Cómo se parecen las operativas de Pedro y María! Ambos consideran que puede ser cierta una afirmación y la opuesta, según convenga. Estos dos personajes no se inmutan cuando entran en contradicción con sus declaraciones anteriores. El problema de faltar tanto a la verdad, en tantas ocasiones, con tanta gente, estriba en que, al final, la credibilidad se pierde. Los ciudadanos toleran muy mal que la persona en la que han depositado su confianza intente engañarles una y otra vez. El abuso de la demagogia puede conducir a un resultado contrario al esperado si se cambia demasiado rápido de opinión, algo que ahora ocurre al haberse precipitado las elecciones.
Las formaciones del pentapartito, por mucho postureo que empleen en su puesta en escena, tienen muy crudo convencer a los electores, pues la manipulación que encierra su mensaje electoral, frente al de hace unos meses, resulta demasiado grotesca. Los ciudadanos no somos unos crédulos menores de edad, a los que se les puede embaucar a capricho. No padecemos la amnesia o estupidez que nos atribuyen.
Si Sánchez ha faltado a la coherencia en su postura respecto a los nacionalistas, y les ama u odia según sople el viento, Chivite se ha comportado de modo similar: ha pasado de aborrecer el nacionalismo a tomar a Bildu como socio preferente. Da vergüenza ajena el ridículo en que cae la presidenta cada vez que se traiciona a sí misma, y a lo que caracterizaba al PSN, para defender una poltrona en la que reina… ¡pero no gobierna!
El regalo a Bildu de la alcaldía de Huarte y de la presidencia de la Mancomunidad, su impasibilidad ante una política lingüística que discrimina a los navarros (contra la que se manifestó en primera línea hace 16 meses), o la marcha atrás en la devolución del IRPF a las madres, constituyen actuaciones que recuerdan al chiste de Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”.
Todos esos deméritos hacen a Pedro y a María acreedores de un título, esta vez ganado a pulso: ser doctores en posverdad. El diccionario de la RAE define este neologismo como “una distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. En definitiva, los hechos objetivos no cuentan. La referencia es aquello que pensamos que nos favorece, aunque para justificarlo utilicemos una argumentación torticera que deforma la evidencia. Estas mentiras de los políticos tienen consecuencias graves cuando se refieren a la economía.
Tanto Sánchez como Chivite están dilapidando un dinero que no es suyo, sino de todos, en dispendios como la creación de puestos a dedo para los ideológicamente afines. En Navarra, resulta impresentable que, en un período de escasez, se pase de 9 a 13 consejeros, y que los altos cargos aumenten un 31%. Gastos que supondrán 6,6 millones de euros en la legislatura. Sin embargo, no se destina presupuesto a carreteras ni a sanidad, donde las listas de espera son ya insufribles para los pacientes.
La obcecación en expoliar a la clase media-alta les ha llevado a incrementar tanto la presión fiscal que muchos contribuyentes se han ido de Navarra. Apenas se invierte en un territorio que, en 2018, ha caído en competitividad fiscal del puesto 10 al 14. Mientras, la Hacienda Foral guipuzcoana se muestra como la más atractiva para los inversores, con medidas tales como considerar rentas de capital al carried interest, algo que en nuestra Comunidad se contempla como rendimiento del trabajo, lo que puede suponer 25,5 puntos menos en el IRPF. ¡Qué miedo dan los aprendices de brujo!