Los países nórdicos son a menudo considerados modelo de las políticas públicas que se deben replicar en otras regiones. La causa responde al disfrute de servicios sociales de calidad. Por ejemplo, un estándar de vida elevada, buena esperanza de vida, distribución equitativa de la renta, baja tasa de criminalidad y alto nivel de cohesión social. Los argumentos a favor de la adopción de una política económica basada en impuestos altos y gasto público elevado pueden parecer obvios: los nórdicos disfrutan de un Estado de bienestar grande y con éxito.
Según el Institute of Economic Affairs (http://goo.gl/sZLmRa), Francia y Bélgica son los países con el mayor Estado de bienestar. Les siguen de cerca Italia y Espa- ña. Aunque nos cueste creerlo, España es la cuarta nación con mayor gasto social (en relación al PIB) de los 21 analizados. En el otro extremo, la mayoría de los países anglosajones como Canadá, Australia, Nueva Zelanda o Luxemburgo. Sorprende que en este furgón de cola estén Islandia y Noruega, ambos nórdicos. De hecho, estos países están lejos de los que gozan del mayor Estado de bienestar y ni siquiera forman un grupo homogéneo. Así, su gasto social, según la OCDE (http://goo.gl/u1rpOq), está comprendido entre el 17% en Islandia, y 23% en Dinamarca, muy por debajo del 28% del PIB de Francia.
Entonces, ¿por qué seguimos elogiando el Estado de bienestar nórdico como si fuera un modelo excepcional? Suelen decir «porque da resultados». Todos los partidos políticos ven los países nórdicos como ejemplos económicos de éxito cuyas políticas de gasto se pueden replicar. Parece creíble afirmar que los Estados grandes, con gastos elevados funcionan, pero no es así: «¡Mirad Suecia!». Emplear mucho dinero en servicios sociales (Italia o España) no conduce siempre a dar calidad. Eso sí, es una buena excusa para que los políticos hagan lo que más le gusta: expandir el gasto público.