Se acabaron las medias tintas y los minutos musicales en la radio. El Gobierno de Díaz Ayuso ha decidido dar dos pasos al frente para situarse por delante de la expansión del COVID-19, algo inédito en una España que se ha mantenido por detrás desde que comenzara esta crisis sanitaria, que también lo es económica, social y política. Las medidas adoptadas son drásticas y contundentes, pues se han suspendido las clases en guarderías, colegios y universidades en la Comunidad de Madrid, al igual que en Álava y Labastida, pero parecen del todo pertinentes. En especial, y aunque les parezca sorprendente a muchos, para los defensores del liberalismo.
Hace ahora una semana, advertía en este periódico sobre el riesgo que entrañaba la potencial extralimitación en la intervención (o intromisión) del Estado, con la excusa del coronavirus, en la vida de los ciudadanos, con la consiguiente vulneración de sus libertades (asamblearias, de movimiento, etc.). Sin embargo, esto, en lo cual me reafirmo, no es óbice para dejar de hablar de la otra cara de la moneda, a saber, el apoyo a la intervención (radical, de resultar necesario) que también los liberales deberíamos brindar en la situación en la que nos hallamos. Mejor dicho, sobre todo los liberales, dado que los minarquistas, así como los liberales clásicos, conceden, e incluso defienden, que el papel del Estado ha de consistir en la protección y defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada, en ese estricto orden.
Así, si el Estado ha de intervenir, no hay mejor momento que este, lo que destapa las vergüenzas de las que parece carecer el Gobierno de Sánchez, impertérrito y mudo hasta la finalización del aquelarre feminista del 8-M. Ha tenido que ser la líder del PP de Madrid quien haya vuelto a mover ficha en primer lugar y para bien, como hiciera en su día con la bienvenida competencia fiscal. La presidenta le ha cogido el gusto a pintarle la cara al Ejecutivo de coalición, un papel que asume desde una responsabilidad y profesionalidad que brillan por su ausencia en La Moncloa. Responsabilidad que tampoco mostró Vox en Vistalegre III, y de la que hoy se retractan.
No faltan los que critican el aplauso a la reacción de la Comunidad de Madrid por parte de los que deseamos un Estado de modestas dimensiones. Pero, con ello, lejos de estar sacando a relucir algún tipo de incoherencia en el argumentario liberal, dejan en evidencia su propia ignorancia. Ignorancia sobre su mantra intervencionista habitual, pues ahora, cuando hace falta ante la crisis que azota a España, alertan contra este y se suman a manifestaciones multitudinarias, etc. E ignorancia sobre nuestras ideas que, una vez más, parecen las más apropiadas, dado que no solo son superiores moralmente, sino también las más eficientes.
Está por ver la actuación de numerosos gobiernos regionales en su gestión de la crisis en el contexto de inminentes festejos multitudinarios, como las Fallas, la Semana Santa, ferias varias, etc. La prueba comenzó hace tiempo, pero es ahora cuando los examinados se han percatado de que el resultado cuenta, y mucho.