Grecia y Alemania: una historia de deudas y perdones
6 de julio de 2015
Por admin

Un Estado que financia de forma sistemática el gasto público a través de la emisión de deuda entrará en crisis tarde o temprano. Es habitual pensar que la deuda pública es más segura que la privada, pero no es así. Son precisamente los gobiernos los que pueden hacer default con cierto nivel de impunidad.

La historia nos muestra que en tiempos de guerra o de grandes crisis los gobiernos soberanos entran a menudo en suspensión de pagos. Un estudio de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff (Princeton, 2009) llega a contar hasta 250 impagos de deuda soberana entre 1800 y principios del 2000, lo que supone una media de más de un default por año.

Al ver la posición inamovible que tiene Alemania respecto a la crisis griega es difícil pensar que el país germano pasara por la misma situación en 1931, y que en esa ocasión fuera EEUU el que dictara las reglas del juego. Tras haber perdido la Gran Guerra, Alemania fue condenada en 1919 (a través del Tratado de Versalles) a pagar reparaciones por un valor de 269.000 millones de marcos de oro. Por ello, desde los años 20 el gobierno de Alemania ha aumentado su deuda exterior, con el objetivo de poder afrontar los pagos a Francia o Reino Unido. Es más, el espectacular crecimiento económico de Alemania entre 1924 y 1928 no solo fue empujado por el crédito norteamericano, sino que dependía básicamente de él.

Tras el crack de 1929, EEUU, el mayor acreedor de Alemania, cerró el grifo. En 1929, el país germano alcanzó un nuevo acuerdo sobre la cuantía de las reparaciones de guerra que tenía que afrontar y además consiguió que los pagos se escalonaran a lo largo de 59 años. Este plan pone también la base del Banco de Pagos Internacionales que luego acogerá el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea.

Para poder afrontar la situación y alcanzar un superávit por cuenta corriente, Alemania acudió a una devaluación masiva de salarios. La austeridad llegó al sector público también y el gasto soberano se recortó un 30%. Además, se subieron los impuestos y las cotizaciones a la Seguridad Social, ahogando así la economía. El PIB real cayó entre el 8% y 13% anualmente y la tasa de paro llegó a rozar el 30%. Con todo esto, lo único que se logró fue un pequeño superávit por cuenta corriente. Pero en el verano de 1931, los bancos alemanes comenzaron a tener problemas, el crédito se contrajo y se implementaron paquetes de ayudas públicas para salvar a las entidades financieras más grandes. Los bancos tuvieron que cerrar y el gobierno declaró la suspensión de pagos.

Aparte de las consecuencias económicas, existen también consecuencias políticas: los gobiernos, una vez declarada la suspensión de pagos, no suelen mantenerse en el poder. El nuevo ejecutivo acostumbra a argumentar que no se satisfagan las obligaciones de regímenes anteriores, tal como pasó en Alemania en 1934, pero también en Rusia en 1917.

Tras la posguerra, en 1953, el acuerdo de Londres consistió en la quita de más del 62% de la deuda externa alemana. El acuerdo recogía un perdón para las deudas contraídas en el período anterior a la II Guerra Mundial, y de la deuda de la posguerra estimada en 16.200 millones. De este modo quedaron pendientes de pago 14.500 millones de marcos (la mitad correspondiendo a las deudas contraídas tras la Primera Guerra Mundial). La reducción de la deuda de la República Federal Alemana fue clave para su rápida reparación tras la Segunda Guerra Mundial. No obstante, no fue hasta 2010 cuando Alemania terminó de pagar la deuda establecida en el acuerdo de 1953. Este análisis de la Alemania de la primera mitad de siglo, de interés por ser la canciller Angela Merkel la que ha tomado más protagonismo en la situación griega, ocurrió en unas circunstancias bélicas nada comparables a las actuales. Sin embargo, sin duda, algo habrán influido estos hechos en la actual postura germana, por ser una parte de la su historia que no puede ser olvidada.

¿GASTO PÚBLICO O AUSTERIDAD?

Un estudio de Heritage Foundation revela que los países que han cultivado la responsabilidad fiscal, y han realizado las reformas necesarias durante los periodos de crecimiento económico, han podido disfrutar de una mayor flexibilidad en sus políticas públicas durante los periodos de crisis. Además, la probabilidad de entrar en recesión se reduce drásticamente. Un buen ejemplo es Suecia, que realizó sus reformas en los 90, bajando impuestos y reformando las pensiones para quitar presión a largo plazo sobre el gasto. Al tomar estas medidas antes de la crisis económica, el país nórdico pudo permitirse una mayor flexibilidad fiscal durante los días de vacas flacas.

Cuando se padece una grave crisis, los ajustes fiscales son clave. Si estas medidas se basan en la reducción del gasto público, la probabilidad de reducir la deuda soberana es mayor que la conseguiría un aumento de los impuestos y además se reduce el riesgo de acabar en recesión. De hecho, si el recorte del gasto público viene acompañado de unas políticas públicas adecuadas, como un cambio en la política de remuneración de los empleados públicos y una reforma de las pensiones públicas, el ajuste puede contribuir incluso al crecimiento económico. En cambio, los países que han aplicado una política fiscal relajada, antes y durante la crisis, tienen una mayor probabilidad de caer en una segunda recesión.

Por último, el estudio citado concluye que subir los impuestos perjudica más la economía que reducir el gasto público. Así, el incremento de los tributos reduce el crecimiento a un ratio mayor de un dólar por dólar.

Siempre es mejor prevenir que curar, pero si hay que intervenir, mejor hacerlo con recortes del gasto público y no con subidas impositivas que ahoguen la economía. Además, la capacidad de un gobierno de renegociar su deuda ha sido siempre la clave de una rápida recuperación económica.

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