En determinados momentos de su Historia, los alemanes no han sido precisamente razonables. En muchos momentos de la nuestra, algunos compatriotas parecen empeñados en la trivialidad irresponsable. Llevamos pocas fechas de este siglo, pero la mayor parte de los irresponsables de ahora están sumidos en la soberbia, la locura y la codicia de tantas veces.
Alemania ha pasado, por lo menos, dos guerras mundiales y varios escarmientos. Cuando yo aterricé por primera vez en aquellas tierras, todavía no se había recuperado totalmente de su terrible pasado: las ciudades estaban destruidas y muchos ciudadanos aún recogían hierbas en el campo para hervir alguna que otra sopa. El en otro tiempo alcalde de Colonia, Konrad Adenauer, pronto fue canciller, y el antiguo exiliado popular socialdemócrata Willy Brandt, alcalde de Berlín, que tampoco era ya capital de Alemania, sino de un estado dividido entre cuatro naciones bastante repartidas ideológicamente y mucho geopolíticamente.
Me tocó asistir a la expansión de la «barraca», sede del SPD socialdemócrata, y al encumbramiento de los poderosos Erler y Herbert Wener, «maquinista» en su momento del partido. También al gobierno del senecto y duradero Adenauer, a cuya agonía asistí noche tras noche a la puerta de su casa a orillas del Rin, tan lenta como, después me tocaría en Colombey les deux Eglises, la del presidente de Francia, De Gaulle.
La historia alemana de los últimos tiempos es–como todas las historias– más confusa que incomprensible, gracias al apoyo del Plan Marshall y al impulso de la que se convertiría en República Federal de Alemania. A la muerte de Adenauer, el economista y nuevo canciller Erhard realizó eficaces esfuerzos por confirmarla de nuevo como gran potencia, con sus virtudes y sus defectos tradicionales. Por su parte, el popular alcalde de Berlín llegaría a canciller, a lo que contribuiría no poco el gobierno estadounidense. También sería confuso enumerar la lista de gobiernos y partidos desde entonces: los Kissinger (homónimos del que sería destacado político en Estados Unidos, aunque los dos nacidos en Alemania), Schmidt, Strauss… y Helmut Kohl, hasta llegar a la reunificación de la República Federal. La canciller actual, Angela Merkel, procedente de Alemania del Este, hija de un pastor protestante y procedente de la Alemania Oriental, fue durante varios años colaboradora de Kohl, antes de sucederle también como canciller. De ese intenso período hay muchos intervalos que destacar, amén de algunos personajes históricos esenciales.
Son períodos complejos, sí aclarados por diversos comentaristas como el liberal Pedro Schwartz, y especialmente analizados por el asturleonés José María Carrascal, buen conocedor de aquel país, donde trabajó y residió largo tiempo. Queda dicho que es una historia confusa – como muchas otras–, pero la acumulación relativa de guerras, así como la división en estados diferentes y disgregación y reunificación de fronteras, ha influido decisivamente en el mapa europeo.
Para llegar al día de hoy hay que entender la capacidad de los alemanes para ponerse de acuerdo por encima de controversias desagradables, que consideran el acuerdo no sólo fructífero, sino imprescindible. Así pude asistir a las diferentes coaliciones políticas, que en España han resultado imposibles durante siglos. Algunos de los varios estados que el emperador Carlos I de España y V de Alemania a duras penas unió, los alemanes lo consiguieron en diferentes ocasiones. Los estados occidentales del Rin, por ejemplo, pasaron bastante tiempo en escasa armonía con la poderosa Prusia. No hace tanto, Hitler unió a todos por la fuerza, pero después de la última guerra en Alemania se volvió a pocos, pero a algunos pactos necesarios. Quizá debido a los calamitosos precedentes bélicos, trataron de limitar algunos riesgos –como el partido comunista, o la imposibilidad de entrar en el Parlamento con menos del cinco por ciento de escaños posibles–, pero se formaron coaliciones aparentemente extremas.
Me tocó, por lo tanto, presenciar alguna entre socialdemócratas y cristianodemócratas, o entre cristianodemócratas y liberales… o la sempiterna entre la cristianodemocracia general y la conjunción con los cristianosociales bávaros. También a las rencillas entre los diferentes socialdemócratas–que tanto les perjudicó electoralmente–, como a las dificultades legales e ideológicas que unos y otros tienen para llegar a un acuerdo con los llamados «verdes» y otros.
Ahora estamos ante otra difícil prueba, pero menos que otras anteriores. Entre tiempo, por ejemplo, ya había superado otras más difíciles mi amigo y contertulio Walter Schell, artífice de la primera Gran Coalición, antes de convertirse en presidente de la República, devenir celebrado cantante y asistir a la proclamación de Don Juan Carlos como Rey. Entre tiempo también, el insólito Gorbachov (tan mal comprendido por muchos de sus compatriotas) hizo lo necesario para una nueva organización de la Europa del Este, Kohl compró «carísima» la nueva expansión alemana y, tras la caída del Muro, hasta salieron a la luz los nombres de Erich Milke, director de la Statsrichereit (Consejo de Seguridad del Estado), con su equivalente en Estados Unidos, y el de Markus Wolf, el misterioso jefe del espionaje alemán oriental en las novelas del antiguo diplomático británico John Le Carré. Por supuesto que a Kohl y a Merkel les ha costado muy cara y no sé si adecuada la tal expansión como en tiempos anteriores.
En determinados momentos de su Historia, los alemanes no han sido precisamente razonables. En muchos momentos de la nuestra, algunos compatriotas parecen empeñados en la trivialidad irresponsable. Llevamos pocas fechas de este siglo, pero la mayor parte de los irresponsables de ahora están sumidos en la soberbia, la locura y la codicia de tantas veces, sin que les importe lo que los demás y hasta los humanos en general valoran de ellos.
Puede que sea éste un artículo excesivo comparado con lo que estamos viviendo en España; o inadecuado. Quédese otro más cercano a nosotros para próximas fechas. El resumen de lo que pasa en ciertas comunidades, algunos partidos políticos y no pocos periodistas, es erróneo, deprimente y reiterativo. Valga como premisa el movimiento ciudadano encabezado por Alberto Rivera, que por ahora no parece necesitar convertirse en un partido político. Todo lo que dicen los líderes de Ciudadanos parece perfectamente inteligible. Falta saber si se convierte en realidad lo que prometen, como en ocasiones similares, y si están de acuerdo los muchos ciudadanos que dicen estarlo en estos momentos. La cosa puede acabar como siempre, como siempre… Y vuelta a empezar.