El final del mes de octubre está conllevando importantes cambios en el conjunto del continente europeo como consecuencia de un más que evidente rebrote de la epidemia del coronavirus. En el caso de Italia, se da una doble paradoja: por un lado, el Gobierno había sido capaz, al menos hasta ahora, de revertir la grave situación inicial y encarrilar la actividad económica, lo que ha tenido como consecuencia inmediata un aumento de la confianza de los mercados plasmado en un muy posible cambio de nota de las diferentes agencias de calificación; por otro, se está vislumbrando una auténtica rebelión social que tiene en Nápoles, capital de Campania, su epicentro fundamental. Y es que una vez más vuelven a contraponerse la realidad macroeconómica con la microeconomía, que es cosa bien distinta.
Comencemos por lo primero, que es el rebrote tan brusco del coronavirus en la nación transalpina. A diferencia de la vecina España, el verano en Italia fue mucho más plácido, moviéndose el país permanentemente entre los 500 y los 1.500 contagios. Ello hizo posible la celebración en la máxima de las normalidades de la doble jornada electoral de los días 21-22 de septiembre, con el fin de decidir el gobierno de siete regiones, alrededor de 1.000 municipios y la reducción del número de parlamentarios nacionales. Eso sí, fueron necesarios dos días consecutivos de votaciones (domingo y lunes), aunque en el caso del lunes las urnas cerraron a las 15:00 en lugar de a las 23:00 como suele ser tradición.
Pero, transcurridas dos semanas, todo comenzó a cambiar a peor. El 7 de octubre se notificaban un total de 3.678 contagios; el día 11, ya se alcanzaba la cifra de 5.456; y este mismo lunes pasado se superaban los 19.000. Así, en poco más de dos semanas el país ha pasado de sumar 354.000 positivos a unos 546.000. Y nuevamente Lombardía a la cabeza, con casi 6.000 casos, seguido de Campania, Piamonte, Toscana, Lazio, Véneto y Emilia-Romagna. Frente a ellos, y como también sucedió hace más de medio año, las regiones menos pobladas, como es el caso de Molise, Basilicata, Valle de Aosta, Umbria y Calabria.
Así que el segundo Gobierno Conte, que ya había aprobado la continuidad del estado de emergencia hasta finales de enero, ha decidido poner en marcha, de nuevo, un duro y contundente “lockdown” en el conjunto del país, que lleva a que la mayor parte de las actividades (entre las que destacan restauración, centros deportivos y salas de cine) finalicen a las 18:00, independientemente de que sea fin de semana o no (eso sí, a la restauración se le va a dejar abrir en Domingo, aunque sin poder sobrepasar las 18:00 horas ya citadas). La justificación por parte del Ejecutivo es que hay que hacer lo posible para salvar la campaña navideña, clave en la actividad económica del último trimestre del año. Lo que sí ha se ha evitado, al menos de momento, es el llamado “toque de queda”, aunque se ha dado la posibilidad de que las regiones que quieran aplicarlo puedan hacerlo, lo que ya sucede en el caso de Lombardía, Lazio, Calabria, Campania y Sicilia.
Todas estas medidas han ido en paralelo a la aprobación del borrador de Ley de Presupuestos Generales del Estado, que ha sido muy recibido por los mercados. Las diferentes agencias de calificación (Fitch, Moody´s, Standard&Poors) deben revisar la nota dada a la deuda pública italiana (recordemos que la más elevada de toda la Unión Europea) y las bajadas de impuestos previstas en el borrador de PGE, así como las fuertes inversiones en digitalización, están siendo muy tenidas en cuenta por dichas agencias, que ya se apercibieron de la buena evolución del Producto Interior Bruto en el tercer trimestre del año.
Pero una cuestión es el cuadro macroeconómico, que entre junio de 2018 y septiembre de 2019 había sido muy preocupante para las autoridades comunitarias, y otra bien distinta la realidad microeconómica. Y nuevamente vuelve a vislumbrarse el enésimo conflicto entre la Italia septentrional (mucho más desarrollada e industrializada) y la Italia meridional (donde la economía sumergida excede con mucho lo normal en los diferentes países de la Unión Europea). Atrás quedan los tiempos en que la ya extinta Democracia Cristiana (DC), dominadora completa del panorama político nacional entre 1945 y 1992, puso en marcha diferentes polos de desarrollo en ciudades como Brindisi y Taranto (en la región de Apulia), Agrigento (Sicilia) o Cagliari (Cerdeña). Ahora, en su lugar, no hay más que un continuo flujo migratorio ya no hacia la zona más septentrional del país, sino hacia otros países (a finales del 2019 residían, solo en el Reino Unido, unos 700.000 italianos, la inmensa mayoría de ellos jóvenes titulados universitarios).
No resulta de extrañar por ello que el pasado fin de semana se registraran graves altercados del orden público en dos ciudades tan importantes como Roma, en la Italia central, y Nápoles, en la parte más meridional. Y lo más preocupante es que en la oposición al Gobierno están no sólo numerosos alcaldes (encabezados por Antonio Decaro, alcalde de Bari y presidente de la Asociación Nacional de Municipios Italianos (ANCI)), sino también los presidentes de algunas regiones. Este regidor ha dicho al respecto: “En las próximas semanas corremos el riesgo de ver un crecimiento de la fractura social de la que ya se vislumbran los primeros indicios. Los alcaldes lo tienen en cuenta y harán todo lo posible para mantener unidas a las comunidades y extinguir posibles reacciones violentas ante una situación tan difícil. Unidos o fracasará todo”.
Toda esta situación de conjunto va a poner a prueba una vez más la fuerza de la actual coalición de Gobierno, donde una vez más la Italia Viva de Matteo Renzi vuelve a poner la nota discordante, porque considera que se debe abrir la mano en algunas de las actividades consideradas no esenciales. Frente a ellos se sitúa, una vez más, el centroderecha liderado por un Matteo Salvini que se mueve como pez en el agua en el clima de malestar social, dando rienda suelta a ese populismo y ultranacionalismo que le llevaron en su momento a ser viceprimer ministro y titular de Interior. De momento, la actual mayoría de gobierno (“maggioranza”) no está en riesgo, porque las cuatro formaciones que la componen (Cinco Estrellas, PD, Italia Viva y LeU) saben que ir a elecciones anticipadas sería poner en bandeja el Gobierno de la nación al centroderecha. Pero una cuestión es que el poder “una como el pegamento” y otra, bien distinta, que la realidad económica y social es la que acaba mandando. Así que, tras unos meses de tregua, retorna la mayor de las conflictividades. A partir de aquí, toca esperar acontecimientos, pero vuelven a pintar bastos para el Ejecutivo italiano.