La Convención Nacional del Partido Popular que ha tenido lugar este fin de semana bien puede suponer un antes y un después en lo que se refiere al ámbito económico. En el peor de los casos —si terminan por no querer, o no poder, pasar del dicho al hecho—, se trata de una declaración de intenciones en toda regla, que no conviene obviar.
Se ha hablado mucho del componente más ideológico —de batalla— de esta Convención, en la que se han medido las distancias con Vox desde una cierta indecisión. El PP trata de reforzarse navegando las peligrosas aguas de rescatar al votante que mira a esta formación con buenos ojos, pero sin suscribir plenamente sus postulados y su discurso. Esta tibieza entraña un riesgo: que ante dos marcas similares, el cliente-elector siempre se decantará por la más auténtica, la original.
Al margen del coqueteo ideológico calculado con el partido que preside Santiago Abascal, el otro gran tema de la Convención fue la escenificación de la ruptura con la extraña socialdemocracia enarbolada por el PP desde aquel Congreso de Valencia de 2008, en el que el liberalismo económico fue sepultado. Pues bien, esta Convención ha supuesto su resurrección. Esto no es baladí, pues la libertad económica resulta de un enorme valor, tanto normativa como instrumentalmente. No sólo constituye un bien en sí mismo, que trae consigo prosperidad y bienestar, sino que también habilita —o potencia— otras libertades.
En términos generales, cuando en España la clase política hace alusión al liberalismo económico, lo prudente es sospechar del ‘liberal’ de turno, ya que, en este país, hasta Pedro Sánchez se autoproclama su defensor. No obstante, en el marco de la Convención del PP, la pureza del discurso quedaba fuera de toda duda, al contar con algunos de sus mayores abanderados en el panorama nacional e internacional, como Daniel Lacalle, Lorenzo Bernaldo de Quirós o Carlos Rodríguez Braun. Además, el propio Pablo Casado se remitió a las Escuelas de Chicago y a la Austriaca, fundamentos del liberalismo que se propugna.
Los pilares teóricos quedaban de este modo bien cimentados, así como los grandes objetivos marcados en un posible escenario de recuperación de la mayoría parlamentaria y La Moncloa. Algunas de ellos pasan por terminar con las quimeras presupuestarias del Partido Socialista, reducir el endeudamiento, una bajada fiscal sin precedentes y poner fin a situaciones de máxima incertidumbre política y, por ende, económica —como la cuestión catalana.
Sin embargo, la piedra de toque en nuestro país es la creación de trabajo, como bien sabe el propio PP, autoerigido en “el partido del empleo”. Una medalla que se cuelgan basándose en el hecho de que ninguna otra formación exhibe unos resultados como los suyos en esta materia: 1,3 millones de parados menos entre diciembre de 2011 y junio de 2018. Una reducción fruto, en gran medida, de la profunda reforma laboral que acometieron a pesar de las duras críticas recibidas.
El PP trata de reforzarse navegando las peligrosas aguas de “rescatar” al votante que mira a Vox con buenos ojos, pero sin suscribir todo su discurso
Hoy, conscientes de que, de continuar Sánchez o sus propuestas, la ralentización económica actual puede llevarnos a una nueva crisis, la cuestión del empleo se convierte en prioritaria. Además, como ya se percibió durante el Gobierno de Rajoy, el plano laboral se halla necesitado de una nueva reforma, que sustituya a la de 2012, ya agotada. Algo que trató de hacer, pero sin éxito, la exministra Fátima Báñez.
También en este punto resuenan las propuestas de Vox. En palabras de su vicesecretario de Relaciones Internacionales, Iván Espinosa de los Monteros, “España ha de pasar de ser un infierno fiscal a ser un paraíso de empleo”. Abogan asimismo por una enorme desregulación y la recuperación de un mercado nacional único, hoy en entredicho por las diferentes Comunidades Autónomas.
Sin embargo, aunque importante, la competencia política entre PP y Vox por los caladeros de votantes que confluyen en las intersecciones de sus respectivos idearios no se trata de un asunto primordial. Hoy, lo verdaderamente relevante es que el PP, que posee la experiencia y la amplitud ideológica suficiente como para gobernar España, ha vuelto a abrazar la libertad. Ante una apuesta identitaria tan explícita, el votante del PP espera que se recrudezca la oposición frente al Gobierno de Sánchez y que, cuando regrese al poder, rinda cuentas en las distintas políticas que acometa. Pero, por ahora, ¡regocijémonos!