Aunque pocas personas afirmen su existencia o se declaren abiertamente parte del movimiento, el woke existe. Y se sabe que existe, simplemente porque podemos ver sus efectos. Por ejemplo, en su corta historia, ya ha dado lugar a un nuevo y amplio léxico: cancelación cultural, decolonialismo, apropiación cultural, escritura inclusiva… Todos términos originados de la encrucijada entre la exacerbación de la preocupación de la izquierda por las minorías y la voluntad de deconstruir una visión del mundo heredada de la Ilustración.
«Cada uno se define no por lo que le hace específico, irreductible a cualquier otro (la identidad «ipse»), sino por lo que le hace semejante a los demás (la identidad «idem»).
A lo largo del ensayo “Le wokisme, ce nouveau totalitarisme dont on ne peut prononcer le nom”, el Centre Jean Gol (think tank belga), y más concretamente Nadia Geerts, expone la existencia, oculta a simple vista, del woke. Para ello, la autora desarrolla el concepto, comenta sus orígenes, su historia y su léxico fundamental, y realiza una extensa lista de críticas al mismo.
En pocas palabras, el escrito compara el movimiento con lo que Pascal Bruckner (escritor francés) llamó “el sollozo del hombre blanco”, una tendencia permanente a la autoflagelación que acaba amenazando la libertad de expresión, el humanismo e incluso la propia razón. Esta teoría confirmaría el fin del sistema liberal en todas sus facetas bajo el pretexto de no escandalizar ninguna sensibilidad considerada oprimida.
«Los alquimistas buscaban convertir el plomo en oro. Los activistas Woke han encontrado la fórmula para convertir el oro de la libertad en el plomo de la identidad.”
Asimismo, Geerts plantea la posibilidad de que el proyecto político del woke, bajo la noble apariencia de lucha contra las injusticias y con instrumentos contundentes, pueda implicar un atentado contra la libertad y el progreso humanista. ¿Es el woke un peligroso totalitarismo encubierto?
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