde esté, no haya olvidado que juró lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la Constitución, y que la oposición comprenda que nos hallamos ante una situación de emergencia nacional frente a la que no caben mezquindades.

El general Eisenhower arengó a los paracaidistas que embarcaban hacia Normandía a luchar contra el fascismo con una sola frase: “Full victory. Nothing else”. Pues eso.

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