Que viene el coco
17 de noviembre de 2016
Por admin

Después de la sucia campaña realizada por los dos candidatos a las elecciones presidenciales de EEUU, basada en la demonización del adversario, la victoria de Donald Trump tiene a casi toda la prensa continental europea (especialmente a la española) presa de un ataque de histeria que raya lo obsesivo. La unanimidad periodística es siempre señal de pérdida de libertad. ¿Está acabando la dictadura de lo políticamente correcto con el periodismo libre, independiente y veraz? ¿Se conforman los medios con su nuevo rol como instrumento de repetición de consignas propagandísticas y banal entretenimiento? ¿Se está transformando la información en información; es decir, en antónimo de formación? Trump hahecho una campaña en ocasiones soez y populista con algunas afirmaciones inquietantes. Eso es verdad, pero no es toda la verdad. Hillary Clinton también se lució llamando “detestables, racistas, sexistas, xenófobos, homófobos e islamófobos” a los que no votaban por ella; o sea, a la mitad de su país. Después de tanto desahogo ya es hora de analizar la situación de forma más sosegada y ecuánime, con el escepticismo y la distancia emocional con que hay que procurar tratar la política de cualquier país.

En primer lugar, el histriónico Trump es un independiente, un advenedizo. De hecho, quizá sea el presidente de EEUU más independiente del último siglo. No es un político profesional, ni pertenece al establishment político o al económico-financiero, esa hermandad en la que tú me enjabonas mi espalda y yo te enjabono la tuya, y donde todos se ayudan mutuamente a sujetarse la careta. De hecho, ha tenido en su contra a parte del Partido Republicano y a casi todos los poderes económicos, incluyendo Wall Street y la práctica totalidad de la prensa estadounidense (con una actitud tan agresiva y descaradamente sesgada que parecía más propia de una prensa controlada por un régimen autoritario que la de una democracia). Ha habido pocas excepciones: algún inversor serio como Carl Icahn o algún empresario respetado pero de perfil bajo como Bernie Marcus (cofundador de Home Depot, que cuenta con 370.000 empleados). Desde este punto de vista, su victoria es objetivamente muy meritoria.

En segundo lugar, es un empresario de 70 años del que pueden criticarse muchas cosas, evidentemente, mas no su falta de experiencia, como absurdamente se repite. Obama accedió a la Presidencia con 47 años tras sólo 4 como senador de EEUU y 8 como senador en el Estado de Illinois (el equivalente a parlamentario de una comunidad autónoma). Antes de dedicarse a la política su currículum era, digamos, confuso.

En tercer lugar, el programa del republicano (engañosamente denominado contrato, como si fuera jurídicamente exigible) propugna una sustancial reducción del peso del Estado. Por ejemplo, plantea pedir a cada departamento ministerial que envíe una lista de regulaciones que obstaculicen la creación empleo o no sirvan para nada (¿el 90%?), y no podrá aprobarse ninguna nueva regulación sin antes eliminar dos antiguas. En materia fiscal, Trump propone bajar el Impuesto de Sociedades hasta el 15%, eliminar el Impuesto de Sucesiones (aunque los altos patrimonios pagarán la “plusvalía del muerto”) y reducir los tramos del IRPF a sólo tres, con tipos impositivos, tomen nota, de un máximo del 33% y un mínimo del 12% para rentas conjuntas de hasta 75.000 dólares. ¿Comprenden ahora por qué nuestros vampiros fiscales –es decir, la clase política española al completo– huyen pálidos y ojerosos del republicano como del agua bendita? En cuanto al medioambiente, el programa distingue con lucidez entre la polución y la contaminación (a combatir) y el “radicalismo del cambio climático”, esa nueva ideología totalitaria y acientífica por la que el presidente electo ha mostrado, afortunadamente, su escepticismo. El Obamacare, que ha resultado un desastre, será racionalizado y se establecerán límites al número de mandatos de los congresistas y a su participación en lobbies.

En política exterior, el programa manifiesta su voluntad de “promover la distensión”, reducir el número de conflictos bélicos y “acabar con la actual estrategia de construcción de naciones y cambio de regímenes” (toda una novedad). Identifica como su principal enemigo al Estado Islámico y manifiesta su voluntad de entendimiento con Rusia (clave para terminar la mini guerra mundial que se libra sobre territorio sirio). Por cierto, en el año 2012 Obama criticaba a su oponente republicano Mitt Romney por afirmar que Rusia era una amenaza mayor que el terrorismo islámico. “La Guerra Fría acabó hace veinte años”, se burlaba entonces Obama.

Es sabida la dura posición del republicano sobre la inmigración ilegal en su país, actividad que, como su propio nombre indica, es ilegal (¿debería manifestarse a favor?). Esto no es nuevo: bajo la Administración Obama, EEUU ha deportado a 2,5 millones de inmigrantes ilegales. Lo más criticable es que haya ligado este tema de forma falaz y populista al desempleo y al estancamiento del nivel salarial de los estadounidenses, pero la prensa se ha cebado en su propuesta de construir un muro en la frontera mexicana. En realidad, parte de la frontera está ya cerrada por una doble alambrada de púas de cuatro metros de altura alargada en el año 2006, a raíz de una ley que contemplaba la construcción de 1.100 kilómetros adicionales para “reducir la entrada de inmigrantes ilegales y el tráfico de drogas”. Los entonces senadores Obama y Clinton votaron, ejem, a favor de dicha ley. Por último, Trump ha sido el candidato más claramente pro-vida que se recuerda (y la demócrata, la pro-aborto más radical, posiblemente), y su influencia en la composición del Tribunal Supremo puede hacer peligrar la legislación abortista en vigor. Siendo el aborto probablemente la cuestión moral más relevante de nuestro tiempo, sería ésta una noticia extraordinaria.

Dos aspectos del programa que resultan preocupantes son la retórica proteccionista y el programa masivo de infraestructuras que pretende ser “déficit-neutral”, algo inverosímil. Resulta contradictorio buscar la distensión en lo militar para reavivar la tensión en lo comercial, arriesgándose a una escalada de imprevisibles consecuencias. Y aun reconociendo que las infraestructuras en EEUU están muy abandonadas, una financiación pública de las inversiones utilizaría criterios políticos de prioridad alejados de la racionalidad y la utilidad, y empeoraría la situación fiscal del país aún más. Querer salir de la crisis con proteccionismo y keynesianismo significaría repetir los errores que condujeron a la Gran Depresión. Ya se ha probado. No funciona.

Equiparar el programa del candidato republicano con el del zafio comunismo leninista que sufrimos en España es ridículo. En realidad, aunque existan lúcidas excepciones, el análisis estándar del periodismo español sobre la política estadounidense se suele caracterizar por una sencillez deslumbrante: los republicanos son malos y los demócratas, buenos. Los republicanos son tontos, paletos, incultos, insensibles, egoístas y les encanta la guerra. Los demócratas, por el contrario, son inteligentes, cosmopolitas, refinados, altruistas y pacifistas. Ante una victoria republicana, en España se parafrasea a Obélix: “Están locos, estos americanos”.

Desconozco si Trump tendrá éxito en romper la dictadura de lo políticamente correcto y el pensamiento único socialdemócrata que hunde poco a poco a su país (y a Occidente) o si, por el contrario, acabará siendo tan mediocre como su predecesor, el tan elocuente como hueco, belicoso y prematuro Nobel de la Paz. También desconozco de qué forma le afectará la inevitable patología del poder, de la que ambos candidatos a la Presidencia han mostrado ya numerosos síntomas. En su programa hay puntos esperanzadores y otros más simplones y preocupantes; en algunos temas, sin duda, su éxito dependerá de su moderación, pero en otros, paradójicamente, dependerá de su capacidad de ser fiel a sí mismo y mantener su independencia. En cualquier caso, será un presidente más en un país que goza de instituciones fuertes y de un sistema de libertades que lleva vigente desde finales del s. XVIII y que merece un gran respeto. EEUU sigue siendo un país diferente y a Europa le cuesta entenderlo, aunque a ellos esto les importa poco.

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