«No recuerdo a qué edad empecé a aprender griego. Creo que fue a los tres años». Con estas sorprendentes palabras empieza John Stuart Mill, en su autobiografia, el relato sobre su particular educación. El responsable de esta auténtica barbaridad pedagógica fue su padre, James Mill, economista e historiador relevante en el mundo intelectual británico de los primeros años del siglo XIX. Pensaba James Mill que la educación de una persona tenía mucho menos que ver con sus condiciones o gustos personales que con la formación que le fuera inculcada desde una edad temprana. Por ello se ocupó personalmente muy pronto de su hijo mayor, John Stuart, que había nacido en Londres en 1806. Y así tenemos a nuestro personaje estudiando latín a los seis años, para luego adentrarse en las matemáticas y las ciencias, y terminar analizando con su padre, en largos paseos, las ideas fundamentales de los Principios de Economía Política y Tributación de David Ricardo… Tenía doce años.
La obra de John Stuart Mill es muy extensa y en ella abordó su autor campos muy diversos de la filosofía y las ciencias sociales. Como hemos visto, sus estudios de economía empezaron muy pronto. Pero habría que esperar a 1848 para la publicación de su libro fundamental en esta disciplina, los Principios de economía política, que, siguiendo la línea marcada por Ricardo, sería durante más de dos décadas la obra de economía de referencia en Gran Bretaña.
Análisis
Este tratado, además de ofrecer una síntesis completa de las ideas de escuela clásica inglesa, contiene aportaciones importantes, tanto desde el punto de vista del análisis económico como de la política social. Entre las primeras, cabe destacar su teoría de las demandas recíprocas, que completaba y mejoraba la teoría del comercio internacional de Ricardo, al señalar que el precio de intercambio de las mercancías sería en función de las demandas de importación de cada uno de los países. Y, entre las últimas, puede mencionarse su análisis de las herencias y su tributación, que presenta los argumentos fundamentales que, en favor o en contra de la libertad de testamento y los impuestos sobre las sucesiones, siguen utilizándose en la actualidad.
Mill es considerado uno de los grandes pensadores liberales del siglo XIX. Y no cabe duda de que, en muchos sentidos, lo fue; y su ensayo Sobre la libertad (1858) es una obra de referencia obligatoria para un liberal. Pensaba Mili que, aunque el Estado puede intervenir en la regulación de la economía en determinadas circunstancias, tal intervención debería ser muy limitada va que una economía en manos del gobierno sería despótica; y, además, crearía una burocracia que no tendría otros objetivos que maximizar su propio poder, afirmación que resultaría profética dado lo que ocurrió en numerosos países a lo largo del siglo XX; y sigue ocurriendo en algunos en nuestros días.
Pero en sus Principios, Mil] planteó una distinción entre las leves de la producción y las leyes de la distribución que, en la práctica, abría el camino ala intervención del Estado en la economía y, en buena medida, se mo el capital acumulado, la capacidad de la mano de obra, la maquinaria, etc. Pero la distribución, en cambio, depende de las instituciones humanas, y, en concreto, del derecho y las costumbres de cada sociedad. El problema es que tan radical distinción resulta bastante discutible, ya que, en el mundo real, la existencia de un modelo u otro de distribución de la renta influye necesariamente en la producción, al crear incentivos que estimulan o desalientan el esfuerzo de cada persona. Y ésta es una cuestión fundamental para la socialdemocracia, ya que su objetivo de permitir que el mercado determine la producción de una manera eficiente y luego sea el Estado el que reparta la renta generada con criterios de justicia social puede llevar a todo tipo de incoherencias; la más evidente de las cuales es que cada persona tendría que plantearse para qué producir si el reparto posterior depende de factores ajenos a la propia actividad. Y, a día de hoy, el problema sigue sin tener una solución clara.