Las elecciones de mañana decidirán el próximo gobierno de Alemania para el periodo 2017-2021. Tras una campaña electoral más bien aburrida, Angela Merkel, candidata de la Democracia Cristiana (CDU), parte como favorita.
Desde los comicios anteriores, celebrados hace cuatro años, la situación en el país teutón ha cambiado de forma bastante significativa. Entonces, la economía gozaba de una larga fase expansiva, comenzada en 2005 gracias a las reformas económicas contenidas en la Agenda 2010, y confeccionadas por el anterior canciller, Gerhard Schröder. Ahora, aunque los datos no son malos (crecimiento en torno al 1,6% en 2017), Alemania se enfrenta a una serie de amenazas que permiten intuir que la próxima legislatura va a ser mucho más turbulenta que la que terminará este domingo.
En primer lugar, hay que destacar la incierta situación en la que se encuentra la industria automovilística alemana, auténtico motor de sus exportaciones. La estrategia actual de fabricación de vehículos de alta gama, equipados mayoritariamente con motores que utilizan diésel, está abocada a una importante reestructuración. Inevitable va a ser, por tanto, a) un cambio que permita unas nuevas condiciones de movilidad, y b) la mejora de la imagen que ha ido perdiendo el sector, a fin de evitar consecuencias negativas en sus cifras de ventas, beneficios, y probablemente, empleo.
En segundo, hay que dar solución al problema no resuelto de la entrada masiva de refugiados, el cual ha acaparado la mayor parte de las decisiones administrativas de la política alemana. Una política de puertas abiertas que ha enfrentado al país con sus socios europeos. El próximo Gobierno tendrá que seguir pagando el coste de manutención y de formación de más de un millón de refugiados, cuya integración en el mercado laboral va a ser mucho más larga y costosa de lo que se había previsto. Cifrar la factura va a ser complicado, debido además, a que el derecho de asilo alemán permite la reunificación familiar, con lo que el número de refugiados puede aumentar considerablemente. Las estimaciones del gasto público para esta partida en este año 2017 superan los 55.000 millones de euros (datos ya reconocidos por distintos institutos de estudios económicos del país, como el de Kiel).
En tercer lugar, la continuación de las políticas expansivas del Banco Central Europeo, con tipos de interés cero, empieza a mostrar sus efectos menos deseados. Efectivamente, desde el año 2011, se ha ido produciendo una continua subida de los precios inmobiliarios en Alemania. Un alza que, aunque heterogénea y concentrada en las ciudades, se ha ido convirtiendo en una burbuja a nivel nacional: crece cada vez más la brecha entre los precios de venta de las casas y los salarios percibidos por los ciudadanos (que prácticamente no se han movido). Aumentan también los créditos hipotecarios, hecho que parece ignorar que la política monetaria en algún momento volverá a la normalidad y que los tipos de interés podrían empezar a subir, generando una crisis financiera parecida a la que tuvimos en España.
En cuarto lugar, se necesitarán más cambios en política fiscal para poder incrementar, por ejemplo, los bajísimos gastos de Defensa de Alemania (1,1% del PIB), y convertirse así en un miembro importante de la OTAN, tanto más cuanto que ha ido empeorado su relación con Estados Unidos, Rusia y Turquía. La situación, con este último país, empieza a ser de enfrentamiento casi diario por las continuas provocaciones de Erdogan, a las que el Gobierno alemán se ve obligado a responder. Estos aumentos en el gasto de Defensa y de otros, como infraestructuras y pensiones, tenderán a convertir el hasta ahora modesto superávit fiscal (0,7% del PIB) en un déficit.
Ante este panorama de cambios e incertidumbres, parece lógico que la opinión pública, los ciudadanos y los agentes sociales, hayan creído conveniente que sea Merkel quien siga al frente del Gobierno. Una hipotética coalición de los socialistas (SPD) con el partido comunista (Die Linke) y los verdes no parece la opción más aconsejable. El ejemplo de desgobierno en el land de Berlín, con este tripartito en coalición desde el año pasado, no invita a su repetición a nivel nacional (federal).
EL GIRO A LA IZQUIERDA DE MERKEL
Además, el partido de Merkel ha conseguido arrogarse posturas muy cercanas a las de los partidos de la izquierda tradicional: medidas como el cierre anticipado de la energía nuclear, la política de refugiados, el matrimonio gay, una inexistente bajada de impuestos o la ralentización progresiva de la Agenda 2010. Sin embargo, el efecto de este desplazamiento político hacia la izquierda ha sido la formación de un enorme espacio a la derecha del actual CDU. Tal sector lo cubren ahora: a) el partido liberal (FDP), como opción más ortodoxa y políticamente correcta, y b) Alternativa para Alemania (AFD), que es mucho más extrema y xenófoba y que se va a convertir, en las elecciones de mañana, en la tercera fuerza política.
Merkel será la ganadora, porque ha sabido arrancar votos a los socialistas y verdes, a los que se auguran pésimos resultados electorales. Parece seguro que el CDU estará en torno al 35% de los votos, bastante por debajo del resultado de las elecciones del año 2013. El candidato Schulz (SPD), ante su incapacidad de medirse con Merkel, ha tenido que hacer campaña electoral contra el AFD, contra la Agenda 2010 por haber provocado mayor desigualdad, y hasta contra su compañero de partido Sigmar Gabriel, en su hipotética lucha por el puesto futuro de vicecanciller. Demasiado desgaste para Schulz. Además, el 45% de los votantes se muestra indeciso, lo cual dificulta todavía más una predicción del resultado de mañana.
Así las cosas, la continuación de la gran coalición del CDU y el SPD parece de nuevo la opción más probable. Sin embargo, este modelo de gobierno solo se debe utilizar en periodos de excepcionalidad, ya que resulta peligroso como fórmula de solución permanente. Es más, una tercera repetición puede tener graves efectos secundarios. Efectivamente, en el caso de que Alemania entrase en una crisis económica o en un desorden social (generado, por ejemplo, por un descontento ciudadano a causa de la política de refugiados), en las siguientes elecciones se podría producir una desbandada de votos hacia los dos partidos del extremo parlamentario, es decir, el antiinmigración (AFD) y la extrema izquierda (Die Linke). La historia de Alemania del siglo XX muestra que un escenario así sería muy peligroso; de ahí la necesidad de seguir vigilando la evolución de los riesgos mencionados.
Mientras tanto, Merkel será la jefa de gobierno más antigua de la Unión Europea y la líder del G7 con más experiencia, lo que unido al mayor esfuerzo, que debería de hacer, para dialogar y obtener consensos permitiría consolidar las reformas que necesita Europa y aprobar las últimas propuestas de la Comisión y el Parlamento Europeo, pero éste sería un tema para un próximo artículo.