El coronavirus ha generado una alarma social sin precedentes, pero hay otra que irrita más: la que suscita la torpeza con la que Pedro Sánchez ha procedido para evitar la pandemia. Vayamos a los datos para demostrarlo:
A finales de diciembre, la doctora Ai Fen, directora del Hospital Central de Wuhan, dio la voz de alerta y fue reprimida por las autoridades. Sin embargo, tuvo el coraje de comunicarlo a la revista Renwu, medio que lo difundió en su web. Aunque la censura china pronto suprimió este contenido, hubo internautas que, conscientes del peligro, expandieron la noticia en la red. El doctor Li Wenliang, compañero de Ai Fen, tampoco se calló y fue brutalmente obligado a retractarse, probando con su propia muerte la gravedad del virus que denunciaba.
El 1 de enero, el número de infectados, todos chinos, ascendía a 381. Aunque la cultura del Partido Comunista implica negar todo aquello que perjudique la imagen del país, había tantos muertos que no se podía seguir callando. Así, el 9 de enero, el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades informó de la identificación de un nuevo coronavirus a la OMS. Si hubieran advertido antes del riesgo, se habría reducido la cantidad de contagiados y fallecidos en todo el mundo.
El 24 de febrero, el covid-19 había infectado a 229 personas en Italia, 13 en Reino Unido, 12 en Francia y 2 en España. Era una evidencia que el virus se iba a extender, pero en Moncloa estaban centrados en sus intereses partidistas. Si, a la vista de lo que estaba pasando en China y del exponencial avance de los afectados en Italia, se hubieran tomado medidas en España hace tres o, al menos, dos semanas, el aumento de contagiados habría sido menor. Pero no, el Gobierno de España tenía como prioridad el festival de la manifestación del Día Internacional de la Mujer. Es de juzgado de guardia la irresponsabilidad de Moncloa. Retrasar la adopción de políticas de contención hasta que se celebrase la fiesta del feminismo de izquierdas ha costado muertos. Es una burla cruel que quienes por su inacción han agravado la pandemia, en lugar de pedir perdón, se presenten ahora como redentores.
Así, a la alarma del coronavirus, hay que añadir otra más frustrante: la de que España esté gobernada por un Ejecutivo que no se adelanta a la crisis, sino que va por detrás de los acontecimientos. Además, antepone sus obsesiones ideológicas a la salud de los ciudadanos. Tampoco se entiende que, en una situación de extrema gravedad colectiva, haya habido peleas en el último Consejo de Ministros porque Pablo Iglesias reclamaba un mayor protagonismo y figurar en el gabinete de crisis. Pedro Sánchez acertó cuando en la campaña electoral dijo que “no dormiría tranquilo” con Podemos en el gobierno. Se ha sabido que Nadia Calviño amenazó con dimitir si no lo hacía Pablo Iglesias, tras la propuesta de este de nacionalizar las eléctricas y la sanidad privada, además de influir en los medios de comunicación con el coronavirus de fondo y su rápida propagación. La reunión llegó a tensarse tanto que, incluso, la vicepresidenta Carmen Calvo tuvo que sacar a Calviño de la sala para calmar los ánimos.
Si Sánchez quiere un poquito a España, debiera subordinar sus intereses a los del conjunto de los ciudadanos. Ello exigiría llamar a Pablo Casado y pactar la formación de un Gobierno de Emergencia Nacional. El coronavirus pasará en unos meses, pero la economía quedará destrozada durante años si se abre desmesuradamente el grifo del gasto público como postula Iglesias. Además, en una situación tan crítica, el chantaje nacionalista puede imponer medidas irreversibles que rompan la cohesión de España. Ya no es momento de hacer política, sino de ejercer la responsabilidad.