El Presupuesto griego no alcanza ni para pagar pensiones o nóminas de los funcionarios. Revisen las cifras y comprobarán una realidad insoslayable: Grecia es inviable, aunque se le perdone la deuda y se le exima del abono de intereses. Otra realidad demostrable es que las condiciones impuestas a los griegos van a resultarles incumplibles.
Para que ese país sea sostenible los griegos tendrían que cambiar de golpe sus seculares comportamientos frente a Hacienda, comenzando por la arraigada tradición de no pagar impuestos y evitar las facturas. Tan sólo la imperiosa necesidad puede provocar el milagro de que los griegos aprendan a vivir de su propio esfuerzo. El «arreglo» de Grecia exige que la economía sumergida aflore, la base imponible aumente y el gasto público descienda al nivel de los países que han sido rescatados.
Jaime Botín, el expresidente de Bankinter e incondicional defensor de la izquierda, acusaba de «mezquino oportunismo» al PP por su insolidaridad con un país en apuros. Regalar el dinero de los españoles a un país que ha defraudado tantas veces y no reclamarle garantías, no es ser solidario, sino irresponsable. Lo mejor a medio plazo para Grecia era la doble moneda o una salida temporal de euro. Pero ha faltado audacia y ha sobrado afán de quedar bien en los políticos, algo que debilitará más el euro que la indisciplina ante las normas.
Resulta crispante que los griegos tengan un referéndum para exponer su postura, digan que no a Europa; aun así les prestemos 50.000 millones y además nos acusen de golpe de Estado. Por el contrario, sin consulta alguna, España ha comprometido 36.000 euros, cantidad que si la tendrían que abonar los que tienen trabajo, supone una media de 2.000 euros per cápita. Por último, también duele la patada a España en el trasero de Luis de Guindos, al negar a nuestro país la presidencia del Eurogrupo. No les extrañe que ante tanta torpeza voluntarista de acuerdos, que ni los mismos firmantes se los creen, aumente el euroescepticismo.