Con la llegada de Pablo Casado, el Partido Popular dio un golpe de timón para retornar a las políticas liberales que había abandonado bajo el liderazgo de Mariano Rajoy, de ideología desconocida, inexistente o, en su defecto, socialdemócrata —lengua franca en nuestro tiempo. Este viraje fue especialmente claro a ojos de todos en el impresionante número de salvas liberales que se lanzaron en la Convención Nacional del PP del pasado enero. Salvas que se centraron eminentemente en la cuestión tributaria, a la luz del esfuerzo fiscal indiscriminado al que se somete a particulares y empresas en nuestro país.
Sin embargo, este giro del PP fue eclipsado cuando, en los albores de la campaña de las elecciones generales, Vox sacó músculo con el programa económico más liberal de la historia democrática española. Hoy, por la vía de los hechos, el PP vuelve a representar la pureza liberal en España; una que habrá de salvaguardar bajo la vigilancia de la formación verde —que ya le ha llamado la atención por aumentar de 9 a 13 el número de consejerías en Madrid. No obstante, no se trata de repartir carnés de liberal, sino de que los ciudadanos sean más libres. Y hoy por hoy no es un partido, sino varios, los que han de contribuir a ello. Más si cabe frente a una alternativa que perdió hace tiempo cualquier tipo de moderación y escrúpulos, hasta el punto de referirse con total normalidad a la confiscación pura y dura.
Pues bien, la fiscalidad ha vuelto a encontrar un molde liberal que la atempere en la Comunidad de Madrid, tras haber constituido el caballo de batalla de la campaña; el punto principal y más debatido de la sesión de investidura de Isabel Díaz Ayuso. Así las cosas, arranca esta semana el nuevo Gobierno de esta comunidad autónoma, y lo hace con paso firme. Este Ejecutivo representa ya, a todas luces, un ‘ensayo’ o ‘simulacro’, de lo que podría suceder a nivel estatal. O, al menos, allí donde la (de facto) España Suma gobierne. No es casualidad que Díaz Ayuso hablase de querer a España como el mejor modo de dirigir la Comunidad de Madrid.
Siguiendo el ejemplo de esta región, la fiscalidad puede convertirse también en caballo de batalla en el resto del país, como si de la figura de ajedrez se tratase, dada su versatilidad. Por un lado, puede erigirse en el tema del que el PP hable con la coherencia que no ha tenido en el pasado; y aplicarla en todo el país, como hace Vox al abordar el problema del agua de igual forma en Zaragoza que en Murcia. Por otro, la puesta en marcha de políticas fiscales liberales en ciertas CCAA las hará prosperar, lo que acentuará el efecto llamada. Este, lejos de ser implícito, ya se ha hecho evidente al conminar la propia Díaz Ayuso, y también Casado, a las demás regiones a seguir la estela madrileña. Llamamiento que ya ha hallado un eco positivo en la Andalucía de Juanma Moreno, quien parece determinado a desarrollar su propia revolución fiscal.
Por último, un pequeño reproche para hacer pedagogía del liberalismo. Una rebaja fiscal como la anunciada por Díaz Ayuso es de celebrar. Sin embargo, a efectos de discurso político y de justificación de tales medidas, conviene empezar a hablar de libertad a secas, y no de libertad para. Las formaciones políticas más liberales suelen abogar por menos impuestos para lograr mayor empleo y financiar más y mejores políticas sociales. Pese a constituir un comienzo, urge poner en primera línea el valor intrínseco de la libertad. Libertad porque sí, y el dinero para el ciudadano, lo que no quita que, además, se trate del mejor mecanismo para mejorar la sociedad en su conjunto… Tiempo al tiempo, ya que estamos a años luz de ese punto. Por el momento, Madrid va por buen camino, y es ya un magnífico escaparate donde se vende libertad.