Ante la campaña electoral somos muchos los ciudadanos que estamos hartos de la ambigüedad calculada (para agradar a todos), de las promesas inconcretas (sin cifras y plazos verificables) y de tantas medias verdades (que en realidad ocultan propósitos inconfesables).
Hay demasiado político profesional que subestima el sentido común del elector, quien está ya demasiado escarmentado de tanta impostura y que de lo que se va a fiar es de su intuición. Existen predictores que advierten del riesgo de los candidatos. Daré tres de ellos. 1. Cuestione la valía de los que nunca han trabajado fuera de la política: en ellos primará mantener su empleo ante todo los demás. 2. Resulta probable que quien le ha engañado en elecciones anteriores lo vuelva hacer en estas, aunque su marketing sea más atractivo. 3. Como la ciencia infusa no se recibe con el nombramiento, quien en su vida profesional previa a la política fue un fracaso es fácil que lo sea también cuando administre el dinero ajeno.
La autenticidad de decir lo que se cree, especialmente cuando se trata de verdades amargas e inevitables, persuade más que prometer el paraíso gratis. Pondré un contraejemplo. Antes de ayer, Mario Vargas Llosa y Carlos Herrera intervinieron en una conferencia organizada por Civismo, en la que expusieron sin complejos sus convicciones. La lección magistral mostró la autoridad que da la coherencia. Mostraron el riesgo económico de los populismos extremos, sean de izquierdas o nacionalistas, indicando que se presentan como «redentoristas de los humildes y enemigos de los poderosos» cuando su objetivo real es alcanzar el poder. Ante un público plural, los ponentes convencieron porque fueron sinceros y criticaron el aumento del gasto del PP, o su mala pedagogía, a la vez que elogiaban la valentía de Rajoy para imponer ajustes para evitar un rescate, casi sentenciado, que habría hundido a España. La economía irá mejor cuando la coherencia personal sea tan convincente que concite la adhesión popular.