Las últimas encuestas publicadas en Grecia, que datan de finales de julio, muestran que la intención de votar a Syriza se encontraba casi cinco puntos por encima de los resultados que obtuvo en las elecciones de enero (41,2% frente a 36,3%). Esto a pesar de la absurda convocatoria por parte de Alexis Tsipras del referéndum de principios de mes, un paseo por el Sinaí del surrealismo político que aún no se sabe si será un factor de profundización de la democracia griega, como se describió inicialmente, o una pantomima que la acabará degradando.
Los sondeos -se publicaron dos, uno de Metron y otro de Bridging Europe- coincidían en señalar el ascenso de Syriza, una caída de entre cinco y seis puntos de la conservadora Nueva Democracia, un leve aumento de los centristas de To Potami y de la Unión de Centristas y una nueva compresión de los socialistas, ya confinados a la irrelevancia electoral en enero cuando cayeron por debajo del 5% de los votos.
El aumento del apoyo a Syriza, pese a lo ocurrido con el ‘no’ griego, convertido por Tsipras en un ‘sí’, es uno de los misterios de la política griega. Y sitúa al primer ministro en un escenario tan polarizado que mientras para unos es un estadista para otros es un charlatán. El economista Branko Milanovic comentaba ayer en las redes sociales que “mi conjetura es que Tsipras será el Felipe González de Grecia (un poco mejor parecido). Puede tomarse como positivo o negativo, según los deseos [del lector]”.
Aunque en un tuit de 140 caracteres es difícil matizar, Milanovic no aludía tanto al XXVIII Congreso del PSOE, donde González planteó la renuncia al marxismo, ni al referéndum sobre la OTAN de 1986, sino a la etapa de crecimiento que España comenzó bajo su mandato. De hecho, en una acotación posterior así lo señaló: González presidió la etapa de mayor incremento del PIB español.
Lo cierto es que las comparaciones son injustas. González no le infligió a España un deterioro económico como el que Tsipras ha permitido en Grecia planteando un desafío a sus socios europeos que desembocó en un corralito bancario. En el referéndum de la OTAN, su gobierno no llamó a votar por una alternativa y después hizo lo contrario. Afrontó de cara el costo político de su cambio de opinión. Y, sobre todo, González podó los radicalismos del PSOE dos años antes de ganar las elecciones, mientras que Tsipras sólo lo hará muy probablemente después de esta convocatoria electoral. Es lo que sus asesores le están recomendando: si las urnas le favorecen le costará menos someter o expulsar a los extremistas. Puro cálculo.
El guión de la ruptura de Syriza era conocido en Bruselas desde que ganó las elecciones. Los analistas más avezados pensaban que el primer ministro griego dejaría ir a los radicales y se apoyaría en los diputados centristas, pero las cosas se han complicado, en parte por su propia culpa.
La caída de su gobierno es consecuencia directa del referéndum que se empeñó en convocar y donde él le torció la nariz al pueblo griego. El que no dejará de asaetearlo es su ex ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, que sigue empeñado en demostrar que él tenía un plan para reflotar la economía griega que fue ignorado por los líderes europeos.