La situación actual de Grecia y las perspectivas para las próximas semanas, se entiende en Economía como “fenómeno de cola“, es decir, un hecho que sucede de forma muy rara -con muy baja probabilidad- pero que se repite varias veces a lo largo del tiempo. Así se entendió ya en mayo de 2010 con el primer rescate y así lo hemos vuelto a contemplar en medio de un deterioro de las negociaciones difícilmente reversible.
En esta coyuntura, a la luz de los resultados de las negociaciones para conceder un tercer rescate a Grecia, se hacía necesario tomar medidas drásticas para detener el deterioro del mercado financiero griego e intentar poner orden en él. En este sentido, el instrumento más eficaz es la imposición de un control de capitales con carácter temporal, algo tan antiguo como el propio sistema de pagos internacionales.
El primer control de capitales en la Zona Euro comenzó en marzo de 2012 en Chipre, donde hubo un episodio de bank run que fue contenido gracias al cierre de las sucursales bancarias. En aquella ocasión, la efectividad de esta medida se basó en dos circunstancias particulares: por un lado, los bancos chipriotas contaban con una estructura de pasivo mayoritariamente formada por depósitos de clientela no residente de origen ruso; por otro lado, la primera entidad tuvo la suficiente capacidad para absorber a la segunda entidad y a otras de mediano y pequeño tamaño.
Ciertamente, la lógica del control de capitales radica en la situación particular tanto del sistema bancario griego como de la balanza de pagos del país. Por el lado del sistema financiero, los bancos griegos poseen una estructura actual de pasivo compuesta en su mayoría por el recurso al Banco Central Europeo (BCE) a través del sostenimiento de su liquidez diaria (el programa de liquidez de emergencia ELA). Dada esta extrema dependencia del crédito del BCE, la retirada del ELA o una reducción de este, haría imposible la apertura de los bancos griegos dado que no tienen suficientes depósitos para atender una de cada dos peticiones de retirada de fondos.
Por otro lado, con respecto a la balanza de pagos, Grecia ha sufrido una importante fuga de inversiones (déficit de 964 millones en abril) con severas consecuencias sobre las reservas del país, las cuales han caído a plomo en seis meses. En este sentido, la Posición Inversora Internacional Neta ha escalado hasta el -91% del PIB y su saldo deudor contra el sistema de liquidación de pagos del euro TARGET2 ya es de 100.300 millones a mayo. Por tanto, el control de capitales congela la deuda externa de Grecia y la salida de más reservas. En un futuro no muy lejano, podría ser interesante el papel de las reservas oficiales de oro, un 66% del volumen de divisa extranjera.
En suma, un país muy endeudado con el exterior y dependiente del BCE como Grecia, hace que sea necesario un protocolo que congele su abultada deuda y el riesgo de mayores salidas de reservas. Su éxito dependerá de llegar pronto a un acuerdo, aunque sea de mínimos y, sobre todo, de que el BCE siga actuando de prestamista de última instancia. Por el contrario, Grecia acabaría de cavar su propia tumba.
Javier Santacruz Cano es profesor del IEB