Fue, sin duda, Alexander Hamilton una de las figuras más interesantes de la política norteamericana de los años de la Revolución y protagonista destacado de los debates jurídicos, políticos y económicos que llevaron a la creación de las instituciones del nuevo país cuando las que habían sido colonias británicas consiguieron la independencia. Hamilton nació en 1755 (o 1757, no es segura la fecha) en las Antillas británicas. Era hijo ilegítimo y emigró muy joven a Nueva York, donde pronto destacó por su gran inteligencia y capacidad. Abogado, colaborador directo de George Washington y, sobre todo, político, fue el primer secretario del tesoro y gran rival de Thomas Jefferson, que desconfiaba de los efectos que podrían tener algunas de sus ideas, hasta su fallecimiento en 1804 como consecuencia de un duelo a pistola con el que fue vicepresidente del país Aaron Burr.
Frente a Jefferson y los republicanos, Hamilton intentó reforzar el poder del gobierno federal, muy débil todavía en aquellos años, frente a las antiguas colonias, muy celosas de su autonomía. Para ello redactó varios informes referidos a cuestiones económicas relevantes que se planteaban al nuevo gobierno. Los tres principales versaron sobre el crédito público, sobre la creación de un banco nacional y sobre el desarrollo de las manufacturas. Este último es especialmente importante, porque inspiró en buena medida la política comercial exterior de Estados Unidos en todo el siglo XIX y porque la influencia de su defensa del proteccionismo parece haber llegado hasta el propio presidente Trump.
Defendía Hamilton en su Infonne sobre las manufacturas que el nuevo país, para garantizar su independencia, necesitaba una potente industria manufacturera y, para ello, el estado debería intervenir tanto realizando subvenciones directas a la producción, como establecer aranceles. Consideraba que estos aranceles eran muy necesarios ya que, además de proteger a las empresas que realizaran su actividad en el país, generarían ingresos que permitirían financiar tanto los gastos del gobierno federal como las ayudas a la industrialización. Es cierto que Hamilton defendía aranceles “moderados”; pero es evidente que su mensaje significaba una ruptura con los principios cosmopolitas y librecambistas de Adam Smith y enlazaba con la vieja tradición mercantilista del siglo XVIII. El proteccionismo, en su opinión, tendría muchas ventajas, ya que reforzaría la soberanía nacional al contribuir a la creación de fábricas que suministrarían a los norteamericanos gran parte de sus mercancías de consumo habitual y, además, se encargarían de la producción de los bienes más necesarios para la defensa nacional. Y no puede olvidarse que el propio Smith había considerado que uno de los pocos argumentos válidos para justificar el proteccionismo era la defensa ya que, afirmaba el pensador escocés, la seguridad es aún más importante que la opulencia.
Este Informe sobre las manufácturas fue presentado al Congreso de Estados Unidos en 1791. Y la Cámara lo rechazó, no sólo porque muchos congresistas eran conscientes de que la protección de la industria significaría una transferencia de rentas de los agricultores a los fabricantes y de los estados agrarios del sur a los estados más industrializados del norte, sino también por la desconfianza que generaba un sistema de subsidios estatales que fácilmente podría llevar a la corrupción de la actividad pública. Idea ésta en línea con otras críticas que Jefferson y sus partidarios republicanos formularon a algunos proyectos de I Iarnilton por creer que darían a los nuevos gobernantes poderes que podrían poner en peligro los principios de la constitución. Pero este fracaso fue sólo temporal. Con el paso de los años, la influencia del Informe fue muy grande; y el Congreso acabaría adoptando muchas de las propuestas en él defendidas. Algunas décadas más tarde Lincoln se declaró abiertamente en contra del comercio internacional libre v llegó a afirmar que el abandono de la política de protección arancelaria llevaría al pueblo a la ruina. La guerra civil norteamericana puede interpretarse de muy diversas maneras; pero no cabe duda de que un factor importante en ella fue la lucha entre los librecambistas del sur y los proteccionistas del norte, con Lincoln a la cabeza. Y que el resultado final de la contienda significó tanto un reforzamiento del poder del gobierno federal frente a la autonomía de los estados como el triunfo de la política proteccionista, dos causas pollas que Alexander Hamilton había luchado mucho tiempo antes.