El dilema de Chivite
6 de mayo de 2019

Los comicios del 26 de mayo tienen un efecto de segunda vuelta de las del 28 de abril que puede desnaturalizar el sentido del voto. Ahora elegimos el Parlamento y los ayuntamientos, que son las instituciones de las que depende nuestro bienestar inmediato: la sanidad, la educación, los servicios sociales, las ofertas públicas de empleo, etc. En algunos de estos ámbitos el Gobierno de Navarra puede hacer política partidista, tendenciosidad que se ha puesto de manifiesto con el euskera en la cultura, en la enseñanza y en el perfil lingüístico de los puestos de trabajo público. De ahí que convenga que nos replanteásemos qué papeleta escogemos a final de mes.

Es indudable que los resultados del 28 de abril van a influir en una convocatoria en la que el ‘efecto recuerdo’ va a estar presente. Esta cercanía en el tiempo provoca que los partidos que han sido vencedores preferirán ocultar sus intenciones de pactos postelectorales tras las autonómicas y municipales, para no perder los votos de quienes discrepasen. Sin embargo, ante el riesgo de otros cuatro años más de un cuatripartito nacionalista, los electores debemos exigir a los partidos constitucionalistas que nos digan si pactarán o no con el nacionalismo, sea el de Bildu o el Geroa Bai. Que nadie se engañe. Ambas formaciones desean lo mismo: la integración de Navarra en el País Vasco, razón por la que hay que verlas como un único bloque.

Si tenemos el silencio por respuesta, habrá que asumir que la política que seguirá María Chivite estará acorde con la declaración de Santos Cerdán, el Secretario de Coordinación Territorial del PSOE. Este dirigente ha manifestado que Geroa Bai es un partido de ‘progreso´, afirmación que considera factible un pacto de esta formación con el PSN, en el que María Chivite, si tuviera más votos que Uxue Barkos, sería presidenta.

Curiosamente Sánchez, todo un campeón del marketing electoral, ha ido distanciando al PSOE de las posturas nacionalistas y alejándose él, como líder, de quienes le fueron decisivos para echar a Rajoy. El secretario general de los socialistas ha visto oportuno borrar ahora su pasado de tolerancia total con el independentismo catalán, porque ya no lo necesita y degrada su imagen. Otra estrategia ha sido mostrar su preferencia por un gobierno monocolor. Sánchez tiene muy claro que meter a Unidas Podemos en el Ejecutivo le obligaría a hacer una política económica tan radical como peligrosa. Además, condenar a Pablo Iglesias a estar una legislatura sin tocar poder hundiría a la formación morada hasta la irrelevancia de una extrema izquierda, con la consiguiente recuperación de antiguos votantes del PSOE en las siguientes elecciones. Resumiendo, Pedro Sánchez quiere parecer un moderado, lo que explica su deseo de entenderse con Ciudadanos.

Esta situación nacional favorece la posibilidad de un pacto entre Navarra Suma y el PSN, en el que el líder del partido más votado fuera presidente/a del Ejecutivo y el menos votado vicepresidente/a. Si Pedro Sánchez tenía planteado una disyuntiva: tener estabilidad con la ayuda de los nacionalistas o recuperar una posición más centrada y con un buen futuro a largo plazo, María Chivite tiene un dilema similar: formar parte de un Gobierno que sería rehén de los nacionalistas y radicales o la formación de un Ejecutivo integrado por PSN y Navarra Suma. Conviene recordar que, en las etapas de mayor estabilidad y crecimiento de la Comunidad foral, el Gobierno estaba sustentado por una coalición similar a la que aquí se plantea. La cuestión que debiera primar no puede ser el cargo a obtener, sino algo más importante: que Navarra mantenga su personalidad jurídica como Comunidad autónoma diferenciada, cuestión que es la más esencial para muchos votantes socialistas.

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