Cualquier falacia, a base de maquillarla hasta que sea atractiva y de repetirla oportunamente, termina siendo un dogma incuestionable. Los profesionales de la demagogia consiguen que las sensaciones borren las convicciones. El imperio de la imagen, del «postureo» y de las interpretaciones televisivas, tan magistrales como capciosas, puede más que la verdad desnuda. Si no activamos toda nuestra capacidad crítica, los prestidigitadores emocionales pervertirán nuestro cerebro.
En la cacería del voto todo vale. El efectismo de su representación, tertulias convertidas en diálogos de sordos, seducen a quien no esté advertido. Al final siempre hay incautos y crédulos de promesas imposibles que les dan el voto. Aquí la propaganda engañosa se impone a la evidencia y los discursos sensibleros pueden más que la realidad. Lo paradójico es que la manipulación de las ideas no solo alcanza a lo cualitativo, sino también a materias como la Economía, basada en datos cuantitativos precisos. Así, el logro de que España crezca a un ritmo del 3,5% es barrido por un eslogan de diseño. Debo admitir que la torpeza del Partido Popular, transmitiendo sus demostrables realizaciones, es comparable a la maestría de los nuevos partidos para hacer creer en quimeras imposibles. El esfuerzo para conseguir los retos debe ser completado con el de venderlos.
Las encuestas ante las elecciones muestran que enderezar una economía al borde del rescate y mantener el bienestar no ha repercutido en el sentido del voto, tal como ha ocurrido en el Reino Unido. Ante la convocatoria del domingo convendría hacer un ejercicio de desintoxicación del venenoso marketing que nos han inoculado. Aviso de que la recuperación de la economía española es todavía frágil y que algunos experimentos que se advierten en el horizonte suponen un riesgo de inestabilidad. Le recuerdo que la insatisfacción con los políticos no justifica la abstención. Así, estaría dando escaños a quien no piensa como usted, que terminaría por ser el principal perjudicado.