Mr. Trump va a la guerra
12 de abril de 2018
Por admin

Pensaba Clausewitz que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Pero también afirmaba que la guerra es un acto de violencia que intenta obligar al enemigo a someterse a nuestra voluntad. Y, claro, no siempre el enemigo está dispuesto a aceptar tal sometimiento. Cualquiera que conozca los fundamentos de la teoría de juegos sabe que las amenazas pueden lograr sus objetivos sin necesidad de que sean llevadas a la práctica si refuerzan una posición negociadora. El problema es que las amenazas pueden resultar no creíbles, sobre todo cuando la parte amenazada sabe cuáles serán los costes de sus represalias para el adversario.

Los análisis de la política comercial del presidente Trump llegan a dos tipos de conclusiones muy diferentes. En un primer enfoque, se considera que se trata de una política visceral, en buena medida errática, cuyo principal objetivo es dar satisfacción a muchos de sus votantes. La segunda versión, en cambio, considera que el juego de desplantes e intimaciones tiene su lógica, y que el presidente está, en efecto, continuando su política por otros medios.

Para cualquier observador que no sea un auténtico especialista en el tema, la situación actual resulta muy confusa. En primer lugar, porque de la medida inicial de reducir las importaciones de acero y aluminio parece que van a quedar excluidos numerosos países; nada menos que Canadá, México, Brasil, Argentina, Australia, Corea del Sur y la Unión Europea, lo que supone más de las dos terceras partes de las importaciones estadounidenses de esos productos. Por otra parte, la elevación de los aranceles de aduanas no es, ciertamente, la única estrategia proteccionista en nuestros días, ya que las medidas antidumping y la imposición de derechos compensatorios a aquellos países sospechosos de haber promovido las exportaciones de forma ilícita (mediante subsidios, por ejemplo) son muy habituales. Y uno de los sectores en los que Estados Unidos las utiliza con mayor frecuencia es, precisamente, el del acero. La subida de aranceles puede no ser, por tanto, la única medida de esta guerra comercial de la que parece que se están librando las primeras escaramuzas.

Firmeza

En una estrategia de esta naturaleza, el resultado óptimo para quien amaga con atacar primero es, ciertamente, que la otra parte calcule que los efectos de la guerra pueden ser peores para sus intereses que aceptar determinadas limitaciones a su comercio exterior. Pero tal actitud supondría crear una reputación de debilidad que podría ser utilizada en el futuro por sus rivales para imponer nuevas restricciones. Y la parte agredida sabe, además, que sus medidas de represalia pueden hacer también mucho daño a quien atacó primero; y puede pensar que una actitud de firmeza obligará al atacante a reconocer sus propias pérdidas y a no seguir adelante con sus amenazas. Por ello es posible que el enfrentamiento continúe y el resultado final acabe siendo negativo para ambas partes.

¿Cuál podría ser el coste de una guerra comercial internacional en estos momentos? Algún estudio habla de una reducción del 0,5% del PIB mundial. Dado que éste se acerca hoy a los 80 billones (españoles) de dólares, la pérdida total podría superar los 400.000 millones de dólares. Al margen de lo difícil que resulta hacer una predicción fiable de tales efectos, la cifra es enorme, sin duda. Pero hay que llamar, además, la atención sobre varios hechos.

En primer lugar, los efectos del proteccionismo en los diversos sectores de una economía son diferentes, por lo que hay que esperar distorsiones muy perjudiciales. Por poner sólo un ejemplo, el arancel a las importaciones de aluminio y acero no sólo afectaría especialmente a estos sectores de la economía en un país como China; también se verían perjudicados aquellos sectores de la economía de EEUU que utilizan el acero o el aluminio como inputs. Por otra parte, aunque la guerra comience en un número limitado de sectores, puede generalizarse fácilmente, tanto por el lado del país proteccionista como por el del que establece medidas de represalia. El ejemplo del arancel Hawley-Smoot de 1930, que empezó como una medida de protección a la agricultura estadounidense, acabó afectando a numerosos sectores y generando una reducción del comercio mundial, que contribuyó en buena medida a agravar la depresión de la década siguiente. Y, por fin, conviene no olvidar que, aunque un arancel proteccionista supone un perjuicio para todos los consumidores, son las personas de renta más baja las que más sufren, al verse reducida en mayor grado su capacidad de consumo.

¿Serán suficientes estos argumentos para que vuelva el sentido común y se evite una guerra que a todos perjudicaría? No está claro. En el caso de las medidas proteccionistas, como en el de otras muchas estrategias de política económica contrarias al mercado libre, los efectos negativos no se ven de inmediato, y cada parte puede valorar en exceso los beneficios que espera obtener. Y es posible que, cuando piensen que ha llegado el momento de echarse atrás, ya sea demasiado tarde. La idea de que “las armas las carga el diablo” también es cierta para las guerras comerciales.

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