La semana pasada el laboratorio de ideas Civismo organizó en el colegio mayor Larraona de Pamplona un encuentro sobre proteccionismo y globalización al que asistieron como ponentes el economista Juan José Toribio, ex director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional y profesor del IESE, y el historiador Florentino Portero, director del Instituto de Política Internacional y del Máster de Acción Política de la Universidad Francisco de Vitoria. Ambos expertos comparten una similar visión de los inquietantes efectos de la globalización sobre las sociedades occidentales, aunque su diferente origen profesional y académico aporta reflexiones complementarias de un proceso que califican de “imparable”.
Se dice que vivimos una época de cambios acelerados. ¿Estamos fuera de control?
Florentino Portero: La revolución tecnológica nos conduce inevitablemente a una reconexión de las diferentes culturas en el mundo, lo que genera fricción y obliga a la gente muy diferente a compartir espacios que antes eran exclusivos. Y en este contexto también coincide en el tiempo la cuarta revolución industrial, una nueva forma de concebir la producción, todo lo cual nos está obligando a crear una nueva sociedad y eso a la gente le da vértigo en todo el planeta, aunque especialmente en Europa.
Juan José Toribio: La historia demuestra que siempre ha habido resistencias al cambio. Y cuanto mayor es el cambio, mayores las resistencias. Eso es quizá lo que estamos viviendo en los momentos actuales. Y una de sus manifestaciones es el proteccionismo arancelario que está impulsando Trump en Estados Unidos.
¿No se está obligando al grueso de la población a marchar en una dirección en la que no quiere ir?
F.P.: Estamos inmersos en los comienzos de la cuarta revolución industrial. Las tres previas se llevaron por delante los modelos industriales, empresariales, sociales y políticos que imperaban en cada momento. El sistema de gobernanza que tenemos es un cadáver y da igual que esa situación nos disguste o no. Es normal que la gente tenga la sensación de que está perdiendo el control. ¡Claro que lo está perdiendo! Pero es que la sociedad va a cambiar.
J.J.T.: Esa sensación de pérdida de control no se produce entre amplias capas de la gente más joven. Viajan con pasmosa facilidad y tienen amigos en todas las partes del mundo. Antes bien, se encuentran ante una apertura de horizontes que les hace ser optimistas. Lo que sí ocurre es que los gobiernos han perdido poder. El margen de libertad en políticas económicas es mucho menor que en el pasado.
¿Esas resistencias no pueden deberse a que solo defienden la globalización quienes son inmunes a sus efectos negativos?
J.J.T.: En China ha surgido una enorme clase media y alta, que puede calificarse de éxito en la lucha contra la pobreza. Al mismo tiempo es cierto que en los países avanzados la renta de las clases medias y medias bajas ha permanecido estancada. De hecho lo que se ha producido es un traslado de las rentas de las clases medias y bajas de los países avanzados a los emergentes. Y esta transferencia de rentas era precisamente lo que queríamos, ¿o es que pensábamos que eso lo iban a hacer las ONG? Eso lo ha hecho el mercado, la globalización y la tecnología. Es verdad que no ha habido una pedagogía suficiente sobre ese fenómeno, que no lo hemos entendido bien. Eso ha hecho que una parte de las clases medias acaben votando a Trump o Le Pen.
F.P.: Los ciudadanos gracias a la intercomunicación que permiten las redes sociales se agrupan y toman posiciones que les llevan a un suicidio colectivo, como está pasando en Italia. Esa es la parte más delicada de la dimensión política de lo que está sucediendo.
¿No podría compatibilizarse la globalización con el modelo europeo del bienestar?
J.J.T.: Es verdad que en el pasado, ya sea durante las monarquías absolutas o el liberalismo del siglo XIX, había un discurso que la gente podía entender y daba respuesta a sus inquietudes. Tras la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, la caída del muro de Berlín parecía que el liberalismo cobraba nuevo protagonismo tanto a nivel político, como económico y sociológico. Pero este modelo se ha visto interrumpido por la crisis actual. Y algunos albergan dudas sobre cuál es el discurso actual. Quizá ahí sí tenemos un vacío intelectual. Nos hacen falta nuevas ideas para elaborar un nuevo relato comprensible para el grueso de la gente.
F.P.: En los países occidentales solo hay discursos de reacción, pero falta el relato interesante y positivo. El único discurso positivo en España lo aporta Ciudadanos, aunque se trata de un discurso europeísta cuando precisamente la UE está estancada. De hecho, dentro de Europa, Macron que era la locomotora se está agotando.
¿Habrá que acostumbrarse a la inestabilidad política?
F.P.: La Unión Europea puede morir de éxito. Salió tan bien el proceso de convergencia y la creación del estado del bienestar que nos hemos dormido en los laureles. Los gobiernos no han favorecido un clima que impulse la innovación por culpa de impuestos y rigideces. Y ahora que ha llegado un cambio de ritmo es cuando notamos que estamos atascados.
¿Puede explicarse la cuestión catalana como una reacción contra la globalización?
F.P.: Sería un error pensar que ambos fenómenos están conectado de forma directa, aunque es verdad que las inseguridades de la sociedad pueden encaminarse en una dirección u otra. No obstante, en el mapa independentista hay un abanico muy plural de ideologías. La CUP no tiene nada que ver con la antigua CiU.
J.J.T.: La crisis financiera de 2008 y 2009 también influyó mucho en la deriva independentista. Cuando se hundió la recaudación tributaria y hubo que aplicar grandes recortes, el componente antisistema catalán sitió el Parlamento de Cataluña y el presidente Mas tuvo que utilizar el helicóptero para entrar y salir. Esa fue el momento clave en que la antigua Convergencia decidió apostar todo a la independencia.
¿Cómo puede afectar la crisis secesionista a la economía?
J.J.T.: Las consecuencias ya se pueden ver en una progresiva parálisis de la economía catalana. A corto plazo parece no haber repercusiones, pero la salida de empresas y la pérdida de confianza de los inversores tendrá efectos muy negativos a medio y largo plazo. Esto fue exactamente lo que pasó en Quebec, donde su relevancia económica en Canadá ha disminuido a pasos agigantados.
F.P.: El estado de Derecho es fuerte y resulta muy difícil forzar la ley. Todo aquel que quiere romper las reglas del juego sufre un fuerte desgaste que acaba derivando en cansancio y división. El Gobierno debe permanecer muy tranquilo y favorecer ese desgaste y división entre los separatistas y al mismo tiempo tiene que tender puentes.
Hablando del Gobierno, ¿qué les parece que se multe a las empresas que no respeten una cuota de mujeres en puestos de dirección?
F.P.: Estos procesos son de orden social y el gobierno no debería intervenir. Por ejemplo, el banco más importante de España lo preside una mujer.
Que se ha definido feminista.
F.P.: Esa declaración de Patricia Botín no es la que más le honra y fue un gesto para quedar bien.