Una de las peores cosas que le pueden ocurrir a un Gobierno es caer en el ridículo. Y resulta difícil definir de otra manera la posición del Ejecutivo de Sánchez tras anunciar, en un primer momento, la anulación de un contrato de venta de bombas a Arabia Saudí, para rectificar más tarde, al darse cuenta de que este país ha encargado a Navantia (empresa no sobrada de clientes en la actualidad) la construcción de varias corbetas, contrato que puede permitir la supervivencia de la sociedad durante algún tiempo.
Es increíble cómo la compasión por los yemeníes (a los que, con razón o sin ella, se considera destinatarios de las bombas) ha desaparecido del pensamiento progresista español en cuestión de pocos días. Hasta dirigentes de Podemos defienden ahora que hay vender a Arabia todas las bombas que ese país quiera, que ya mirarán ellos hacia otro lado cuando las tiren. Es evidente que mantener unos principios (sean estos sensatos o absurdos) tiene un coste de oportunidad, y que cualquier decisión que a ellos afecte implica un análisis de costes y beneficios para determinar cuánto estamos dispuestos a pagar por mantenerlos. Sin embargo, las personas inteligentes afrontan los asuntos con menos torpeza.
Ignoro si Sánchez es marxista, pero su actitud ante la venta de armas a Arabia Saudí recuerda mucho a la de uno de los Marx (don Groucho) cuando pronunció aquella famosa frase: “Estos son mis principios. Pero, si no le gustan, no se preocupe; tengo otros”.
No cabe duda de que, en este desdichado suceso, alguien (y puede que no haya sido Sánchez directamente) ha cometido un error espectacular. Si, al final, tenían que aceptar la venta de las bombas y tragarse los principios, lo sensato habría sido guardar un discreto silencio y mirar hacia otro lado. Pero algún político no fue consciente de que se deben pensar las cosas antes de hablar, metió la pata y dejó en ridículo no solo al Gobierno, sino al país entero. A muchos españoles nos gustaría saber quién ha sido y cómo va a asumir su responsabilidad… Pero no se entusiasmen demasiado: me temo que tal cosa nunca ocurrirá.